Si escuchas estática a las 16:16, no cambies de frecuencia. Ya es demasiado tarde. Hubo una época donde la gente hablaba de murmuraciones que, en algún rincón olvidado de México, existía un reino perdido. Un reino donde el tiempo dejó de correr su camino o donde, quizás, el tiempo nunca comenzó a correr. Habitado por presencias que se escapan de toda lógica humana. Pocos son los que lograron cruzar sus fronteras y nunca regresaron. Sólo les dejaron atrás esos ecos sudorosos: transmisiones de radio cubiertas de estática, voces distorsionadas por el miedo y gritos que aún siguen resonando en el vacío.
Registro de audio// ID: T-16-B
[00:00:04]...Falla en el compás... No coincide con el GPS, ¿Por qué dieciséis?
[00:00:11] —¿Hola? ¿Alguien en frecuencia? [Ruido]
[00:00:18]—Repite coordenadas... Bosques... Estructuras prehispánicas... No, espera... Columnas griegas, es imposible.
[00:00:34]—¿Hay alguien ahí? [Estática ascendente]
[00:00:41] [Susurro no atribuido] «Ellos ya vienen».
[00:00:44]—¿Quién dijo eso? Identifícate ¡Ahora!
[00:00:49] [Latido grave en la señal] Fin del fragmento legible.
La transcripción anterior corresponde a la última transmisión conocida del científico militar Matthew Williams, enviado a recopilar datos sobre una supuesta anomalía geológica. El informe oficial dice desaparición en zona remota. Los archivos no oficiales dicen otra cosa: encuentro interplanar en proximidad de ruptura de sello. Y sí, antes de que pregunten: los sellos sí importan.
"El bosque donde el viento se detuvo", es como lo llaman las personas que han visto cosas por ahí.
Afirman que había un rumor en cada rincón de estos cinco reinos que no encaja en ninguna parte y, sin embargo, existe en todas partes. No está inscrito en el pergamino de Circea ni en las antiguas runas de Agstar. No está presente en los códices perdidos de Aztlán, ni permanece en los cantos de KuroIzan, ni en los jeroglíficos del desierto de Nun Atum. Pero, aun así, todos lo han oído de una u otra forma. Se propaga como un susurro sin dueño, viajando a través del viento, del agua, de la sangre y de las cenizas.
Cuentan que hace muchas generaciones —no tantas como para que haya sido enterrado, pero sí las suficientes para que haya sido deformado— ocurrió algo que estremeció a todos los reinos por igual. Durante dieciséis noches, las sombras dejaron de responder a la luz. Las antiguas criaturas emergieron de sus guaridas, como si una llamada invisible les hubiera dado la oportunidad de aventurarse. Los árboles lloraban savia oscura, los mares se agitaban sin luna, y en el cielo se abría una grieta apenas visible, como si el mundo mismo se quejara de haber despertado demasiado pronto.
Dicen que sólo tres personas sobrevivieron para comprender lo que estaba ocurriendo. Un oráculo cuyas visiones habían sido consumidas por algo más viejo que los dioses; un monje errante que había perdido la fe en su propio camino; y un soldado que desertó cuando entendió que no existía espada capaz de matar aquello que estaba despertando. Los tres se topaban sin razón, caminando hacia un lugar común como si una mano invisible los hubiera conducido. Y cuando se miraron a los ojos uno del otro, sabían que tenían la misma memoria, la misma herida y fueron testigos de ello junto con lo que nadie más fue capaz de decir.
Según sus palabras, aquello que despertó cada dieciséis años no era una criatura ni una maldición, sino un recuerdo antiguo, una memoria enterrada por el mundo mismo para poder seguir existiendo. Una memoria que, al regresar, desgarra la realidad como una campana que vuelve a sonar en medio de un templo sin feligreses. No se le ve, no se le puede describir; sólo se le siente en la piel, en el aliento, en el temblor de los huesos cuando llega la noche número dieciséis.
Narran que después de haberlo visto, los tres firmaron su lengua con un juramento realizado con sangre extranjera y desaparecieron sin dejar huella. Hay personas que dicen que siguen recorriendo los reinos, alertando a los que lo escuchan. A otros se les dice que ya no son seres humanos, sino sombras de aquel recuerdo vivo, mandados por volver cada dieciséis años a ver renacer el mismo horror y lo peor es que, según ese mismo rumor, no queda mucho para que se cumpla otro ciclo.
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Hay quienes dicen que los ciclos se repiten por simple destino, pero si prestas atención —muy en el fondo de tu pecho— sentirás que algo se ha despertado. Que el tiempo vuelve a girar. Y que, aunque todo parezca condenado a la oscuridad, aún queda una chispa capaz de arder.
Todo comienza con los sueños. ¿Alguna vez has experimentado alguno? ¿Sabes lo que son? Los sueños son como experiencias emocionales y también sensoriales que ocurren mientras el cuerpo cae dormido. Son una mezcla de recuerdos, deseos, miedos y estímulos al cerebro. Se podría decir que son pequeñas historias que el alma cuenta cuando el cuerpo se queda en silencio.
Pero también significan algo más, esos sueños que alguna vez tuvieron de niños, ya saben, el sueño de ser un astronauta, una hermosa bailarina, un soldado, un veterinario, policía, etc. Ese tipo de sueños de la niñez. Como anhelamos con ser algo cuando fuéramos grandes. Todo parecía perfecto, hasta que alguien cercano te corta las alas en algún momento de tu vida y esos sueños se desvanecen.
Es gracioso, ¿no? Creer en algo aún sabiendo que no es real. Pero, ¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que realmente palpita bajo la tierra? No es la corteza seca de los caminos olvidados, ni las raíces que se retuercen buscando luz sino aquello más antiguo, más profundo.
Ese susurro que a veces escuchas cuando el viento sopla entre las ruinas de los reinos caídos. No es un recuerdo o algo que sucedió en el pasado, es algo más; algo mágico. Algo antiguo y oscuro. Una fuerza que los dioses del pasado, intentaron encadenar cuando el primer ciclo comenzó, mucho antes de que tú nacieras o de que las campanas sonaran por última vez.