12 lobos

Capítulo 20, final. Editado.

Los años que habían pasado juntos seguían latentes en su memoria, los recuerdos eran ráfagas en su memoria que se repetían constantemente, como una película, una que quería ver una y otra vez. Los años que había pasado junto a Amelie habían sido sin lugar a duda los más perfectos de todos, para ambos su vida juntos había sido excepcional y llena de vida.  Caleb la añoraba a diario. La casa de ambos estaba llena de recuerdos que solo le traían alegrías, recordaba cada beso como si pasaran en el momento.

Quienes los conocieron veían en ellos a la pareja perfecta, llena de vida y amor. Un amor incondicional que mutuamente se entregaban día a día desde que habían decidido iniciar su vida juntos, como una familia. Ambos se protegían y cuidaban, eran el uno para el otro. Y a pesar de las diferencias entre ambos y del inicio de su historia había sido un caos, llena de dificultades y odio, habían tenido un final lleno de amor y recuerdos inolvidables. Esa era la historia de amor que cualquiera querría conocer.

El amor entre Caleb y Amelie era una fuerza poderosa y profunda, una conexión que parecía trascender el tiempo y el espacio. Sin embargo, como en todas las historias, llegó un momento en el que su relación enfrentó su propio final, más temprano de lo que habrían deseado.

A pesar de su amor inquebrantable, se encontraron enfrentando desafíos que parecían insuperables. Las pruebas de la vida los pusieron a prueba una y otra vez, llevándolos al límite de su resistencia y determinación. Aunque lucharon con todas sus fuerzas por mantenerse juntos, el destino tenía otros planes para ellos.

El final llegó de manera inesperada, como un golpe devastador que los dejó aturdidos y desconsolados. A pesar de todos sus esfuerzos, no pudieron evitar el trágico desenlace que separó sus caminos y los dejó enfrentándose a la realidad de un futuro sin el otro.

 

Para Caleb y Amelie, el final de su historia fue un recordatorio doloroso de la fragilidad de la vida y la impermanencia del amor. Aunque su tiempo juntos fue breve, el impacto de su relación perduró mucho más allá de su separación, dejando una huella indeleble en sus corazones y en sus vidas.

Aunque su historia llegó a su fin, el amor que compartieron nunca desaparecerá. Vivirá en los recuerdos y en los corazones de aquellos que los amaron, recordando siempre la belleza y la intensidad de su amor, y la fortaleza que encontraron el uno en el otro durante los momentos más oscuros y difíciles de sus vidas.

La vida de la rubia tenía su tiempo límite, el destino le había dado todo lo que había soñado. Caleb, quien sostenía en una de sus manos a aquel pequeño niño, de rasgos finos, piel de porcelana, ojos tan claros como los de su madre y labios carmesí, además de una sonrisa encantadora. Quien ese día estaba cumpliendo cuatro lindos años.

 

Lorcan, cuyo nombre se le había otorgado por su madre, pequeño y feroz, valiente guerrero. Su nombre era potente. Poco antes de su muerte, Amelie había escogido ese nombre, poseía la belleza innata de la misma y ciertas cualidades heredadas de su padre que fueron descubiertas por mera casualidad, pues él no esperaba que su hijo heredada los dones familiares. Si aquel pequeño niño había heredado las habilidades de su padre, poco a poco estaba aprendiendo a controlar sus rabietas que terminaban en un pequeño lobito color marrón claro correteando por la playa. Persiguiendo aves y huyendo de las olas y claro también de su padre a quien se le dificultaba atrapar al pequeño. Totalmente descontrolado, lleno de energía, como cualquier niño, bueno aquel con mucha más de la normal en un pequeño de cuatro años. Él era un joven lobezno que sería un digno heredero del legado de su familia.

 

Ambos llevando un ramo de flores en sus manos, avanzaban por el cementerio de la ciudad, el que visitaban cada año desde aquel fatídico día. A paso lento, manteniendo la calma en todo momento y como había prometido, ser felices, eso se veía reflejado en la enorme sonrisa en los labios del moreno, ambos en dirección a la tumba de su querida madre, no era el mejor lugar para celebrar el cumpleaños del pequeño, pero se había convertido en una tradición ya.

Una que no se rompería con facilidad, al fin y al cabo, el moreno era alguien que cumplía con sus promesas. Se detuvieron frente a una tumba repleta de flores de colores, algunas fotografías de su madre, y unos cuantos globos que se mantenían intactos a pesar del paso del tiempo. Bueno este pagaba bastante a los celadores para que mantuvieran ese lugar reluciente. Ella lo merecía, aun cuando yacía bajo tierra, su lugar de reposo tenía que verse hermoso, tal como lo era ella.

 

  • Saluda a mami Lorcan. — Dijo Caleb quien depositaba el ramo de flores sobre la lápida de su fallecida esposa, donde permanecía una fotografía de esta.
  • Hola mami, mira ya estoy más grande. — Dijo aquel risueño niño imitando la acción de su padre. —  
  • Lo está, te extrañamos Amelie, te necesito conmigo. – Un suspiro pesado escapo de su boca y en un intento de contener las lágrimas mordió con fuerza su propio labio. —  Cada día que pasa me haces falta— Comento el moreno, su voz se había quebrado y de inmediato dejo caer algunas cuantas lagrimas las que fueron secadas por su pequeño, aquella pequeña mano que sirvió para hacerle sentir mucho mejor. —  Volveré a casa con mis hermanos, ellos aún no saben lo que paso, ni conocen la existencia de Lorcan, creo que ya es tiempo de volver ¿No crees? Pero vendremos a verte todos los años ¿Cierto? – Dijo este mientras cargaba al pequeño entre sus brazos presionando sus labios contra su rosada mejilla.
  • Si mami, cada año seré mucho más grande, y podré venir solito pronto.
  • Así es. Te amo Amelie, donde quieras que estes, por favor continúa cuidando de nosotros.




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