Capítulo 9. Editado.
Los hermanos tomaron al joven nómada como su prisionero, mismo que fue encerrado en la cámara subterránea la cual solo podía ser abierta por Dante y André. Dentro de ese lugar estaría lejos de Amelie y claro no tendría posibilidad alguna de fugarse. Lo poco que sabían fue informado al líder del clan y al resto de los hermanos, nadie comprendía lo que sucedía, la duda estaba en los rostros de cada uno, incluso de Caleb y Philiph, quienes se cuestionaban lo mismo, de qué demonios hablaba ese maldito chupasangre.
El líder ordeno que le trajeran ante él, comenzarían con el interrogatorio, le sacarían hasta la última palabra y si no hablaba lo único que le quedaba, era una muerte lenta y dolorosa. Algo en lo que eran bastante buenos. Philiph era experto en aplicar tortura, él era bueno en eso. No por nada había inventado varios métodos de tortura en la época medieval, muchos de ellos usados durante la inquisición. Se sentía orgulloso de sus logros, aunque claro sus víctimas no estarían de acuerdo con él.
- Quiero que nos digas todo, no omitas absolutamente nada, ni intentes mentir, sabremos si intentas hacerlo. — Murmuró una vez que el chico estuvo de rodillas y atado de manos, algo estúpido en verdad pues aquello no serviría de nada, él era tan o más fuerte como todos ellos, la única desventaja le superaban en número. De lo contrario ellos estarían acabados.
- Esa chica frente a ustedes, a la que consideran una simple humana. — Se burlo, pues seguía considerando estúpida a esa raza de inmortales. — Ella es la descendiente de la mujer que estaba en el cuadro, es la heredera del reino perdido. Todos esperan por ella y ustedes la mantienen aquí, en peligro en esta pocilga.
- ¿Cómo podemos confiar en tus palabras? –Cuestiono el líder del clan. —
- La he estado siguiendo desde siempre. Desde que vivía en la ciudad, he seguido su sombra, lamento no haber estado antes, había perdido su rastro, la peste de estos lobos cubre bastante bien su aroma, pero no lo suficiente. Aun cuando son tantos logré captar su aroma y al parecer no he sido el único que lo ha captado, pobres. – Soltó una risa burlona mientras veía de forma fija al alfa antes de volver a girar la mira hacia ella. — Mi trabajo es ser su protector, es para lo que vivo mi razón de ser es solo esa. Cuando la deje en esa casa, con esos humanos hace ya veintidós años, he estado entre las sombras vigilando que nadie le hiciera daño y lamento no haber hecho bien mi trabajo.
- ¿Hablas en serio?
- Claro que hablo en serio ¿Qué? Acaso al ver a aquella mujer ¿No encontró un parecido increíble? Usted posee sangre real, por eso tantas bestias desean su sangre, es la razón por la cual quieren matarla. Es descendiente directa de la Reina Stella.
- Mientes. — Caleb salió de entre sus hermanos y sin motivo alguno propino un golpe en el rostro del indefenso chico. —
- Tú no te metas. — Amelie empujo a Caleb, inútil acción pues eso no hizo mucho. — Esto no te incumbe, quiero estar a solas con él y no se atrevan a intentar escuchar o acercarse, el me dirá si están cerca. — La rubia se posiciono tras el retirando aquellas cuerda que le apresaban, el chico se puso de pie, les dedico una mirada de burla a todos ellos, en especial a Caleb quien mantenía una expresión de desagrado y sin más siguió a la chica hasta su dormitorio.
Marcus era un vampiro de aspecto imponente, con rasgos asiáticos que resaltaban su singular belleza. Su piel era pálida como la luna, pero su tono tenía un matiz ligeramente dorado, como el marfil antiguo. Sus ojos, profundos y penetrantes, eran de un color oscuro y misterioso, como la noche sin estrellas. Las cejas finamente arqueadas le conferían una expresión de seriedad y sabiduría, mientras que sus pómulos altos le daban un aire distinguido y aristocrático.
Su cabello negro como el ébano caía en mechones sedosos alrededor de su rostro, enmarcando sus rasgos angulares y perfectos. Aunque su apariencia era joven y eternamente inmutable, había una sensación de antigüedad en su mirada, como si hubiera visto siglos de historia pasar ante sus ojos.
Marcus poseía una estatura alta y esbelta, con una presencia que irradiaba poder y gracia. Su porte era impecable, con cada movimiento calculado y elegante, como si estuviera siempre en control de cada aspecto de su ser.
A pesar de su belleza indiscutible, había algo en su mirada que transmitía un aura de peligro y misterio, recordando a aquellos que lo miraban que, detrás de su atractivo exterior, se encontraba un ser sobrenatural con un potencial letal.
Ambos subieron hasta los aposentos de la chica, los demás solo se quedaron ahí, alertas a cualquier cosa intentando creer lo que ese idiota les estaba diciendo. Ya en el interior del cuarto, ambos tomaron asiento sobre la cama, bueno al menos ella. El por su parte se quedó de pie frente a ella, manteniendo la cabeza agachada. El silencio perduro por unos cuantos segundos, hasta que el chico de cabellos negro abrió la boca.
- Espero que mis palabras no sean tomadas como una asquerosa y vil mentira o una excusa para mantenerme con vida. Le prometo que estoy siendo honesto.
- Es algo difícil de creer, cuesta creer que soy la heredera de un reino, yo solo soy una chica común y corriente. Digo estudie en una preparatoria privada y tuve una vida de lujo, pero ¿De la realeza? La única realeza que conozco es la Reina Isabel y su familia.
- Pues no lo es, usted no es para nada corriente. – Comento mientras se acomodaba de rodillas frente a ella. — en serio princesa, no logro comprender como es que esta aquí con ellos. Ese chico que me golpeo mato a nuestra reina, ellos acabaron con la vida de mi lady hace ya muchas lunas, no puedo permitir que pase lo mismo con usted, debe irse de este infierno.
- Ellos no van a hacerme nada, están protegiéndome, lo has visto hoy. Este es mi hogar, aunque sea cierto todo lo que me estás diciendo no puedo irme de aquí, menos dejar a quien amo solo.
- Venga conmigo. aunque sea para conocer su hogar, su verdadero hogar. Solo le pido eso, que visite su hogar.
- Iré, pero solo con una condición, mi amado y dos de los chicos vendrán conmigo. Serán mi escolta, por así decirlo.
- De acuerdo, lo que usted ordene yo lo voy a acatar.