16 de Enero. (Relato completo)

16 de Enero.

A Claudia le pareció escuchar la puerta, y tras un instante de duda, decidió ir a comprobarlo.

Al abrir la puerta, ahí estaba él, con el pelo enmarañado y una sonrisa colmando su cara.

-¡Hola!

-Hola..., Diego.

-¿Puedo? —Inclinó su cuerpo hacia el interior.

-Supongo. —Se hizo a un lado.

Diego pasó al interior y miró en todas direcciones.

-Está todo casi como lo recordaba.

-Las cosas no cambian tanto en un año...

-Bueno, un poco sí.

Diego se detuvo en el pasillo, observando el cuadro que había colgado.

En el lienzo había una representación muy concreta, con un realismo abrumador, tal era su condición que llegaba a parecer una imagen real.

La litografía mostraba una habitación vacía con una perspectiva lineal de tres puntos, con una ventana representada al fondo, utilizada como punto de fuga, y una mesa en el centro, donde había una vela apagada y una flor marchita. Tras la ventana se podía admirar un cielo nublado y un árbol sin hojas.

-¿Qué...? —Interpeló al ver cómo admiraba la obra.

-Es... —Buscó el término apropiado. — Sombría.

-Me gustó y la compré, no le des más importancia.

-Claro...

Diego siguió avanzando hasta el salón, al entrar tomó asiento en el sofá.

-¿No te sientas? —Preguntó al ver que Claudia se detenía frente a él.

-¿Por qué has vuelto...?

-Ya te lo dije, vendré todos los años, siempre el mismo día, el...

-El dieciséis de enero... —Terminó la frase interrumpiéndole. — Ya lo sé. —Comentó con cierto disgusto.

-Exacto. —Sonrió veladamente. — No sé porque te sigues sorprendiendo, he venido los últimos seis años, ¿no?

-Sí...

-¿Te molesta?

-No... No sé... Sigue pareciéndome extraño...

-Yo sí que te extraño... —Diego la miró fijamente.

-¿Qué quieres, Diego?

-Lo de todos los años, cariño. Ver cómo estás.

-Pues ya lo ves...

-¿Este año has conducido?

-No...

-¿Siguen sin gustarte los coches?

-Si ya sabes la respuesta, ¿por qué me preguntas?

-365 días dan para mucho. Puede que hayas cambiado de opinión.

-No es el caso...

-Ya... —Diego miró el salón, advirtiendo que había una foto nueva sobre la chimenea. — ¿Cómo está Alejandro?

-Está muy bien. Ha crecido mucho. El año que viene será su primer año de instituto.

-Qué bien. Tú sobrino parece un chico estupendo. Ahora te necesitará, es una nueva etapa.

Claudia asintió levemente.

-¿Te sientas, por favor? No me gusta tener que mirar hacia arriba.

Claudia aguardó unos segundos, hasta sentarse frente a Diego, en el sillón monoplaza.

-¿Y qué me cuentas? Un año da para mucho, tendrás mucho que contarme.

-¿Qué quieres saber? —Preguntó con apatía.

-¿Qué tal el trabajo?

-Bien. Me han ascendido a directora ejecutiva.

-¡Eso es estupendo! —Le agradó recibir la noticia. — Te lo mereces, siempre has sido muy trabajadora.

-¿Estás siendo irónico...?

-¡Para nada! ¡Claro que no!

Claudia le miró fijamente para ver si oscilaba.

-Antes te molestaba que me obsesionase con el trabajo.

-La mayoría de veces solo quería fastidiarte. —Se le escapó una risita. — Siempre me ha gustado tú determinación. Siempre has conseguido aquello que te has propuesto.

-Bueno..., no siempre. Pero lo intento.

-¿Sigues practicando fotografía? —Observó la habitación, percibiendo la ausencia de imágenes.

-No...

-¿Y eso por qué? Tus fotos son increíbles. Aunque... —Revisó la habitación una vez más. — Veo que ya no las pones a la vista.

-He estado ocupada... —No quería tener que justificarse.

-¿Y bailar? ¿Sigues bailando salsa?

-Ya me lo preguntaste hace unos años y te dije que no... —Enunció con cierta irritación.

-Pensaba que quizá habías cambiado de opinión.

-Pues no...

-Pues es un error. Me encantaba verte bailar, ya sé que yo no fui el mejor compañero de baile, pero siempre disfrutaba.

-Sí..., lo recuerdo. Eras demasiado patoso.

Hubo un silencio entre ambos, lo curioso de los silencios es que pueden ser tenues para unos y áspero para otros.