2. Broken

❯── VII ──❮

╰────────────────➤[La habitación]

Las malas circunstancias estropean cosas que de otra forma serían agradables. Así sucedió con los huérfanos y la película Zombis en la nieve. Los cuatro niños se habían pasado la tarde sentados, preocupados, en la Habitación de los Reptiles, bajo la mirada burlona de Stephano y la despreocupada —la palabra «despreocupada» significa aquí «no consciente de que Stephano era en realidad el Conde Olaf y por consiguiente él estaba en peligro»— conversación de Tío Monty. Así pues, cuando llegó la noche, los chicos no estaban de humor para ir al cine. El jeep de Tío Monty era realmente demasiado pequeño para él, Stephano y los cuatro huérfanos: Klaus, Elena y Violet compartieron asiento y la pobre Sunny tuvo que sentarse en el sucio regazo de Stephano, pero los tres mayores estaban demasiado preocupados para darse cuenta del malestar de la pequeña.
En los multicines, los niños se sentaron en la misma fila con Tío Monty a un lado, mientras Stephano se sentaba en medio y acaparaba las palomitas. Pero los niños estaban demasiado angustiados para comer y demasiado ocupados intentando descubrir los planes de Stephano para disfrutar de Zombis en la nieve, que era una buena película. Cuando los zombis aparecieron por primera vez entre las montañas de nieve que rodeaban el pueblecito pesquero alpino, Violet intentó imaginar cómo podría Stephano embarcarse en el Próspero sin billete y acompañarles a Perú. Cuando los hombres del pueblo construyeron una barrera de vigorosos robles y los zombis la atravesaron como si nada, Klaus estaba preocupado intentando descubrir el verdadero significado de las palabras de Stephano cuando habló de accidentes. Y cuando Gerta, la joven lechera, se hizo amiga de los zombis y les pidió por favor que dejasen de comerse a los habitantes del pueblo, Sunny, que era lo bastante mayor para comprender la situación de los huérfanos, intentó pensar en alguna forma de hacer fracasar los planes de Stephano, fuesen los que fuesen. Elena solo podía enfocarse en la película para guiarse con algo, tener nuevo material para crear un plan contra el terrible y abominable zombi Olaf. En la escena final de la película, los zombis y los habitantes del pueblo celebraban juntos el primero de mayo, pero los cuatro huérfanos estaban demasiado nerviosos y asustados para pasárselo mínimamente bien. De camino a casa, Tío Monty intentó entablar conversación con los preocupados niños, que iban sentados en el asiento trasero, pero casi no contestaron ni una palabra y al final él también quedó en silencio.
Cuando el jeep se detuvo frente a los setos con formas de serpientes, los niños salieron a toda prisa y corrieron hasta la puerta principal, sin tan siquiera darle las buenas noches a su desconcertado tutor. Subieron, afligidos, las escaleras hasta sus dormitorios, pero, cuando llegaron ante las respectivas puertas, no pudieron soportar separarse.
—¿Podríamos pasar la noche los cuatro juntos en la misma habitación? —le preguntó Klaus tímidamente a Violet—. Anoche me sentí como si estuviese en una celda, solo y preocupado.

—No creo que el Tío Monty crea propio eso —dijo Elena con tristeza, ya que la noche anterior se había sentido igual que su amigo.
—Yo también —admitió Violet—. Dado que no vamos a dormir, podemos no dormir en el mismo sitio.

Elena sonrió y asintió.
—Tikko —asintió Sunny, y siguió a sus hermanos hasta el cuarto de Violet.
Violet paseó la mirada por la habitación y recordó lo emocionada que había estado al instalarse allí hacía tan poco tiempo. Ahora la enorme ventana que daba a los setos con formas de serpientes resultaba más deprimente que inspiradora, y los papeles blancos pegados a la pared, en lugar de parecerle útiles, parecían recordarle lo ansiosa que estaba.
—Veo que no has trabajado demasiado en tus inventos —dijo Klaus con ternura—. Yo no he leído nada. Cuando el Conde Olaf está cerca entorpece la imaginación.

—Es cierto, ni siquiera pude escribir una línea del nuevo manuscrito.
—No siempre —señaló Violet—. Cuando vivíamos con él, tú lo leíste todo sobre las leyes nupciales para descubrir sus planes, yo inventé un garfio para detenerlo, y Elena se arriesgó por nosotros tres.
—En esta situación, sin embargo —dijo Klaus con tristeza—, ni siquiera sabemos qué trama el Conde Olaf. ¿Cómo podemos urdir un plan si no conocemos su plan?
—Bueno, intentemos desmenuzar la situación —dijo Violet, utilizando una expresión que aquí significa «hablar de algo detenidamente hasta comprenderlo por completo»—. El Conde Olaf, que se hace llamar Stephano, ha venido a nuestra casa disfrazado y está claro que anda tras la fortuna nuestra y de Elena.
—Y —prosiguió Klaus—, una vez se haga con ella, planea matarnos.

—Tadu —murmuró Sunny con solemnidad, lo que probablemente significaba algo parecido a: «Nos encontramos en una situación repugnante».
—Sin embargo —dijo Violet—, si nos hace daño, no tendrá forma de hacerse con nuestra fortuna. Por eso intentó casarse conmigo y Elena la última vez.
—Gracias a Dios que aquello no funcionó —dijo Klaus temblando—. El Conde Olaf sería mi cuñado o mi... —No supo que palabra adecuada iría con Elena—. Pero esta vez no tiene planeado casarse contigo. Dijo algo de un accidente.
—Y de ir a un lugar donde es más difícil rastrear los crímenes —dijo Violet, recordando sus palabras—. Debía referirse a Perú. Pero Stephano no va a ir a Perú. Tío Monty ha hecho añicos su billete.

—En realidad, no es necesario eso. Cualquier lugar en el mundo es difícil para rastrear un crímen. Podría ser aquí —comentó Elena.
—¡Dug! —Sunny soltó un genérico grito de frustración y dio un golpe en el suelo con su pequeño puño.
La palabra «genérico» significa aquí «cuando a alguien no se le ocurre nada especial que decir». Y Sunny en ese sentido no estaba sola. Violet, Klaus y Elena eran obviamente demasiado mayores para decir cosas como «¡Dug!», pero hubieran deseado no serlo. Desearon poder descubrir el plan del Conde Olaf. Desearon que su situación no pareciese tan misteriosa y desesperada como parecía y desearon ser lo bastante pequeños para simplemente gritar «¡Dug!» y golpear el suelo con el puño. Y más que nada, claro está, desearon que sus padres estuviesen vivos y que ellos cuatro estuviesen a salvo en la casa donde habían nacido.
Y, con el mismo fervor con que los huérfanos deseaban que sus circunstancias fuesen distintas, yo desearía poder cambiar de alguna manera las circunstancias de la historia que os estoy contando. Incluso estando aquí sentado, a salvo y tan lejos del Conde Olaf, casi no puedo soportar escribir una palabra más. Quizás lo mejor sería que cerraseis este libro ahora mismo y no leyeseis nunca el final de esta horripilante historia. Podéis imaginar, si queréis, que una hora más tarde, de repente, los huérfanos descubrieron lo que Stephano estaba tramando y fueron capaces de salvar la vida de Tío Monty. Podéis imaginaros a la policía llegando con sus luces parpadeantes y sus sirenas y llevándose a Stephano a la cárcel por el resto de su vida. Podéis pretender, aunque no sea así, que ahora los niños viven felices con Tío Monty. O, mejor, podéis evocar la ilusión de que padres de los chicos no murieron jamás, y de que el terrible incendio y el Conde Olaf y Tío Monty y todos los desafortunados sucesos no son más que un sueño, un producto de la imaginación.
Pero ésta no es una historia feliz, y no me queda otro remedio que deciros que los huérfanos se quedaron sentados como tontos en la habitación de Violet —la expresión «como tontos» significa aquí «sin hablar» y no «de forma estúpida»— toda la noche. Si alguien hubiese mirado por la ventana del dormitorio al salir el sol, habría visto a los cuatro niños acurrucados en una cama, los ojos abiertos y llenos de preocupación. Pero nadie miró por la ventana. Alguien llamó a la puerta, cuatro fuertes golpes, como si estuviesen clavando algo.
Los niños parpadearon y se miraron.
—¿Quién es? —dijo Klaus, su voz chirriante por haber permanecido tanto tiempo en silencio.
En lugar de una respuesta, la persona que había al otro lado de la puerta giró simplemente el pomo y la puerta se abrió poco a poco. Allí estaba Stephano, con la ropa muy arrugada y los ojos más brillantes que nunca.
—Buenos días —dijo—. Ha llegado la hora de irnos a Perú. En el jeep solo hay sitio para tres huérfanos y yo, así que andando.




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