╰────────────────➤[El miedo a morir]
Durante la semana siguiente, sin embargo, los huérfanos lo pasaron en grande en su nuevo hogar. Cada mañana se levantaban y vestían en la privacidad de sus propias habitaciones, que habían escogido y decorado a su gusto. Violet había escogido una habitación con una ventana enorme, que daba a los setos con formas de serpientes del jardín de la entrada. Pensó que aquellas vistas podrían inspirarla cuando estuviese inventando algo. Tío Monty le había permitido pegar hojas de papel blanco en las paredes, para que pudiese dibujar sus ideas aunque se le ocurriesen en plena noche. Klaus había escogido una habitación con un cómodo nicho —la palabra «nicho» significa aquí «un rincón muy, muy pequeño, ideal para sentarse y leer»—. Con permiso de Tío Monty, había subido una silla grande con un cojín de la sala de estar y la había colocado en el nicho, bajo una lámpara de lectura de latón. Cada noche, en lugar de leer en su cama, se ovillaba en la silla con un libro de la biblioteca de Tío Monty, a veces hasta el amanecer. Sunny había escogido la habitación que estaba entre la de Violet y la de Klaus, y la había llenado de objetos pequeños y duros extraídos de la casa, para poder morderlos cuando le apeteciese. También había juguetes diversos, para que la Víbora Increíblemente Mortal y ella pudiesen jugar juntas. Elena, por otra parte, decidió darle la oportunidad a una habitación diferente y alejada de las otras tres, allí le pidió al Tío Monty un escritorio para poder escribir y él se lo concedió, además de regalo le había dejado en el escritorio una máquina de escribir —y debo confesar que esa misma máquina es la que he estado usando hasta el día de hoy a pedido de ella—.
Pero lo que más les gustaba a los huérfanos era estar en la Habitación de los Reptiles. Todas las mañanas, después de desayunar, se unían a Tío Monty, que ya había empezado a preparar la expedición. Violet se sentaba ante una mesa, con cuerdas, herramientas y jaulas que formaban las distintas trampas para serpientes, y aprendía cómo funcionaban, las reparaba si estaban rotas, y a veces las mejoraba para que fuesen más cómodas para las serpientes en su largo viaje desde Perú hasta la casa de Tío Monty. Klaus se sentaba cerca, leía los libros sobre Perú que tenía Tío Monty y tomaba notas en un bloc para poder consultarlas más tarde. Elena era la encargada de llevar a cabo todas las notas que el Tío Monty había olvidado, además siempre él le pedía llevar un apunte acerca de todo lo que los huérfanos estaban viviendo. Y Sunny se sentaba en el suelo y, entusiasmada, hacía trozos cortos de la cuerda larga. Pero lo que más les gustaba a los jóvenes era aprender las cosas sobre los reptiles que les explicaba Tío Monty. Mientras trabajaban, les enseñaba el Lagarto Vaca de Alaska, una criatura alargada y verde que daba una leche deliciosa. Conocieron al Sapo Disonante, que podía imitar la voz humana con un tono grave. Tío Monty les enseñó cómo manejar el Tritón Tintado sin mancharse todos los dedos con su tinte negro, y cómo saber cuándo la Pitón Irascible estaba malhumorada y era mejor dejarla sola. Les enseñó a no darle demasiada agua al Sapo Borracho de Borneo, y a nunca, bajo ninguna circunstancia, dejar que la Serpiente de Matute se acercase a una máquina de escribir.
Tío Monty, mientras les hablaba de los distintos reptiles, se extendía a menudo —palabra que aquí significa «dejaba que la conversación siguiese su curso»— con historias de sus viajes, describiendo hombres, serpientes, mujeres, sapos, niños y lagartos que había encontrado por el mundo. Y, al poco tiempo, los huérfanos le estaban explicando sus vidas a Tío Monty, incluso hablando de sus padres y de lo mucho que los añoraban. Tío Monty estaba tan interesado en las historias de los niños como ellos en las de este, y a veces se pasaban tanto rato charlando que casi no les quedaba tiempo para engullir la cena antes de amontonarse en el pequeño jeep de Tío Monty en dirección al cine.
Todo parecía tener un rumbo agradable en sus vidas hasta que una tarde Elena decidió acostarse, ya que no se sentía bien. Supuso que algo no le había caído bien al estómago, ya que este, por momentos, le dolía horrible. Los huérfanos y el tío Monty estaban muy preocupados por su amiga. Elena no era de enfermarse, así que también estaba asustada por lo que podría sucederle. Cuando los tres regresaron del cine, Elena seguía en la cama, pero estaba tan dormida que ninguno quiso despertarla. A eso de las cuatro de la mañana, Elena abrió los ojos sintiendo las sábanas mojadas y lo único que pensó fue que se había orinado; estiró su brazo para encender la luz, mientras se sentaba y se asustó por lo que sus ojos estaban viendo, no se había orinado. Descubrió las sábanas blancas cubiertas de un rojo intenso, lo cual la hizo saltar de la cama como un resorte y negar con lágrimas en sus ojos. Su único pensamiento fue el siguiente: Me voy a morir. Elena no sabía que, en realidad, no se iba a morir, al menos, no ahora y no de ese modo. Agarró las sábanas sucias y corrió hasta el baño, llenó la bañera y puso la sábana a lavar. Estaba tan preocupada que sus manos temblaban y el jabón se le resbalaba de las manos, más de dos veces tuvo que agarrarlo del suelo. En un momento, escuchó pasos y observó que alguien prendía la luz del pasillo.
—¿Elena? —cuestionó la voz del tío Monty con aires de preocupación.
Elena solo negaba tratando de quitar la mancha y susurraba "Perdón, perdón, no quería despertarte a estas horas... yo lo siento mucho, tío Monty". El tío Monty se acercaba cada vez más rápido y muy preocupado por lo que ella le estaba diciendo.
—Tío Monty, llame a Poe, creo que lo mejor será irme y dejarlos vivir sin mi sufrimiento. Quiero que sigan siendo felices cuando ya no esté en este mundo con ustedes —decía ella sollozando.
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Editado: 14.06.2025