101 Cartas

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La tarde pintaba un día agradable. En el cielo se dibujaba un paisaje increíblemente bello. Me descubrí admirando aquel día, de una manera maravillada. Y es que la naturaleza nos muestra bellos momentos que vuelven la vida plena. Quería que ese momento se quedará quieto, inmóvil, que jamás terminara. La importancia de las cosas es que encuentres la belleza que llevan dentro. Me quede parada, ahí en ese lugar. La tarde avanzaba lentamente y me llevaba con ella, hacia la oscuridad, hacia la noche, hacia las estrellas. Después de unas pocas horas el cielo se tiño de un negro-azul que a lo lejos las estrellas tímidamente empezaban a salir.

Llevaba aquí dos días, haciendo este el tercero. Y para no hacer de cada día algo aburrido hacíamos una actividad distinta como concursos, bailes, comidas. Era algo muy divertido, algo agradable, la verdad. Cada cosa que se hacía, al ser diferente y nueva, daban las ganas de que nunca terminase. Miércoles de juegos, de concursos de baile y demás cosas. El jueves fue mi día favorito, pues a quién no le gusta la pizza. Después de haber hecho todos los deberes, por la noche nos reuníamos para festejar y comer una gran cantidad de pizza. Cuando entre por esas puertas aquella noche, mi paladar se derritió. El olor a pizza inundaba todo aquel pequeño lugar. Observé lo que había ahí. Me quede con la boca abierta, sorprendida. Había montones de cajas llenas de distintas pizzas. Supuestamente se tomaba como algo relajado por haber hecho tantas cosas en tan solo dos días. Recuerdo haber comido todo lo posible hasta llenarme por completo. Y el viernes llego, acompañado con una increíble fiesta. Nuestro último día aquí lo festejaríamos hasta tarde de la noche y eso me alegraba demasiado. Necesitaba una noche para mí, con mis amigos, para distraerme de las cosas que me rodeaban. Una cosa puedo asegurar es que fueron los mejores días que he vivido. Cierro los ojos y aquellos momentos regresan. Una risa se dibuja en mi rostro. Lo gozo. No quiero dejar este lugar. Y es que estos días me han traído tantas cosas buenas. Una de las ventajas de conocer nuevos rumbos es que conoces a nuevas personas que te hacen sentir tan especial y te llenan de alegría, que dejan grabados aquellos momentos que jamás podrás olvidar y que recordarás por toda la eternidad con una sonrisa en el rostro.

Estaba detenida en la bella oscuridad admirando las estrellas tintinear como las luces en los edificios. La noche se reflejaba perfecta, llena de pasión y amor. Algo haría un cambio y la noche me lo decía. Regresé a casa. Mi sentía feliz. Algo se apoderaba de mi cuerpo, me obligaba sentirlo. Llegué temprano a casa. Mis padres estaban listos para salir. Los salde otorgándoles un fuerte abrazo. Sus ojos destellaban alegría. Mi madre me observo, intentaba calificar mi atuendo. Sabía que tenía que ponerme otra cosa, así que antes de que empezara a hablar busque por mi ropero cualquier ropa que ponerme. Me vestí con jeans de color negro y una playera blanca. Me miré al espejo. Estaba lista, quería salir ya de aquí, sentir la noche en mí. Pasaron varios minutos cuando llamaron a la puerta. Me acomodé mi desalineado cabello y salí. Me despedí de mis padres y les deseé suerte en su cita romántica. Mis amigos me esperaban afuera. Llevaban una increíble energía. La música salía del automóvil con dulzura. Todos sonreían. Cuando llegué a ellos los salude, de abrazo y beso y con algunos solo choque las palmas. Hicieron un chiste gracioso sobre el atuendo de Mari y todos estallamos a carcajadas, no es que estuviese mal, sino que era algo extravagante, algo como si lo hubiese sacado de un video de Demi Lovato y lo combinase con algo de una Drag QueenEn el rostro de cada uno se reflejaba una sonrisa, lo sentían al igual que yo, la noche nos daba una alegría fantástica. Me contagié de su entusiasmo y les empecé a seguir la corriente. Subí a la camioneta. Entonces empezó el viaje.

Había esperado esta noche. El aire entraba por la ventana y provocaba que mi cabello volara, desarreglándolo más de lo que ya estaba. Me gritaba mi nombre con sensaciones increíbles. Saque una mano para acariciar el viento y juguetear con él. Me acariciaba suavemente. Entraba por mis poros. Subí el volumen de la canción y me dejé llevar por aquel momento. Chistes por todos lados, buenos y malos, pero aun así nos divertían. El aire acariciaba mis mejillas mientras la música fluía en mí. Avanzábamos por las calles. Las luces se alzaban ante mis ojos igual que los edificios. Las carcajadas se oían en el automóvil. La noche me envolvía en un abrazo dándome la bienvenida. Las estrellas brillaban en lo alto. Una frescura me atravesó. Lo sentía. La luna se colocaba en el cielo, iluminando lo que estuviese a su paso. Tenía un brillo magnifico, de ese brillo que jamás quieres dejar de ver, te atrapaba, se culminaba una belleza increíble y las estrellas parecían sonreír al verla. Empecé a jugar con el espacio. Me sentía libre. Podía sentir como volaba, dejando todo atrás, sintiendo con el aire una libertad inigualable. La noche provocaba tantos sentimientos al sentirla. La noche estaba llena de deseos. El viento susurraba mi nombre. Con la música a todo volumen y la noche a mi favor, esto parecía jamás tener un fin. La noche estaba envuelta en soñadores, en amores y desamores, en libertad. Las calles se empezaban a reducir como la velocidad. No tardamos en llegar al lugar. La música salía por las ventanas. Todos bajamos del automóvil y nos dirigimos al alboroto. La fiesta se sentía en su grandeza. Me encontré con nuevos amigos en la entrada. Dimos un paso a una nueva aventura. Entramos y todo era movimiento. La música resonaba por todo aquello. Nos hicimos paso hacia los demás. Buscamos a nuestros amigos, lo cual no tardamos en hallarlos. Los encontramos en una mesa, bailando, sintiendo el ritmo por dentro. Sonrieron al vernos llegar. Nos acercamos intentando sentir la música por dentro, con pequeños movimientos de cadera, piernas o brazos. La música era buena y yo la sentía. Estando todos en la mesa, nos saludamos y empezamos a platicar. La cosa fluía bien. Entonces después de unas horas te vi. Nunca te había visto. Eras un extraño en ese entonces. Nuestros amigos nos presentaron. Era una cosa fácil. Fue tan rápido el a vernos conocido, ahora que lo pienso. Sonreíste al verme, pero no con torpeza, sino como si fuera algo normal. Te salude y me ruborice. Pasaron varios segundos para darme cuenta que estabas en confianza con una extraña. La música empezó a sonar de la nada. De pronto todo era movimiento de cabezas. Observe como mis amigos salían corriendo a la pista de baile a carcajadas. Los demás nos invitaron a bailar con ellos, pero ambos nos negamos. Pasaron varios minutos después para que nuestros amigos nos llamaran a bailar, pero yo me negué, no porque no supiera, sino porque no me sentía segura. Bailar me gustaba, pero al lado de un extraño me sentía una torpe en la pista. Giré mi cabeza en torno a ti y ya no estabas. Te busque con la mirada hasta hallarte con otras personas, sonriendo como si las conocieras. Al parecer conocías a casi todos allí. Nunca te había visto en ese lugar. Habías llegado al tercer día, me contaron, por eso era extraño a penas conocerte. Eras un completo extraño para algunos, y es que literalmente no conocías a muchos ahí, solo a uno que otro pero que eran las personas que teníamos en común. Y es que esa habilidad de hacer nuevos amigos tan rápido, me fascinaba. Una de mis canciones favoritas empezó a sonar. Sentía el movimiento, como intentaba entrar por mi cuerpo y llevarse a algo nuevo. Me anime a probar aquella aventura. Poco a poco me movía con sigilo. Lo sentía en mis venas. Un extraño éxtasis se mezclaba con mi sangre. Me deje llevar, me deje envolver por la música. Pero pasaron los minutos y me empecé acercar a la pista de baile, dejándote atrás, en el olvido de a verte conocido y eso me motivo a bailar. La pena despareció dentro de mí al ya no verte y bailar a tu lado. Me movía lentamente. Los demás sonrieron, gritaron y me dieron las bienvenida a su círculo. La felicidad los llenaba. Brincaban, se relajaban. Parecían otras personas. Parecían sentir que la vida valía la pena disfrutarla un momento. Las carcajadas salían de todos lados. Uno que otro se centraba y hacía distintos pasos mientras los demás lo animaban y le aplaudían. Sonría. Me agradaba aquello. Empecé a moverme con ritmo, dejándome llevar y entontes lo sentí. Sentí la música entrar por mi cuerpo, por mis músculos. Entraba por mis venas, se mezclaba con mi sangre hasta llegar a cada rincón de mi ser. Sentía aquel movimiento en mi cabeza. Mis pies empezaban a moverse sin más, con ritmo. Mi cadera se movía de un lado a otra al sonido de la canción. Cerré los ojos y me dejé llevar por a aquel bello sonido. Cada parte de mi lo sentía. Sentía como recorría todo, como influía en mí, al ritmo. Mi cabello se movía de un lado a otro. En mi rostro se dibujaba la felicidad. Y no sabía que el baile provocara tantos sentimientos llenos de alegría. No sabía que la música podía llevarte a lugares distintos. La excitación recorría mis venas, me tocaba los labios- El cabello revoloteaba por los aires a cada paso que daba. El ritmo me incitaba a moverme. Esa sensación extraña de tocar los cielos y bailar sobre las nubes, lo provocaba la música. Mi cuerpo se movía al compás. Se dejaba llevar por el viento, como si fueran uno solo. Simplemente deje que mi cuerpo fuera guiado por el sonido de la música. Deje que aquella felicidad entrara por mi ser hasta provocarme la piel de gallina. Risas al aire. Saltos. Movimientos de cadera. Cabello despeinado. Más risas al aire. Gritos a la música. Cuerpos en movimiento. Locura por las venas. Labial rojo en los labios. Más saltos. Excitación. Alegría. Y justo en el momento indicado te vi. Me viste. Con una sonrisa de oreja a oreja. Clavaste esos ojos avellana en mí y algo se encendió, me recorrió por todo mi sistema. Y es que esos ojos cafés claro eran adictivos. Caminaste hacía mí, moviéndote al ritmo de la música. Mostrabas una seguridad increíble. Como si acercarse a un extraño fuera lo más normal. Me sonreíste fuertemente al ver que respondía a tus pasos. Cada vez te acercabas más a mí. Dejaba llevar mi cuerpo. El tuyo venía al mío como imán. Soltaste una hermosa carcajada al ver mis movimientos y esa sonrisa puso mi corazón muy acelerado. Y justo con la canción perfecta, entraste a mi vida. Sonreíste más, parecías lleno de alegría. Nuestros cuerpos estaban juntos. Respondían a cada movimiento. Llevaban el ritmo por dentro. Pasé una parte de mí cabello por mi oreja izquierda y te observé. En mi rostro apareció una fantástica sonrisa de oreja a oreja. Nos movíamos al compás de la canción. Nuestros cuerpos se unieron, al fin, parecían estar hechos el uno para el otro. Pasaste tu mano derecha por mi cintura y me ruboricé sin notarlo. Gritaste al viento y los demás le siguieron. Nos unimos, de alguna manera. La música entraba por nuestros poros, provocando sentimientos jamás antes experimentados por mi cuerpo. Cabellos al aire. Saltos. Luces. Humo. Tu cuerpo y el mío. Música. Ritmo. Alegría. Palmadas. Movimientos de cabeza. Luces rojas. Luces azules. Diste un enorme puñetazo hacía arriba con un pequeño salto. Sonreías. Me gustaba esa sonrisa. Mostrabas tanta felicidad. Movía mi cuello de una manera excitante con el ritmo de la canción. Note que me mirabas. Nuestros cuerpos se movían al mismo tiempo. Seguían los mismos pasos, como si estuviésemos coordinados. Movía la cadera hacía abajo y hacía arriba. Te pasabas las yemas de los dedos por los labios. Nuestro cuerpo respondía al sonido. Se apoderaba de nosotros. Y ahí, justo en ese momento, la noche no parecía tener algún fin. La música se apoderaba de nosotros. Nos envolvía en su ritmo. Nos obligaba a sentirla recorrer nuestras arterias. Nos provocaba esa necesidad extraña. Nuestros cuerpos se encontraron y era como tocar las estrellas. El universo estaba a nuestro alrededor con cada paso. Nos dejaba ir a la nada, hacía el infinito. Tocaste mi mano y bailamos con todas las energías que teníamos. Sonreíste, Sonreí. Pasos. Saltos. Personas bailando. Sonido. Confeti. Luces de colores. Estrellas. Sonrisas. Movimientos a la nada. La electricidad traspasaba nuestros cuerpos. Una chispa nacía en lo profundo de nosotros y cada vez más, se hacía grande, se expandía por cada parte de nuestro ser. El calor emanaba de nosotros. Una corriente nos seguía por las venas. El sonido nos obligaba a sentir el ritmo del baile. La música se apoderaba de nuestros huesos, los recorría como si nada, nos llamaba a bailar. El suelo se alzaba ante nosotros a cada paso que dábamos. Parecíamos locos, extraños por la música. Nuestros amigos estaban a nuestro lado. Las personas parecían desaparecer. Solo éramos nosotros en la pista de baile. Siente el ritmo. Siente la música. Siente la felicidad. Nada podía detener aquellos. Éramos una bomba juntos. El baile es un arma destructiva que nos unía. Y es que nadie sabe el poder que tiene la música para mover objetos. A nuestros pies todo parecía desaparecer. Bailábamos en el espacio. Nada nos rodeaba. No era momento de sentir miedo. Algo se apodero de nuestros cuerpos. No nos dejaba libres. Cada paso que daba era una enorme felicidad. Las horas se habían detenido. La noche es joven para dejarla morir, y nosotros también. El tiempo no acabaría. Caminé hacía ti. Nuestros cuerpos estaban a milímetros. Una energía nos movía, nos unía. Repetíamos los pasos una y otra vez. Esto se sentía también a tu lado. Un mundo lleno de misterios se alzaba ante nosotros. La música nos transformaba en personas distintas, capaces de vivir la vida plena y llena de felicidad. Esto es tan satisfactorio. Giraba mi cabeza en forma de círculos. Mi cabello volaba por los aires. Gritaba. Gritabas. El aire me acariciaba el rostro como si fuera una muñeca de porcelana. Una frescura se sentía en mí. Una electricidad nos sacudía al ritmo del sonido. Es que la noche es tan larga para vivirla. Nada tenía importancia alguna. No había preocupaciones. Nos volvía locos. El tiempo se retenía para nosotros. Las sonrisas salían de tu rostro. Esto se sentía tan dulce. No nos sentíamos solos. Mis piernas se coordinaban. Sentí como mi ser me dejaba ir a la música. Mis huesos se llenaron de ella. Sentí una vibra por todo mi cuerpo. Un enorme y satisfactorio escalofrío me recorría la piel. Mis brazos se alzaban sobre mi cabeza, bajaban y subían mientras movía mi cabeza de un lado a otro. Él me miraba con ojos grandes. La sonrisa salía de su rostro. Se acercó más. Y simplemente nos dejamos llevar por la música. Nuestros cuerpos se conectaban cada vez más. La sangre nos brotaba con mucha fuerza. Nuestros corazones bailaban al ritmo, se agitaban y se aceleraban con cada paso. Las cosas eran así, el ritmo nos movía y la música nos unía. Éramos solo uno, juntos. Una película se reproducía ante nosotros, siendo los protagonistas. Daba pequeños saltos. Mi cabello se movía sin un control alguno. Una electricidad me atravesó. Mis brazos se guiaban por el sonido, de un lado a otro, en ondas. Siente la música entrar por cada poro de tu piel. Quedémonos aquí. Siente la noche estancarse. Las cosas no parecían tener fin alguno. La música parecía guardar un secreto que contar a las estrellas. Los movimientos salían de mi cuerpo. Cada minuto era mejor que el anterior. Mi cuerpo se dejó caer al suelo. Mi alma parecía estar relajada. Me sentía bien conmigo misma. Una felicidad me atrapaba y se reflejaba en una enorme sonrisa. Me sentía libre en ese momento. Todo era satisfactorio. La música resonaba por todo mi cuerpo, por cada centímetro de mí. La adrenalina no me deja estar quieta por un instante, cada vez quería más. Me detuve a mirar un poco más. Esa sonrisa que inspiraba confianza, esa seguridad y esa energía me motivaba a seguir en pie, ahí, a su lado. Me movía mientras salía de la pista de baile. Mis pies llevaban el ritmo por dentro. Mis caderas seguían a mis piernas a cada paso. Aquello era lo más increíble que había experimentado. Me tomaste de la mano y diste un pequeño tirón hacía nuestros amigos. Se sentía extraño; tener los mismos amigos y por alguna razón jamás habernos conocido. Todos ellos sonrieron y aplaudieron cuando me vieron. Llevábamos una increíble energía por dentro. Seguíamos nuestros pasos. Las carcajadas salían y se mezclaban con el sonido de la música hasta perderse. No podíamos parar. La música nos había atrapado, nos había unido y no nos deja ir, y eso era magnifico. Todos dábamos pequeños saltos. La noche nos envolvió y la música nos acogió. Sentía cada sonido. Me miraba como si no fuera una extraña. Sonreía como si eso le gustara. Observe como se acercaba lentamente, de nuevo, hacía mí, al ritmo de la música. Estábamos hipnotizados, hechizados con aquel bello sonido. Una enorme tranquilidad me tomo. Me sentía liberada. Estabas cerca. Dabas pequeños pasos por el aire. Sonreías de oreja a oreja. Parecías jamás cansarse. Te detuviste enfrente de mí. Llevábamos el ritmo por dentro. Disté una enorme sonrisa y yo te la devolví.




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