Ezequiel volvió a quedarse boquiabierto cuando Nacho le mostró su estudio, con varias pantallas de ordenadores y posters de videojuegos enmarcados y colgados en las paredes.
— ¿Te gustan los videojuegos? — Le preguntó Ezequiel y Nacho sonrió a su lado.
— Soy diseñador de videojuegos. Todos estos que ves aquí han sido diseñados por mi equipo y por mí. — Le contó. — Te he visto jugando con Anabella y parece que se te da bien.
— Me gusta jugar en mi tiempo libre. — Contestó Ezequiel llevándose la mano a la nuca.
— ¿Qué te parece probar un juego qué todavía no ha salido al mercado? — Nacho caminó hasta los ordenadores y Ezequiel se señaló.
— ¿Yo?
— Has salvado a mi hija, me siento agradecido y no sé cómo pagarte. — Dijo Nacho alejando una silla de la mesa para él. — Siéntate. — Se sentó él en otra y Ezequiel se acercó inseguro. — Siéntete con toda la confianza de decir lo que piensas del juego. La opinión de un gamer siempre es buena para mejorar el producto.
— ¿Me hará firmar un contrato de privacidad o algo así? — Dudó Ezequiel sentándose y Nacho se rió.
— No, tranquilo. — Ezequiel lo vio preparar el juego y levantó la mirada para ver los posters que colgaba encima de la mesa. Los mejores videojuegos de rol online a los qué había jugado toda su vida estaban allí y su corazón se aceleró. Se giró en la silla y observó en una vitrina figuras de acción de los personajes más míticos. — Listo. — Lo avisó Nacho y lo miró para verlo fascinado por las figuras. — ¿Te gustan?
— Son de coleccionista. Todas ellas valen un dineral. — Dijo Ezequiel y miró a Nacho que sonrió.
— Dejaré que te lleves una cuando te vayas.
Ezequiel negó convencido de no querer.
— Es demasiado.
— Es poco por la vida de mi hija. — Respondió Nacho y le cogió la mano para ponérsela encima del ratón del ordenador. — Echemos una partida. — Presionó el dedo de Ezequiel contra el botón del ratón y lo dejó impresionado con el videojuego que ocupó las cinco pantallas de ordenador.
Ezequiel abrió los ojos al despertar encima de la mesa del estudio, con una manta en los hombros y encontrando a su lado a Anabella con su hermano en brazos.
Leo tenía escasos nueve meses y colgaba de los brazos de su hermana mayor.
Ezequiel sonrió y se incorporó.
— ¿Es tu hermano? — Le preguntó Ezequiel a Anabella y la niña asintió.
— Quería que lo conocieras antes de irme al colegio. — Habló Anabella y achuchó a su hermano. — Se llama Leo. — Fuera del estudio una de las mujeres del servicio la llamó y Anabella corrió a soltar a su hermano en el regazo de Ezequiel. — Tengo que irme al colegio.
— Espera, no puedes dejarme a tu hermano. — La llamó Ezequiel sosteniendo al niño para que no se cayera de sus piernas. Anabella sonrió agarrando las asas de su mochila.
— ¿Estarás aquí cuándo vuelva del colegio? — Preguntó ilusionada.
— Ana, no hagas esperar a Jacinto. — Habló Nacho desde la puerta del estudio y la niña borró la sonrisa de su cara.
— Adiós, Leo. Adiós, Ezequiel. — Se despidió de ellos y tras darle un beso a su hermano en la cara, repitió la acción con Ezequiel. Nacho se sorprendió y miró a su hija cuando llegó corriendo hasta él. — Adiós, papá.
— Que tengas un buen día, cariño. — Le dijo Nacho y Anabella se marchó corriendo.
— Esto… — Ezequiel se paró delante de Nacho, sosteniendo al niño contra su pecho.
— Disculpa. — Sonrió Nacho que cogió a su hijo y lo acercó a su pecho. — Si tienes hambre…
— Tengo que irme. Tenía que haber estado en el trabajo a las siete y ya son casi las ocho. No sé porque la alarma de mi teléfono no ha sonado. — Habló Ezequiel comprobando su teléfono móvil y Nacho se disculpó.
— Culpa mía, sonó a las seis cuarenta y lo apagué para que pudieras dormir un poco más. — Contestó Nacho meciendo a Leo que se movió inquieto e incómodo en sus brazos. — Estuviste jugando hasta tarde…
— No debió hacerlo. — Se quejó Ezequiel que buscó por el estudio su mochila. — ¿Dónde está mi mochila?
— No sabía que la alarma era urgente, lo siento. Tu mochila está en el salón. — Respondió Nacho que se cambió a Leo de costado y vio a Ezequiel salir del estudio.
Ezequiel encontró su mochila en el sofá del salón y la cogió caminando hasta la puerta de la estancia donde Nacho estaba.
— Me tengo que ir. — Se despidió de él y miró a Leo. — Adiós, bonito. — Le tocó con un dedo la mejilla y sonrió cuando el niño se rió a carcajadas. — Qué simpático. — Lo apremió pellizcando su moflete y miró al papá del niño.
— Gracias por todo. Regresa cuando quieras. — Le dijo Nacho. Ezequiel asintió y caminó hacia la puerta. Nacho miró a Leo que empezó a llorar y lo meció entrando al salón. — Ya está… — Le dio palmaditas en la espalda y se giró mirando a Ezequiel salir de su casa. Paloma entró en el salón con la aspiradora y Nacho la echó. — Deja eso para otro momento.
Caminando por el barrio de casas grandes, Ezequiel comprobó la línea de autobuses en su teléfono móvil y arrugó la cara.
— No llega otro hasta dentro de media hora. — Habló Ezequiel consigo mismo y elevó su labio superior. — Puedo despedirme del trabajo de camarero.
Su teléfono sonó en su mano y Ezequiel contestó al ver el nombre de su hermano en la pantalla.
— ¡Eze! ¿Dónde estás? Dime que no has pasado la noche con ese idiota de Colin. — Lo arrolló Alexis, estudiante universitario de diecinueve años. — Te dejó como a un perro, ¿cómo puedes hacerte eso a ti mismo?