12 cartas a la muerte

8. Bosque de los sueños

“Poned tus pies en la tierra que de ahí pertenecen, hasta que seáis llamado, vivid del pecado y del horror de la vida humana y cuánto tu alma te lo ordene, cree en ella y la verdad se te revelará.

La decepción es solo la sobreexplotación de la esperanza ya que, esta es justa al nacer y el alma mía antes de conocer la incurable ya lo sabía.

En mis recuerdos la decepción era lo que es oscuridad es al universo, tanta era la dimensión de mis traumas, que la mera existencia de la palabra "esperanza" me resultaba insolente y repugnante, al punto de darme un asco grotesco porque para mí era un insulto.

Años tras años, muchas promesas rotas como una copa de cristal cayendo de la Torre Eiffel, escribieron con una daga en mi frente una desesperanza ferviente y en consecuencia, mi desconfianza al prójimo.

Desde el pozo desolado silbaba mis deseos, sin ser escuchados, pues estaban compuestos con notas gravísimas, fuera del círculo, miles de octavas de diferencia a lo común, para que los que escucharán tuviesen piedad de mis lamentos.

Cosas tan simples para la vida de un ser querido, para mi eran estocadas ardientes a mí corazón desnudo, para luego ser limpiadas con licores malditos y que el sufrimiento sea inalcanzable, pues, vida fácil se me negó y en la oscura neblina humana sollozaba mis penas a los tormentos de la esperanza, cuál recién nacido en su primera estrofa, que el mismísimo oxígeno le rompía en lágrimas yo ocultaba mi faceta humana en mi desolación, en purísima ignorancia.

Aquel sentimiento peregrino en mí se estableció y dejó de ser, solo un dolor en mí, muerte trisílaba, en agonía lenta, todo rastro de esperanza había sido caído en sequía como el Sáhara, si se me permite el símil. Negado a cualquier oasis existente ¡Pobre de mí!

A centímetros de mi final traspié y tu alma mía, llegaste en forma de tormenta, tan majestuosa y poderosa, que al mundo entero pudiste ahogar, calmando mi sed de fe, limpiando mi decepción y desesperación.

Con tu mano y tus alas me sácate de aquel mísero desierto de daños y me pusiste en el camino de una vida, junto a ti. Mi alma tan bella y empoderada, que cualquier puerta se abriría ante ti, sea del gélido sótano o del divino ático.

Claro que aquellas notas ya no están, pero las que escribiremos juntos serán imparables y la decepción no se encontrará más en mi léxico.

Abrí está puerta y al salir de este desierto, le sellé para siempre, lance la llave al mar de fuego y continúe con mi vida en dicha, no más caminar en desiertos vacíos para mi”

— Hay más desiertos que ese joven poeta, no ignores las posibilidades.

— Aunque mi alma no esté, se sabré como salir.

— Hay algunos que no tienen salida, que debéis pedir permiso y humillarte, exactamente cómo estás haciendo en este momento.

— Lo que digáis yo seguiré en mi Odisea escrita y con mis palabras te apuñalaré la verdad.




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