2. Broken

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────────────────➤[Conociendo al nuevo tutor]

El tramo de carretera que sale de la ciudad, pasando por el Puerto Brumoso, hacia el pueblo de Tedia es quizás el peor del mundo. Se le llama el Camino Piojoso. El Camino Piojoso recorre campos de un color gris enfermizo, donde un puñado de árboles de aspecto salvaje producen unas manzanas tan agrias que solo con mirarlas te pones enfermo.
El Camino Piojoso atraviesa el Río Macabro, un río que es barro en un noventa por ciento, que contiene peces extremadamente desconcertantes y que rodea una fábrica de rábanos picantes, de forma que toda aquella zona tiene un olor fuerte y amargo.
Siento decirles que esta historia empieza con los huérfanos viajando por esa carretera tan desagradable, y que a partir de este punto la historia solo va a peor. De todas las personas del mundo que arrastran vidas miserables —y estoy seguro de que conocen unas cuantas— los jóvenes amigos se llevan el primer puesto, frase que aquí significa que les han pasado más cosas horribles que a nadie. Su infortunio empezó con un tremendo incendio que destruyó sus casas y causó la muerte de sus amados padres, tristeza suficiente para durar toda la vida, pero que en el caso de estos niños solo fue un mal principio. Tras el incendio, los hermanos y la vecina fueron a vivir con un pariente lejano llamado Conde Olaf, un hombre terrible y codicioso. Los padres Baudelarie y Winchester habían dejado una enorme fortuna, que les sería entregada a los niños cuando Violet y Elena alcanzaran la mayoría de edad, y el Conde Olaf estaba tan obsesionado por apropiarse del dinero con sus sucias manos que tramó un enrevesado plan que todavía hoy me produce pesadillas. Lo descubrieron justo a tiempo, pero escapó y juró apropiarse de la fortuna de los Baudelaire y Winchester en un futuro cercano. Violet, Klaus, Sunny y Elena todavía tenían pesadillas con los ojos muy, muy brillantes del Conde Olaf y con su única ceja hirsuta, y sobre todo con el ojo que llevaba tatuado en el tobillo. Era como si aquel ojo estuviese observando a los huérfanos allí donde fuesen.

Así pues, tengo que decirles que, si habrán abierto este libro con la esperanza de descubrir que los niños vivieron felices por siempre jamás, será mejor que lo cierren y lean cualquier otra cosa. Porque Violet, Klaus, Sunny y Elena, sentados en un coche pequeño e incómodo, y mirando por las ventanillas el Camino Piojoso, iban al encuentro de todavía peores miserias e infortunios. El Río Macabro y la fábrica de rábanos picantes eran solo el anticipo de una serie de episodios trágicos y desagradables, que me hacen fruncir el entrecejo y llorar cada vez que pienso en ellos.
El conductor del coche era el señor Poe, el supuesto tío de Elena, un amigo de las familias que trabajaba en un banco y siempre tenía tos. Era el encargado de supervisar los asuntos de los huérfanos, y era él quien había decidido que los niños, tras los sucesos desagradables que habían padecido junto al Conde Olaf, fuesen educados por un pariente lejano de los Baudelaire que vivía en el campo.
—Lamento que estén incómodos —dijo el señor Poe, tosiendo en un pañuelo blanco—, pero este coche nuevo no tiene capacidad para demasiada gente. Ni siquiera hemos podido meter una sola de sus maletas. Más o menos se las traeré dentro de una semana.

Klaus dejó de observar por la ventanilla para ver a Elena, quien se había quedado dormida y su cabeza estaba sobre el hombro de él. No pudo evitar sonreír de lado, imaginando un mundo diferente con circunstancias muy distintas.
—Gracias —dijo Violet, que, con catorce años, era la mayor de los Baudelaire.
Cualquiera que conociese a Violet sabría que no estaba pensando en lo que decía el señor Poe, porque llevaba la larga melena recogida con un lazo para evitar que se le metiese en los ojos. Violet era inventora y, cuando estaba pensando en sus inventos, le gustaba recogerse el pelo así. La ayudaba a pensar con más claridad en los diferentes alambres, herramientas y cuerdas implicados en la mayoría de sus creaciones.
—Después de haber vivido tanto tiempo en la ciudad —prosiguió el señor Poe—, creo que el campo les resultará un cambio agradable. Oh, aquí está la curva. Ya casi hemos llegado.
—Bien —dijo Klaus en voz baja para no despertar a Elena.
Klaus, como mucha gente que viaja en coche, estaba muy aburrido y sentía no tener un libro en las manos. A Klaus le encantaba leer y con poco más de doce años había leído más libros de los que lee mucha gente en toda su vida. A veces, leía hasta bien entrada la noche, y por la mañana se le podía encontrar durmiendo con un libro en las manos y las gafas puestas.

—¿Es un hombre agradable? —preguntó Elena con seriedad sin levantar la cabeza del hombro de Klaus.

Elena sostenía en sus manos el diario aterciopelado que tanto atesoraba. Con tan solo doce años sus historias de aventura eran suficientemente realistas y con finales desagradables y tristes. A ella, como a la mayoría de los niños de su edad, le agradaba mucho pasar tiempo con sus amigos.
—Creo que también el doctor Montgomery les va a gustar —dijo el señor Poe—. Ha viajado muchísimo y tiene muchas historias que contar. He oído que su casa está repleta de cosas que ha ido trayendo de todos los sitios donde ha estado. Y sí, Elena, es un hombre agradable, supongo.
—¡Bax! —gritó Sunny.
Sunny, la más joven de los huérfanos Baudelaire, hablaba a menudo así, como hacen los bebés. De hecho Sunny, aparte de morder cosas con sus cuatro dientes muy afilados, se pasaba la mayor parte del tiempo soltando palabras. A menudo se hacía difícil saber lo que quería decir. En aquel momento probablemente quería decir algo parecido a: «Estoy inquieta por conocer a un nuevo pariente». Los cuatro niños lo estaban.
—¿Cuál es exactamente el parentesco entre el doctor Montgomery y nosotros? —preguntó Klaus.
—El doctor Montgomery es, dejame ver, el hermano de la mujer del primo de su difunto padre. Creo que algo así. Es una especie de científico y recibe grandes cantidades de dinero del gobierno.
Como banquero, el señor Poe siempre estaba pensando en dinero.
—¿Cómo debemos llamarlo? —preguntó Klaus.
—Deberíais llamarlo doctor Montgomery, a menos que él les diga que lo llamen Montgomery. Se llama Montgomery de nombre y de apellido, o sea que no hay diferencia.
—¿Se llama Montgomery Montgomery? —inquirió Klaus sonriendo.
—Sí y estoy seguro de que es muy susceptible al respecto, así que nada de mofas —dijo el señor Poe, y volvió a toser en su pañuelo—. «Mofarse» significa «tomarle el pelo».




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