12 cartas a la muerte

4. Engaño

Espeluznante pero calidad voz fue aquella que regocijo mis oídos llenándome de miedo e irónicamente esperanza, subí mi vistas con lo poco de ganas que tenía y pude ver aquel rostro, un rostro hermoso, con los mejores rasgos posibles, como si fuese pintado por el mismísimo Michelangelo por miles de años, cabello dorado, pero sus ojos mostraban otra faceta muy distinta, podías ver todos los pecados y males del mundo en una mirada seductora y maligna, su sonrisa que desbordaba soberbia peligrosa, en sus mejillas se podía divisar lágrimas antiguas, como si un río labrarse una montaña primigenia, esas lágrimas tallaron su rostro, ¿Acaso la muerte acudió a mi llamado? O solamente quiso llevarme en persona para burlarse de mí.

—Tu... ¿Eres la muerte? — le pregunté con mis últimos alientos.

—Calla y deja que te curé al menos parte de tu sufrimiento infinito.

Situó su hermosa y fría mano en mi cabeza y ahí perdí la vista de golpe, un frío terrorífico entró en mí congelando cada aspecto de mi incluyendo mi ser, conciencia y tiempo, pero no como aquel que sentí en mi lecho de muerte, sentí que nos habíamos ido de donde nos hallábamos y al quitar su mano de mi cabeza le pregunté:

—¿Dónde estamos?

—Bienvenido al Infierno.

—¿Si eres la muerte?

—No hagas esa burda comparación, soy aquel que en dónde la luz nace en preciosidad, aquel el más perfecto, aquel el que el Omega creo y desecho, aquel que adora a los humanos por su libre albedrío y libertinaje yo soy Lucifer.

—¿Por qué me has acudido a mis plegarias y en engaño, llevado mi cuerpo al lugar que menos deseo?

—Yo no soy como el que lo creo todo yo si escucho a la gente que necesita lo imposible yo escuché tus llantos coagulados, suficiente para invocar a tu servidor.

—La traerás de vuelta— le dije a aquel ángel caído depositando algo de mi esperanza en las palabras.

—No es tan sencillo yo solo escuché tus plegarias cuando insinuaste un trato, me encanta jugar con las desgracias de estas almas rotas, me excita ver como sus corazones y esperanzas revolotean en el azar independientemente si ganas o no, solo me gusta ver la desesperación asfixiante y agónica, juguemos.

—No quiero jugar contigo— Le dije, pues sabía yo que nada bueno saldría de esto, seguramente era un trampa para perjudicarme aún más.

—Lo sé, pero debes hacerlo sino ella permanecerá muerta y pronto llegará a las puertas del infierno, tu mismo la veras hervirse en mi caldera.

—No la subestimes, ella irá al cielo, dónde debe estar.

—Vives en mentira y te mientes a ti mismo, sabes que no crees en nosotros, además nadie entra al cielo.

—No te creo, eres el primer mentiroso y traidor— le dije tratando de alzar la vista.

—Me aburres, vayamos al grano “cuerpo vacío”, dime qué hora dice tu reloj.

—10:03 AM, posible gracias a dios.

—Te daré hasta las 12:00 AM para que aceptéis lo siguiente, jamás reviví alguien solo por qué me nació, tú me tendrás que convencer que le devuelva la vida, escribirás para mi doce cartas explicándome porque YO debería hacerlo, exprime todo tu ser y úsalo de tinta ya que no hay nada más ambicioso que yo y jamás lo habrá, si aceptáis, vais a tener doce horas para escribir, me vais a dar una carta por hora y solo te daré mi opinión, peor en la doceava carta daré mi veredicto, si no me convences, no sólo ella morirá, si no que tú también, aunque de igual forma lo harás, si declinas mi trato, ella morirá y te devolveré a tu mundo, dónde de todas formas morirás, ¿Dónde ganas tú? Solo si me convences los dos viviréis y volverás a tu felicidad.

Su oferta estaba llena de engaño, dónde viese había muerte, solo una salida para nada segura, puesto a que el veredicto lo da el mismo Lucifer, pero no había otra salida, él tenía razón, si no acepto moriremos, si acepto y fallo en convencerle igual moriremos, ¡Por qué expuse mi cuerpo a tal humillación! Aunque fue acudida mi súplica, que humillante respuesta he obtenido, obligado a realizar su trato, no tenía nada que perder ya estaba muerto y en el mismo infierno, además dijo que nadie entra ya en el cielo, ella no puede venir aquí, sin haber vivido una vida digna, no me queda de otra, someterme a su engaño y tratar de hacer lo imposible a puño y letras, usando de tinta mi dolor.

— Acepto tu engaño, fili aurorae.

 




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