13 + Uno Antes del Kaos

4. Kapital

Si pudiera echar el tiempo atrás, le pediría a Quetzali que cruzásemos la frontera con el coyote, una vida de ilegales en Estados Unidos sería mejor que esto. Tendríamos menos dinero pero seriamos más felices. El daño causado a otros me esta empezando a pasar factura. Las vidas arrebatadas son dagas clavadas en mi espíritu, los rostros de mis víctimas me visitan durante las largas noches de insomnio.

El agua en la palma de las manos se siente fría, me limpio la cara con ella, sentir su frescor me relaja la expresión, endurecida por la mala vida y los hábitos nada saludables. Mojo mi cabello oscuro y me peino para atrás con las manos. Los ojos rojos por la falta de sueño, me limpio lo mejor que puedo y salgo del baño del Boeing de aeromexico con destino a la capital de España. Las azafatas se ven atareadas alimentando al pasaje. Las largas horas sobrevolando el Atlántico han dejado una estampa de gente dormitando en grotescas posturas por todo el avión, recorro el pasillo mirando a los viajeros, imagino la clase de vida que llevan unos y otros solo por su apariencia, juzgándolos a todos, es entonces cuando lo veo.

Un sujeto de unos treinta llama mi atención entre todos los presentes, dormita en su asiento mirando al techo con la boca abierta. En el cuello, tapado por la camisa, le sobresale un tatuaje con lo que parecen el numero uno y el ocho. No puede ser una coincidencia. Recorro con la mirada analizando al resto de pasajeros, parece que está solo.

Mi asiento está dos filas más atrás, me acomodo manteniendo la cabeza fría, estamos en mitad del océano rumbo a Europa, necesito pensar.

Las instrucciones fueron claras, activar el celular cuando llegue a Madrid y esperar, nadie dijo nada de un tipo de La Dieciocho entre el pasaje. Observo al hombre, duerme despreocupado, si lo hubieran mandado a darme caza dudo mucho que dormitase, o eso es lo que quiero pensar.

¡Carajos! Murmuro entre dientes.

—¿Té o café, señor? —pregunta una sonriente azafata sacándome de mis pensamientos.

—Café, por favor —respondo automático.

El cansancio acumulado combatido a base de café, el tiempo parece detenerse dentro del avión, el ruido constante de los motores del aparato me devuelven a las calles de Guadalajara, cierro los ojos solo un segundo para pensar, no es nada más que un minuto, me engaño a mi mismo.

Las largas horas de viaje y la falta de descanso finalmente hacen que caiga en un sueño ligero y nada reparador, la incomoda postura y el tipo de La Dieciocho me impiden relajarme.

Despierto sobresaltado al darme cuenta que me he quedado dormido, ¡como he podido ser tan estúpido!

Busco al dieciocho con la mirada en su asiento y no le veo por ningún lado. Me pongo de pie sin pensar y me llevo la mano a la cintura en un acto reflejo buscando la nueve milímetros, una costumbre adquirida por la vida de malandro que llevo, sentirme desarmado me pone nervioso.

Busco al tipo por todo el avión, estudio a los viajeros, quizá no viaje solo. No lo encuentro por ningún lado, regreso a mi asiento enojado conmigo mismo por mi torpeza tras darme una vuelta por todo el avión, los sentidos alerta, dormirme con un dieciocho cerca es un error imperdonable.

—Llegaremos a Madrid en treinta minutos —anuncia el piloto gringo por los altavoces en un mal español.

Al cabo de un rato el tipo de La Dieciocho toma asiento proveniente del lavabo, parece despreocupado, quizá este exagerando con todo esto.

—Ya verás como todo sale bien —me dice la viejita que tengo sentada a mi lado.

—¿Disculpe? —pregunto sin entender.

—El aterrizaje —responde la señora mirando a mi pierna que muevo insistentemente sin reparar en ello —ya veras como aterrizamos sin problemas.

—Si si, claro —digo devolviéndole la sonrisa y cruzando las piernas para detener el movimiento involuntario.

Fijo la mirada en las blanquecinas nubes del exterior intentando distraerme, se empieza a divisar España allá abajo, la primera vez que visito la capital en junio. El aterrizaje, tal y como mi vecina de asiento pronosticó, se resuelve sin sorpresas. La señora me sonríe asintiendo con la cabeza satisfecha. Si supiera como me gano la vida no sonreiría tanto. Me persigno nada más tocar tierra, agradecerle al señor un día más es algo que hago a diario.

La larga cola que se va a formar ante los mostradores de inmigración me hacen tomármelo con calma, vigilo al vato de La Dieciocho en todo momento desde la distancia. Decido pasarme por el baño al ver que el tipo se pone a hacer cola sin girarse a mirar ni una sola vez desde que abandonamos el avión.

Salgo de hacer mis necesidades y me lo encuentro lavándose las manos, cuando entré estaba haciendo cola y ahora esta frente al espejo, la voz de mi mentor suena con fuerza en mi cabeza alertándome. Las paredes y el piso están cubiertos con azulejos negros y blancos, el lavabo metálico de una sola pieza, las alargadas lámparas mantienen el lugar bien iluminado, camino detrás del dieciocho y sin pronunciar palabra me abalanzo sobre él golpeándole con el puño cerrado la parte trasera de la cabeza. Amarro al tipo por el cuello con el brazo izquierdo y le aplico una llave de estrangulamiento mientras reviso con la mirada el lugar. Continúa vacío, perfecto. Arrastro al hombre al inodoro sin dejar de estrangularle, intenta zafarse de mi abrazo retorciéndose y lanzándome golpes a la cara y la cabeza, mi corpulencia juega a mi favor.




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