╰────────────────➤[¿El plan?]
Mientras el jeep renqueaba delante de ellos, los huérfanos recorrieron penosamente a pie el camino de regreso a la casa de Tío Monty, el olor a rábano picante en las narices y una sensación de frustración en los corazones. Es muy desconcertante que te demuestren que estás equivocado, especialmente cuando en realidad tienes razón y la persona que está equivocada es la que te está demostrando que estás equivocado y demostrando equivocadamente que tiene razón. ¿Verdad?
—No sé cómo se ha deshecho de su tatuaje —le dijo Klaus tercamente al señor Poe, que estaba tosiendo en su pañuelo—, pero no hay duda de que es el Conde Olaf.
Elena asintió con seriedad, sabiendo a la perfección que así era. Y que su amigo tenía la razón en su suposición.
—Deje de engañar a todos, Conde Olaf —chilló Elena.
—Klaus y Elena —dijo el señor Poe cuando decidió dejar de toser—, esto de dar vueltas y más vueltas a lo mismo me empieza a cansar. Acabamos de ver el intachable tobillo de Stephano. «Intachable», significa...
Elena rodó los ojos con furia.
—Sabemos lo que significa «intachable» —dijo Klaus, mientras miraba a Stephano salir del jeep y entrar a toda prisa en la casa—. «Sin tatuajes». Pero es el Conde Olaf. ¿Cómo no lo ve?
—Todos lo vemos menos usted.
—Todo lo que veo —dijo el señor Poe—, es lo que tengo delante. Veo a un hombre sin cejas, con barba y sin tatuaje, y no es el Conde Olaf. De todas formas, aunque por alguna razón el tal Stephano les quisiera hacer daño, no tienen nada que temer. Es un contratiempo que el doctor Montgomery haya muerto, pero no vamos a entregaros sin más al ayudante junto con vuestra fortuna. ¡Si este hombre ni siquiera es capaz de recordar mi nombre!
Klaus miró a sus hermanas, luego a Elena y suspiró. Comprendieron que, una vez el señor Poe había decidido algo, iba a ser más fácil discutir con los setos con formas de serpientes que con él. Violet estaba a punto de volver a intentar razonar con él, cuando sonó un claxon detrás de ellos. Los cuatro y el señor Poe se apartaron del camino del automóvil que se acercaba, un cochecito gris con un conductor muy delgado.
El coche se detuvo frente a la casa y la persona delgada salió, un hombre alto con un abrigo blanco.
—¿Podemos ayudarle? —dijo el señor Poe, al acercarse con los niños.
—Soy el doctor Lucafont —dijo el hombre alto, señalándose con una mano fuerte y grande—. He recibido una llamada de que ha habido un terrible accidente con una serpiente.
—¿Ya está aquí? —preguntó el señor Poe—. Pero si Stephano casi no ha tenido ni tiempo de llamar, por no hablar de que usted llegase hasta aquí.
Elena y Klaus compartieron una mirada de complicidad, ya no estaban creyendo lo que estaba pensando frente a sus narices.
—Yo creo que en una emergencia la velocidad es esencial, ¿no? —dijo el doctor Lucafont—. Si se tiene que realizar una autopsia, debe ser de inmediato.
—Claro, claro —se apresuró a decir el señor Poe—. Solo es que me ha sorprendido.
—¿Dónde está el cuerpo? —preguntó el doctor Lucafont, dirigiéndose hacia la puerta.
—Stephano puede decírselo —dijo el señor Poe, mientras abría la puerta de la casa.
Stephano esperaba en la entrada con una cafetera en la mano.
—Voy a hacer un poco de café —dijo con un tono ligeramente sospechoso—. ¿Quién quiere una taza?
—Yo tomaré una taza —dijo el doctor Lucafont—. No hay nada como un café antes de empezar un día de trabajo.
El señor Poe frunció el entrecejo.
—¿No debería echar primero un vistazo al doctor Montgomery?
—Sí, doctor Lucafont —dijo Stephano—. El tiempo es esencial en una emergencia, ¿no le parece?
—Sí, sí, supongo que tiene razón —dijo el doctor Lucafont.
—El pobre doctor Montgomery está en la Habitación de los Reptiles —dijo Stephano, señalando el lugar donde yacía el tutor de los jóvenes—. Por favor, lleve a cabo un examen lo más exhaustivo posible y después podrá tomar un poco de café.
—Usted manda —dijo el doctor Lucafont, abriendo la puerta de la Habitación de los Reptiles con una mano extrañamente rígida.
Stephano acompañó al señor Poe hasta la cocina y los chicos los siguieron cabizbajos. Cuando uno se siente inútil e incapaz de ayudar, puede usar la expresión «sintiéndose como la quinta rueda», porque, si algo tiene cuatro ruedas, como un carro o un coche, no es necesaria una quinta. Mientras Stephano preparaba café para los adultos, los cuatro niños se sentaron a la mesa de la cocina donde habían comido por primera vez tarta de coco con el Tío Monty hacía poco tiempo, y Violet, Klaus, Elena y Sunny se sintieron como quinta, sexta, séptima y octava rueda de un coche que iba en la dirección equivocada, hacia el Puerto Brumoso, listos para zarpar en el Prospero.
—Cuando he hablado con el doctor Lucafont por teléfono —dijo Stephano—, le he contado lo del accidente con su coche. Cuando haya acabado con el examen médico, le llevará a usted hasta la ciudad para buscar un mecánico, y yo me quedaré aquí con los huérfanos.
—No —dijo Klaus con firmeza—. No nos vamos a quedar solos con él ni un instante.
El señor Poe sonrió mientras Stephano le servía una taza de café, y después miró severamente a Klaus.
—Klaus, comprendo que estés muy trastornado, pero es injustificable que sigas tratando a Stephano con tanta rudeza. Por favor, pídele disculpas.
—¡No! —gritó Klaus.
Elena se sorprendió.
—No pasa nada, señor Poe —dijo Stephano en tono conciliador—. El asesinato del doctor Montgomery ha dejado muy trastornados a los niños, y no espero que tengan el mejor de los comportamientos.
—¿Asesinato? —dijo Violet. Se volvió hacia Stephano e intentó parecer solo ligeramente curiosa, en lugar de enfurecida—. ¿Por qué has dicho asesinato, Stephano?
Elena negó con la cabeza.
—No gastes en llamarlo Stephano. Todos aquí sabemos que es el Conde Olaf —atacó Elena.
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Editado: 01.09.2025