Corría ya el año 2006, el invierno había llegado a su fin y la primavera comenzaba a hacerse notar, los pocos árboles que había en la calle se estaban cubriendo de coloridas flores. Aunque en esa parte de la ciudad, la mayoría del tiempo estaba cubierta de nubes, la primavera era igual de fría que el resto de las estaciones. Los días soleados eran contados con los dedos.
En la ciudad de Londres, Inglaterra, en la calle Salvie Row, calle conocida por ser habitada por conocidos sastres de la época antigua. En ella, en una de las tantas casas vivía una hermosa joven. Una chica que a simple vista no superaba los veinticinco años. Amelie tenía el cabello largo, un poco más arriba de la cintura, claro con algunas ondas, ojos grandes y de un bonito color claro, pestañas largas y nariz respingada con algunas pecas sobre esta. Labios pequeños, casi siempre pintados con labial de color rosa.
Ella llevaba algunos meses meditando sobre sus planes para el futuro, a donde le llevaría su destino, teniendo esos pensamientos que le hacían sentir confundida, después de tanto pensar y pensar decidió por fin ser libre y vivir por cuenta propia, ser alguien independiente.
Había terminado hace poco su carrera de diseño de modas, saliendo de la universidad con grandes honores, una de las mejores estudiantes de su clase, razón por la que algunas casas de modas le habían ofrecido un empleo y claro no dudo en aceptar una buena oferta que le ayudaría a sobrevivir lejos de su padre.
Quien constantemente le repetía que sin su ayuda y sin su financiamiento, ella no lograría llegar a ninguna parte, esas palabras tan solo la motivaban a alejarse más de ellos. Su familia era la razón de sus constantes desvelos. Las humillaciones en ese lugar eran algo de todos los días.
Ahora buscaba una zona lo suficientemente alejada de la ciudad, necesitaba un lugar tranquilo en donde estar a solas y poder realizar sus sueños y claro para olvidar los malos momentos que había pasado junto a su padre, un hombre adinerado, pero cruel con ella y los demás que le rodeaban.
Ese hombre se caracterizaba por ser una persona manipuladora, egocéntrica y demasiado arribista para su propio gusto. Las personas que le rodeaban vivían en un constante miedo de ser despedidos o humillados por cualquier absurda razón.
Por otro lado, estaba su adorada madre, una mujer que solo estaba interesada en los lujos y la buena vida, en las nuevas tendencias de moda en costosas e innecesarias cirugías plásticas. Ya había perdido la cuenta de cuantas se había realizado, pero desde que tenía memoria, esta se la pasaba en el quirófano. Ya apenas recordaba cómo era el rostro de su madre hasta hace unos años, estaba totalmente irreconocible.
Tenía más que claro que para su madre ella solo era un error que jamás debió existir. Al menos eso era lo que ella lograba percibir, pero todas esas cosas eran demasiado obvias, no era necesario ser un genio para darse cuenta, las actitudes de desagrado resaltaban a la vista.
Demasiados años a su lado le hicieron ver su verdadero rostro. Falsedad, arribismo e hipocresía. Se supone que una madre debe ser gentil y amorosa, en cambio ella era cruel y despiadada con su propia hija, bueno no con su hermana, a ella le cumplían cada uno de sus caprichos, era la consentida de la familia. La perfecta, aun cuando había cambiado de carrera en tres ocasiones y había terminado embarazada a temprana edad, para ellos. Era la mejor de todas.
Las paredes de aquella casa eran lo suficientemente delgadas para poder escuchar todo lo que sus progenitores decían acerca de su persona. La falta de afecto de estos hacia ella terminó por alejarle, tanto de él como el resto de su familia. Se lograba percibir aquella tensión, el rechazo de cada miembro de su familia se lograba sentir en cada rincón de esa casa
¿Cómo demonios se podía ser feliz así? No era posible, las sonrisas fingidas ya se habían vuelto una rutina insoportable de la que ya deseaba escapar. Fingir que eran una familia feliz tarde o temprano saldría a la luz, todos quienes les rodeaban, en algún momento descubrirían que todo eso era una completa farsa.
¿Quién en su sano juicio podía seguir viviendo de esa manera tan agotadora? Su salud mental estaba en juego, necesitaba con urgencia paz, lejos de esas personas que se encargaban de dañarla a diario. Las cosas tarde o temprano le pasarían la cuenta. Pero de todas formas ir al psicólogo no era una opción, el sentarse en un sillón usado por cientos de personas y contarle las desgracias de su vida un desconocido no era algo que pasara por su mente, aunque en más de una ocasión lo había considerado, pero pasado un tiempo todas esas ideas desaparecían de su mente como por arte de magia.
Durante bastantes meses se dedicó a buscar por varios lugares a lo largo de todo el país, con diferentes personas y en distintas páginas, pero de cierta forma ninguna de las opciones tenía lo que ella estaba buscando, todas las opciones que las páginas ofrecían no lograban ser de su agrado. Hoteles de mala calidad con fachadas nada agradables, casas ubicadas en buenos vecindarios, pero la mayoría cercanas a la casa de sus padres y lo que menos deseaba era estar cerca de ellos.
Todo hasta ahora era común y corriente, deseaba algo que le inspirara, necesitaba esa chispa que encendiera su imaginación. Estaba por dejar su búsqueda hasta que se topó con aquella gran mansión alejada de todo. Tal como ella quería. Ubicada al sur de Londres, llegando a la zona más rural del país. Donde apenas si vivían un par de familias a kilómetros de distancia. Un paraje desolado y aislado con todo contacto con el resto de la sociedad. Un lugar frío, pero eso era lo de menos.