Los días siguientes tuvieron un transcurso tranquilo, la calma en ese hogar comenzaba a sentirse por primera vez en muchas semanas, tal vez sí podrían llegar a convivir como personas civilizadas sin tener que llegar a discutir cada cinco minutos. Ni el moreno ni la chica cruzaban sus miradas. Se evitaban a costa de todo. A pesar de que sus encuentros eran constantes y que en repetidas ocasiones se topaban en los pasillos, aun así, ninguno era capaz de detener al otro para poder hablar. Aun cuando ambos morían por compartir una charla. Era incomodo, pues la presencia del uno y el otro molestaba a ambos de una u otra forma se querían lejos, pero a la vez cerca, una relación de amor y odio imposible de describir, al menos hasta ahora ninguno de los dos tenía realmente claro lo que pasaba por sus cabezas.
El día estaba nublado, una fría brisa fresca pasaba por entre medio de las hojas de los árboles y un fuerte viento hacía que las ramas chocaran contra las ventanas. Causando uno que otro susto a la chica, seguido de pequeños sobre saltos que terminaban con su corazón acelerado y unos cuantos rayones al boceto que tenía en su libreta. La joven chica estaba sentada junto a uno de los grandes ventanales, manteniendo sus piernas abrazadas en todo momento, sobre sus piernas una manta cálida y a su lado una taza de café caliente, además de su portafolio con los nuevos diseños que había creado, inspirados en aquella disfuncional casa, sus nuevos vestidos estaban listos y esperaba que estos causaran sensación.
Estaba tranquila mirando hacia las profundidades del bosque, disfrutando de ese frio de inicio de invierno. Esperaba ver pronto la nieve caer, seguramente aquel prado se veía hermoso cubierto de blanco. No prestaba mucha atención a lo que acontecía a su alrededor. Una sombra interrumpió su tranquilidad, aquel silencio que le acompañaba. La jalo hacia el botando la taza de café al suelo, la misma que se rompió en varios pedazos, esparciendo el caliente líquido por el suelo de madera.
Mauro era el telepata de la familia, era quien se encargaba de saber los planes del enemigo. Razón por la cual era uno de los mejores elementos de la familia. Uno de los eslabones más fuertes junto a Philiph. Mauro era uno de los hermanos más altos de la familia, poseía rasgos toscos, pero al igual que los demás era atractivo. No tenía un cuerpo tan tonificado, era delgado, pero eso no quitaba la fuerza sobrehumana que poseía. Tenía su rostro cubierto de lunares, tantos que podía pasar una vida contando estos. Amelie giro la vista encontrándose con los ojos de este, no estaban al rojo vivo, ahora mostraban su verdadero color. Tenía heterocromía, uno de color azulado y el otro marrón. Mauro le dedico una sonrisa dejando ver los hoyuelos en sus mejillas, tan solo para darle tranquilidad.
Los demás hermanos no tardaron en aparecer. Aquel chico de grandes mejillas y mirada angelical; solo la mirada claro, sostuvo su mano para que intentara calmarse, solo le dedico una sonrisa y esta logro calmar sus nervios. Sam al lograr calmarla se retiró sin pronunciar palabra alguna, no era de los más habladores. Dante, se acercó a ella rodeándole con sus brazos luego de que Mauro la dejara ir. Debían bajo cualquier método ocultar el aroma de la chica, ese delicioso perfume que emitía su cuerpo, aquella adictiva fragancia que comenzaba a atraer la atención de un montón de depredadores, quienes lo que querían era tener ese cuerpo en sus manos o garras. Destrozarlo, miembro por miembro. La compasión no era parte de los pensamientos de esas criaturas. La sangre de Amelie era especial, mucho más de lo que ella pensaba, no era tan ordinaria. André se abrió paso entre los hermanos hasta quedar en el centro de la sala. Amelie no necesitaba tener ninguna clase de don para darse cuenta de que el mayor de los hermanos estaba angustiado, podía notarlo en su mirada.