2. ¿cómo se enamoran los aliens?

Capítulo 2: Benjamín

Gorillaz // the lost chord

 

Termino de cerrar las cajas llenas de yuyos que saqué de la casa de doña Jacinta. Su hijo, que le dicen Pepe, está del otro lado de la vereda acomodando la chatarra que juntó del fondo. Él quiere esperar a la camioneta que pasa por el barrio anunciando que lleva chatarra y compra baterías.

El fondo de doña Jacinta es grande y lleno de todo tipo plantas. Como en la casa sus hijos trabajan todo el día ninguno tiene tiempo de revisar qué es lo que hay que tirar y ella ya está grande como para mantener tanto terreno. Tuvieron que juntarse todos los hijos un día y ponerse de acuerdo para tirar cosas o sacar plantas que no aporten nada al fondo de la casa. Cuando milagrosamente logran ponerse de acuerdo, lo que la mayoría de las veces pasa antes de año nuevo o antes de la primavera, me llaman para que les ayude porque su mamá no confía en ellos solos sacando el yuyaral del fondo.

Mi abuelo me enseñó a distinguir diferentes tipos de plantas y aquí en el barrio él era como un agricultor certificado por la experiencia. Siempre lo acompañaba; no fue gran esfuerzo para mí adoptar sus conocimientos y amigarme con los vecinos a pesar de que antes no vivía por acá.

Secando el sudor de mi frente, miro hacia el otro lado de la calle. Algunos chicos pasan jugando con una pelota y comentando cómo es que van a ganarles a sus rivales. Pepe sigue acomodando la chatarra y a veces putea cuando se le cae alguna del montón que armó.

Pude cumplir con lo que me comprometí a hacer: ayudar a algunos vecinos. Como no pude dormir bien gracias a mi mente inquieta y a Pirineo, que se puso a cantar como poseído; terminé por levantarme a eso de las seis de la mañana. Pensé que no llegaría con la energía suficiente para cumplir con todos. Lo que sí pasó es que tanto qué hacer me sacó de la cabeza el otro tema que no me dejó de caminar por la mente.

No veo las horas de ir a la casa de Ángel y decirle todo lo que anduve ensayando anoche mientras mis ojos se negaban a cerrarse.

—Benja, tomá, pa que vayas ahorrando.

—Gracias, doña Jacinta, pero esto se va para el truco.

—¡Algún vicio tienen que tené’ lo hombres, eh! La última vez quedamo’ desplumaos todos.

Cada vez que voy a la casa de don Pelo, el vecino que tiene muchísimos nietos y bisnietos, está meta decirme cuando nos vamos a juntar otra vez para jugar al truco o a la loba. Ahora se sumó también el bingo porque su hija lo compró hace poco.

—A don Pelo le andan picando los dedos por jugá —bromeo, poniéndome la campera que alcanzo de la reja de la casa. Desde que llovió hace unos días el tiempo sigue pésimo. —Nos vemos en la vicaría. ¡Chau, Pepe! —El hijo de doña Jacinta sacude una mano antes de seguir acomodando la chatarra.

Camino para mi casa. Primero tengo que bañarme y después recién enfrentaré los hechos con Ángel.

¿Cómo le voy a decir a Ángel que León andaba engañándolo conmigo?

No es que haya pasado algo más allá del beso medio torpe que me dio, pero fue un beso con intención; aparte de que eso no es de amigos, obviamente. Claro que eso cuenta como engaño. Si León quiere a Ángel no tendría por qué buscar en mí lo que bien puede tener con su novio. Encima, desde antes de todo este lío, León era frío con Ángel y pretendía pasar tanto tiempo conmigo como fuera posible para no estar con quien sí lo merecía, más bien, con quien debería.

En mi casa mis papás siguen tirados sobre la cama como estrellas de mar enredadas. Ni siquiera se dan cuenta que llegué ni tampoco voy a molestarlos. Me meto a mi pieza y busco ropa limpia.

¿Y qué voy a hacer si León ya le dijo a Ángel lo que pasó?

Iría a molestar únicamente, pero me sacaría un peso de encima. Cumpliría con mi parte de al menos decirle, Ángel ya verá que hace con eso.

Después de bañarme dejo los toallones mojados en la soga del fondo y agarro de nuevo las llaves de la casa. Mis papás ya están medio vivos otra vez porque por lo menos se recostaron contra las almohadas y ven un poco de tele.

—Pollito, ¿te secaste el pelo? Vo’ so medio delicao’ y está fresco afuera. —El papi baja de la cama y llega hasta el umbral de la puerta—. ¿Dónde vas ahora?

—Tengo que ir a ver a un compañero de la escuela.

—¿León? —pregunta el papá en medio de un bostezo.

—Mmm no, eh… me voy yendo.

Salgo rápido de su vista.

—¡Vení antes de las doce! —exclama el papá.

—¡Bueno!

En el camino los vecinos que encuentro preguntan si mañana canto en la misa y les digo que sí y el horario nuevo que puso la vicaría. Como ahora debemos compartir al diacono Rodri con la otra iglesia del barrio de más arriba porque su párroco está enfermo, hay solo una misa los domingos.

No me doy cuenta de que ya estoy en la casa de Ángel hasta que veo la casa de bloques sin revocar en frente de la de León. Como no hay timbre, toco las manos. Alguien en la ventana cerca de la puerta corre la cortina un poquito, pero la cierra en seguida. Fue una espiada rápida que dejó ver un poco de pelo negro.

El novio de León sale de la casa, frunciendo el ceño.




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