— ¡Ezequiel! — Anabella bajó corriendo las escaleras y lo abrazó. — ¿Por qué has tardado tanto en venir? — Le preguntó la niña.
— Anabella. No incordies o Ezequiel se irá en su primer día de trabajo. — La reprendió Nacho que se acercó poniéndose una chaqueta. Anabella miró a su padre con disgusto y luego a Ezequiel con afecto. — Bienvenido. — Se dirigió Nacho a Ezequiel.
— Gracias. — Dijo Ezequiel inseguro, a su lado había una maleta pequeña.
Nacho miró a las tres mujeres del servicio que se ocupaban de limpiar y cocinar, y habían estado haciendo también la ardua labor de cuidar a sus hijos.
— Cómo os había informado, Ezequiel Peñate será el nuevo cuidador de mis hijos. — Les dijo. — Ayudarlo a que se sienta cómodo.
— Claro que sí. No se preocupe, Don Nacho, las chicas y yo cuidaremos de él. — Habló Charo con alegría y Nacho sonrió mirando a Ezequiel.
— Ya has oído.
— Muchas gracias. — Agradeció Ezequiel tímido.
— Ana, Jacinto te estará esperando para ir al colegio. — Avisó Nacho a su hija y la niña puso hocico antes de protestar.
— Quiero que sea Ezequiel quien me lleve al colegio. — Pidió.
— Acaba de llegar, todavía tiene que instalarse y conocer la casa. — Se negó su padre. — Irás y vendrás del colegio con Jacinto.
— Pero… — Se quejó Anabella poniendo cara triste.
— Puedo llevarla y después hacer lo demás. — Opinó Ezequiel.
— No. — Lo impidió de inmediato Nacho y alejó a su hija de Ezequiel, inclinándose para hablar seriamente con ella. — Ezequiel no es tu juguete, no va hacer todo lo que tú quieras. Despídete y vete al colegio.
Anabella asintió a su padre y volvió a abrazar a Ezequiel.
— Adiós Ezequiel. — Le dijo Anabella.
— Estudia mucho y nos vemos a la tarde. — La alentó Ezequiel que le sonrió y le puso una mano en la cabeza.
La niña asintió feliz y lo hizo inclinándose para besarlo en la cara.
— Te quiero mucho. — Le dijo y se marchó después corriendo. Nacho se quedó mirándola hasta que salió de casa.
— Dejarnos un momento solos. — Ordenó después Nacho a las mujeres del servicio e indicó a Ezequiel que lo siguiera al salón. Ezequiel hizo intención de llevar con él su maleta. — Déjala ahí. — Le dijo Nacho y Ezequiel dudó, pero la dejó en la entrada para seguirlo. — No la dejes que se salga siempre con la suya. Tiene que aprender a que no siempre es Sí. — Le explicó ya en el salón y cuando Ezequiel asintió solamente, Nacho reconoció. — La verdad es que tengo miedo de que te espante con tanto afecto y salgas huyendo antes de empezar.
— Es muy cariñosa y buena. Seguro que nos vamos a llevar bien. — No tuvo Ezequiel ningún problema y Nacho se quedó mirándolo.
— Estoy sorprendido. Me cuesta conseguir algo de amor de ella pero tiene de sobra para ti.
— Lo siento. — Se disculpó Ezequiel.
— No es tu culpa. Créeme, te estoy agradecido. — Habló Nacho. — Gracias por dejar tus trabajos y acceder a ser el cuidador de mis hijos.
— Es raro que me lo agradezca cuando me va a pagar más que los dos sueldos que he dejado. — Dijo Ezequiel arrugando la cara.
— El dinero no es problema. — Nacho se acercó a él y lo agarró de un brazo. — Ven conmigo. Tengo que irme ya a trabajar, pero quiero llevarte yo mismo a tu habitación y así aprovecho para despedirme de Leo que está arriba.
En la segunda planta, Nacho abrió la puerta de una habitación y señaló la puerta de la habitación de enfrente.
— Esa es la habitación de Leo y la de al lado es la de Anabella. — Le explicó y Ezequiel que miró ambas puertas, asintió. — Mi habitación está junto a las escaleras. Tengo pánico a que alguien entre en casa y se lleve a mis hijos por la noche, así que suelo dejar la puerta abierta para estar alerta. — Le contó Nacho y Ezequiel se mostró sorprendido.
— Debió de asustarse cuando pensó que me había llevado a Anabella. — Dijo Ezequiel y Nacho sonrió.
— No sabes como. Ella y Leo son todo lo que tengo. — Le indicó la habitación que había abierto. — No me enrollo más, está es tu habitación. Siéntete cómo en casa y llámame si tienes cualquier problema.
Ezequiel asintió y empujó su maleta hasta la puerta de su habitación.
Nacho fue entonces a la habitación de Leo. Paredes azules con nubes blancas acogían la cuna de su hijo pequeño.
— Vaya. — Se sorprendió Ezequiel desde el umbral y Nacho que cargó con Leo, lo vio admirar el arte en las paredes.
— La madre de mis hijos lo hizo. — Le contó Nacho poniendo una mano en la espalda de su hijo. — Cuesta creer que le pusiera tanta dedicación a una habitación, pero que los abandonara fácilmente a él y a su hermana. — Besó a Leo en la cabeza y lo volvió a soltar en la cuna.
— ¿Por qué se fue? Debe de haber tenido un motivo. — Indagó Ezequiel.
— No hay motivo para dejar atrás a tus hijos. Aunque no me amara, podía haber luchado por ellos. — Nacho acarició la cabeza de Leo y habló desde el corazón. — Dios sabe qué habría hecho todo lo que estuviera en mis manos para que Leo y Anabella nos tuvieran a los dos.
— Quizás Dios también sabe la razón qué tuvo ella para irse. — Creyó Ezequiel y Nacho se giró mirando de forma cruda al cuidador de sus hijos.
— No hables de lo que no sabes. Limítate a cuidar de mis hijos. — Lo cortó de inmediato y salió de la habitación.
Ezequiel se quedó a cuadros y elevó su labio superior, luego escuchó a Leo balbucear y sonrió acercándose.
Arrepentido de haberle hablado de ese modo y de hacerlo responsable de lo que la madre de sus hijos hizo, Nacho se paró en el pasillo y regresó sobre sus pasos. Al llegar a la habitación de su hijo, Ezequiel tenía a Leo en brazos y Nacho los miró desde allí.