12 cartas a la muerte

6. Primera Hora

“Mis primeras memorias solo son escasos recuerdos que raramente puedo traer de vuelta, de aquella vida dura que atravesé tan forzosamente pero sin darme cuenta de su dimensión, como aquel esclavo que nació y murió esclavo, jamás supo que ser otra cosa; Al atravesar aquella selva no tenía ni idea de lo que me deparaba el mundo ya que me acostumbré al sabor del hambre y de la sangre, al frío mortal, al aburrimiento, a esperar nada, al odio, al temor, a la soledad, a la enfermedad.

Poco a poco, escalón a escalón, de una triste escalera corroída en sus primeros peldaños, pero que al subir ya no es tan afectada por la naturaleza; Mis creadores luchaban por algo mejor, trabajaban duro, pero de igual manera lograban una y otra vez arruinar todo y yo como un niño en el gélido piso de un apartamento nada seguro, esperando un plato de comida.

Al cumplir mi docena no soporte y hui, no tenía mucho que llevar ya nada tenía, materialmente hablando, pues tenía tanto miedo que tuve que dejar algo de el atrás, aquellos ángeles de la guarda que protegen a los niños me parecían una farsa, que no existían y si existiesen, por favor denuncien al mío, si lo conocéis ya que no hizo su trabajo

Encontré un lugar donde quedarme, era como un refugio, donde podía quedarme, bañarme y dormir. La comida iba por mi cuenta, así que tuve que trabajar, conseguí un empleo ayudando a un cartero, muy buena persona, era ilegal hacerme trabajar, pero a quién le importaba, el me pagaba no con dinero sino comida, poca, pero comida, en fin.

Pero aquello realmente puro e importante, cuál era el estudio, me faltaba, por lo vivido obtuve cierta sabiduría, comprendí lo que era el mundo ya que lo viví de un modo distinto, pero aún me faltaba; El cartero el cual no nombraré, me inscribió en una escuela pública, según su director, la mejor escuela pública del país, allí fui aprendiendo muchas cosas.

Pero en ese lugar de aprendizaje fue donde conocí a mi alma y supe que tendría otra oportunidad de ser un ser humano de nuevo, aquel ángel perdido respondía por el nombre de Letizia, de la familia Carinni, una chica hermosa, ojos verdes como la primavera, cabello rubio que lucía como oro reflejado por el primer rayo de sol, piel blanca exquisita, con las pecas más adorables del mundo, la verdad es que es de otro mundo. Tan así, que cuando mis ojos recibieron su luz, todo en mí se maravilló, aquellos rastros de mi vida pasada, como el frío, las cicatrices, los temores y dolores, se habían curado, mi odio se convirtió en amor hacia ella yo no creía en dios, pero ahora creo en una diosa y ella era todo para mí, solo un segundo viéndola y mi vida cambió totalmente.

Para mi dicha infinita ella estaba en todas mis clases, no me podía concentrar, su presencia era abrumadora para mi corazón, mis notas bajaron, pero el costo era más que suficiente, he vuelto un poco de esperanza a mi vida. Y si, aquella era la dimensión de mi decepción a la vida.

Poco a poco fuimos siendo amigos, trabajamos juntos en varios talleres de la escuela, hasta que llegamos al punto de ser mejores amigos, fue ese momento cuando volví a sentir felicidad en mi cuerpo, siempre me esperaba a la entrada de la escuela, si yo llegaba y no estaba yo le esperaba y sin falta entrábamos al mismo tiempo, aquellos días era la medicina a mí miseria, esos días fueron curando lentamente todo mis pesares y aprecio infinitamente esos tiempos, una parte indispensable de mi vida, todo gracias a ella, pude seguir con mi vida sin oscuridad”

Esa era mi primera carta para él, llena de tristeza y una pizca de felicidad al gusto, le miré al caído para ver que tenía que decir y dije:

—¿Que te pareció?

—No pierdas tiempo y escribe la siguiente.

 




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