— Es la última sesión… — Ezequiel habló por teléfono mientras llenaba un vaso con refresco de cola. — Iré a casa después de recoger. — Sostuvo el teléfono con el hombro y le puso la tapa al vaso. — No estudies demasiado o no te rendirá el cerebro para los exámenes. — Aconsejó a su hermano menor y dejó el vaso en el mostrador. — Disfrute de la película. — Deseó al cliente y su cara se descompuso cuando vio a su ex novio entrar en el cine de la mano de un chico.
Con veintidós años recién cumplidos, Ezequiel trabajaba en tantos trabajos temporales como podía para subsistir y pagar la Universidad a su hermano Alexis. Colin, el único novio que había tenido, lo dejó por no tener tiempo libre.
— ¿Eze? — Lo llamó Alexis al teléfono. — ¿Eze, estás ahí?
— Te tengo que colgar. — Ezequiel respondió a su hermano y colgó la llamada, dándose la vuelta mientras metió el teléfono a la fuerza en el bolsillo de su uniforme y se acomodó después el pelo para tener mejor imagen.
— Dos refrescos de limón y un bol de palomitas pequeño. — Escuchó detrás de él y saltó sobre la máquina de refrescos.
— Enseguida. — Respondió Ezequiel llenando uno de los dos vasos y levantando la mirada para ver en un reflejo de la máquina, como Colin sonreía mientras hablaba con su nuevo novio.
Ezequiel no se ahorró una mueca de disgusto y cuando los dos vasos estuvieron llenos los soltó de mala gana en el mostrador.
Colin y su chico lo miraron mientras Ezequiel fue a por las palomitas.
— Ezequiel. — Se sorprendió Colin y su chico lo miró curioso.
— ¿Lo conoces? — Le preguntó y Colin asintió.
— Ezequiel es amigo de mi hermano Brayan. — Explicó Colin a medias.
— Sí, soy amigo de su hermano. — Afirmó Ezequiel que también soltó las palomitas de mala gana. — Son cuatro noventa. — Solicitó el pago y el novio de Colin soltó la mano de este.
— Ya lo pago yo. — Se ofreció sacando una tarjeta de su cartera y dejándola en el mostrador. Ezequiel la cogió y comprobó el nombre del titular de la tarjeta. Mateo León.
— Le cobraré. — Ezequiel realizó el cobro y devolvió la tarjeta junto con la factura. — Disfruten de la película. — Les deseó.
— Gracias. — Agradeció Mateo.
— Vamos. — Colin metió prisa a su chico y Ezequiel los miró coger sus bebidas y palomitas y correr hacia la sala.
— Amigo de tu hermano. — Se quejó elevando con molestia su labio superior y sonriendo después a una pareja que se acercó a comprar palomitas.
Casi caída la noche y mientras se dirigía con paso distraído a la parada de autobús más cercana, Ezequiel revisó en su teléfono el perfil de Colin en una red social.
La última foto subida había sido tres horas atrás, unas manos agarradas en la oscuridad de una sala del cine con la película de fondo.
El labio de Ezequiel se volvió a elevar y abandonó la red social, metió el teléfono en su bolsillo y caminó aferrado al asa de la mochila que le colgaba de un hombro.
A esa hora era habitual que la parada estuviera llena, pero hoy Ezequiel solo vio a una niña de seis o siete años esperando el autobús mientras jugaba con una consola portátil y llevaba puestos unos cascos rosas. Ezequiel buscó alrededor, definitivamente no vio a nadie más y comprobó la hora en su teléfono. 21:56 de la tarde noche. Era tarde para que una niña estuviera sola en la calle, más todavía para que cogiera el autobús.
Ezequiel volvió a meter el teléfono en el bolsillo de su pantalón y miró el videojuego al que estaba jugando la niña.
— Ese nivel es difícil, ¿verdad? — Le preguntó Ezequiel y cuando la niña levantó la cabeza, le sonrió y señaló la consola. — El juego. — La niña bajó la mirada y la volvió a levantar a la vez que se quitó el casco de la oreja derecha. — Decía que ese nivel es difícil. — Repitió Ezequiel.
— ¿Has jugado? — Le preguntó la niña y Ezequiel presumió.
— ¡Por supuesto! Soy el mejor.
— ¿Me ayudas entonces a pasarlo? — Le pidió la niña ofreciéndole su consola.
— No creo que esté bien, es tarde y deberías de estar en casa con tu mamá y tu papá. — Le dijo Ezequiel y la niña negó.
— Mi papá nunca está en casa y voy de camino a la playa para ver a mi mamá. — Le contó.
— ¿A la playa? — Se extrañó Ezequiel.
— Papá siempre está ocupado y no puede llevarme a verla, así que voy a ir sola. — Habló la niña decidida.
— No sé a qué playa te refieres, pero no hay ninguna en la ciudad. — Le respondió Ezequiel que se acercó y se sentó a su lado. — ¿Sabe tu papá qué vas a ir tú sola a ver a tu mamá? — La niña negó y Ezequiel lo imaginó. — ¿Sabes el número de teléfono de tu papá? — Sacó su teléfono móvil y se lo ofreció a la niña para llamar.
— Si llamo a papá no podré ir a ver a mamá. — Dijo la niña y Ezequiel lo meditó, luego sonrió y le explicó.
— Puede parecer que no, pero los papás también se asustan y el tuyo lo hará si no estás en casa cuando él llegue.
— Mi papá me dice que no coja nada de desconocidos. — Lo cortó la niña y Ezequiel elevó su labio superior. Obviamente su papá también tendría que haberle dicho que no hablara con desconocidos y que no saliera de casa sola, fue lo que pensó Ezequiel. — Pero puedo decirte su número y tú lo llamas.
— Sí, hagamos eso. — Aceptó Ezequiel. La niña se descolgó la mochila que llevaba en la espalda y sacó de ella una libreta llena de pegatinas y una etiqueta con el nombre Anabella. — ¿Tienes ahí el número de tu papá? — Le preguntó Ezequiel viéndola abrir el cuaderno y Anabella lo levantó delante de su cara para enseñarle el número. Debajo de nueve dígitos estaba escrito "Nacho, papá de Anabella". — ¿Te llamas Anabella y tu papá se llama Nacho?