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—¿De qué tienes miedo?

Gulf se había sentado junto a Mew en el borde de la fuente. La tarde estaba tranquila y fresca. Solo un par de personas se veían colina arriba.

—Tus padres no quieren que tú y yo seamos... amigos.

—Ya te lo he dicho, vivo con mis abuelos y nunca me ha importado lo que la gente diga...

—¿ Ni tus padres...?

— Si mis padres no entienden que lo que me hace feliz eres... es hablar contigo...no es mi problema. Es de ellos... Y a ti tampoco debería importarte.

— Pero me importa.

—Sí, claro , te importa mucho. Y me lo has demostrado muchas veces, —se burló Gulf —escapándote conmigo de la clase de gimnasia o entrando furtivamente por mi balcón aquel día en que te enteraste que estaba enfermo. O reparando la bicicleta cuando aquel camión me empujó del camino y me la rompió... No te importaron los gritos de mi madre cuando me la trajiste como obsequio arreglada.

— Siempre amaste esa bicicleta.

—Siempre te he amado a ti...— dijo Gulf de repente.

Mew sintió que iba a desmayarse así que inventó una excusa y se alejó corriendo.

— Hace mucho debí decírtelo... ¡Lo siento!—gritó Gulf—Cuando vi ese auto acercándose creí que había perdido mi oportunidad pero ahora tengo todo el tiempo del mundo y no lo voy a desaprovechar...