12 Clichés y 1 Historia de Amor

Por primera vez ❣

Quisiera algún día enamorarme.

Pero me toco nacer en la epoca en la que todo se reduce a la sexualidad y no la conección.

Nunca me había pasado pero había observado a los hombres acercarse a mis amigas con esos fines, no con la intención de algo lindo, sino de algo fugaz.

No se si yo era la unica rara que tenía ilusión de enamorarse. La había tenido desde que tenía memoria, a los 5, comenzó con el deseo de encontrar a un príncipe azul como en las películas de disney, a los 10, fue la fantasía de encontrar a un hombre que me amara como en las series románticas y a los 15, tenía la esperanza de poder conocer a un hombre sacado de un libro.

Posee de perfil frente al espejo e hice un gesto de desaprobación cuando noté lo horrible que era mi nariz. Sí tan solo fuera más bonita, quizás ya hubiera encontrado mi historia.

Sacudí mi cabeza. Debía dejar de hacer eso, de buscar lo peor en mí.

A veces era inevitable, mi mente era mi mayor hater.

“Complicado” era la mejor manera de definir mi miedo irracional por enamorarme pero también mi ilusión inocente de encontrar a un “príncipe azul”, una ilusión que venía acompañada de temor e incertidumbre.

Desvié la mirada, salí del baño y me dirigí a la cafetería.

Cuando tenía 12, había ideado un plan, sería la chica tímida y torpe y así se fijarían en mí.

Con el tiempo me di cuenta que fui timada, ser así hizo que nadie se interesara en mí.

—Antonio gusta de mí —escuché mientras me acercaba a Valentina.

—¿Enserio? ¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—Él se lo dijo a Christopher, quien se lo dijo a Michael y Michael se lo dijo a Roberto y me lo dijeron a mi.

—Vaya.

Intenté ocultar el sentimiento que me causaba saber que ningún chico se había fijado en mí alguna vez.

—¿Y tú? —pregunto dándole un mordisco a su emparedado. Cuando noto mi expresión de “yo que?”, prosiguió:—. Ya van tres semanas de clases, debe haber alguien flechado por ti.

No sabía qué responder. Podía fingir que no me importaba o que si había alguien que gustaba de mi, en cualquier caso, era mentira.

Quizás me tomé muy en serio eso de ser tímida, aunque se suponía que eso debía ser atractivo, ¿no?

Supongo que no. Eso ya pasó de moda.

Fui salvada por la campana que indicaba que el receso había terminado. Cuando entramos al salón, el profesor me pidió ir por el proyector. Mientras salía del aula escuche que pidió que entregaran los informes de laboratorio, iba a regresar para sacarlo de mi maleta cuando vi a Martina corriendo hacia el salón.

—¿A dónde ibas?

—A buscar el proyector. Creo que daremos tema nuevo. Pero pidió los informes.

—Bueno ve, yo busco el informe y lo entregó.

Accedí sin pensar en que quizás había algo que no quería que encontraran.

Regresé con el proyector y sentí que se me iba el alma cuando vi el diario rojo en manos de Martina. No me sorprendió que lo tomara, habíamos crecido juntas asique había la confianza suficiente como para que lo tomara y lo leyera.

¿Pero no la confianza suficiente para contarle sobre el diario?

No pude prestar atención en toda la clase. Mi mirada estaba en Martina, quien leía el diario sin que el profesor se diera cuenta.

¿Qué sería peor? Que lo leyera ella o que el profesor se diera cuenta y se lo quitara, causando que tenga que dejar de leerlo pero entonces lo leería él.

—¿Es tuyo? —me preguntó Martina cuando acabó la clase.

—Era de mi mamá.

—Ahora lo entiendo todo, por eso el sueño de enamorarte.

—¿No crees que es algo tonto? —pregunte con inseguridad, ¿quien tiene un sueño así?

—Creo que es valiente. Todos queremos enamorarnos en algún punto de la vida, pero nadie está realmente dispuesto a aceptarlo, a admitir que queremos un final feliz.

—¿Me perdí de algo o porque seguimos en el salón? —preguntó Valentina acercándose.

—Quiere tener novio —respondió Martina, señalándome.

—No, yo…

—De hecho, quiere tener 12 novios —me interrumpió.

—¿Qué?

—Despacio velocista, esto es mucha información para mi —dijo Valentina—. ¿Podrían explicarme cómo pasamos de no interactuar con ningún hombre a querer 12?

—¿Le dices tu o prefieres que le diga yo? —me pregunto Martina.

Respire hondo.

Habíamos sido amigas por mucho tiempo, aun cuando yo no pertenecía a ese grupo de chicas populares y sexys a los que sí pertenecían ellas dos (yo solo era miembro porque siempre había sido amiga de Martina), había algo de confianza.

¿Hubiéramos sido amigas si nuestras madres no lo hubieran sido?

—Cuando mi madre era joven, quería vivir una historia de amor de cuentos, ella solía ser muy analítica así que dedujo que si existen 27 tipos de hombres, en promedio, solemos conocer 12. ¿Y si el amor de nuestra vida estuviera en uno de esos 12 prototipos? Hizo una lista con 12 de sus clichés favoritos y la idea era conocer chicos que cumplieran con esos estándares hasta encontrar el indicado.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Valentina intrigada.

—Su primer chico era el estereotipo del popular, capitán del equipo; ella era animadora y no necesito conocer a nadie más, por muy cliché que parezca, encontró al amor de su vida en el primer intento.

—Entonces haremos una lista con 12 clichés románticos y tu alma gemela será uno de ellos? Suena… interesante.

Sonreí ante la posibilidad tonta de que resultara, de que encontrara mi historia de amor, una historia intensa y apasionante.

—No lo haremos porque eso solo fue suerte.

—¿Solo fue suerte? —preguntó Martina—. Supongo que lo conservas porque solo fue suerte y no porque quieras enamorarte también.

—Mi mamá y yo somos muy diferentes. Ella era sociable, era como ustedes, yo soy… —patética—. Olvidenlo. Nos vemos después.




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