Nada es lo que parece. Esta cruda verdad se grabó a fuego en mi alma, una revelación escalofriante que, por primera vez en mucho tiempo, me arrancó de la ingenua burbuja de mi infancia. Mis sueños de antaño, aquellos castillos de fantasía y certezas construidos con risas y promesas, se desmoronaron bajo el peso de una realidad brutal. Ahora, con una claridad dolorosa y una punzada de terror helado en el pecho, me doy cuenta de que las cosas que una vez consideré importantes –mis preocupaciones triviales, mis pequeñas ambiciones infantiles, el brillo de un juguete nuevo o la emoción de un cuento de hadas– no son más que tonterías insignificantes en comparación con la inmensidad del horror que se avecina. Lo presiento con cada fibra de mi ser, una premonición oscura que me oprime el pecho. Todo lo que está por suceder, lo que ya comienza a gestarse en las sombras, será infinitamente peor que el mismísimo fin de los tiempos. Aquel apocalipsis que una vez creí el culmen de la desesperación, ahora me parece un mero preludio, una antesala de un abismo mucho más profundo y aterrador.
Siempre pensé, siempre creí con la inocencia de quien desconoce su propio poder, que mi destino era ser una persona sin importancia, una mera espectadora en el gran teatro del universo. Esa idea, un consuelo familiar que me permitía flotar en la seguridad de mi insignificancia, resonaba en mi subconsciente, un eco tranquilizador. Pero ahora que sé la verdad, una verdad tan devastadora que me ha quebrado por dentro, que ha deshilachado el velo de la ignorancia, ya no puedo seguir creyendo en esas palabras vacías que mi pobre mente me brindaba. La carga de mi linaje, la revelación de mis padres y la esencia divina y oscura que corre por mis venas, me ha lanzado a un precipicio de incertidumbre, un abismo del que no sé si podré regresar.
Ya no sé quién soy, la esencia misma de mi ser se ha fragmentado en un millón de pedazos rotos. ¿Para qué estoy en este mundo, arrastrada a un conflicto que trasciende el tiempo, el espacio y la comprensión mortal? La respuesta llegó, abrupta y brutal, después de verlo, de presenciar lo que ningún mortal, ni siquiera un ser con mi herencia, debería contemplar. Fue una visión que me ha marcado para siempre, grabada a fuego en las paredes de mi memoria. Efectivamente, no era lo que deseaba ver en ese momento, un horror que me persigue incluso en la oscuridad de mi mente, pero ya es demasiado tarde para cambiar eso, para borrar las imágenes que danzan ante mis ojos cerrados.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, helándome hasta los huesos.
—Rubby… —Oigo un susurro, una voz que parece desvanecerse con el mismísimo viento, etérea y aterradora a la vez.
Es una voz que conozco, que reconozco desde las profundidades de mi alma, pero que ahora está teñida de una cualidad sobrenatural, como si viniera de los abismos más oscuros, un eco de una eternidad de dolor y poder.
Abro mis ojos, obligándome a mirar, a enfrentar lo que sea que me espere, y lo que encuentro es una mirada roja y delicada, profunda como un abismo, una que posee temor y misterio en sus profundidades insondables. En sus irises carmesí, veo reflejos de un pasado que no es mío y un futuro que me aterra. No logro continuar con el contacto visual, la intensidad de esa mirada, la verdad que oculta, el peso de su historia, es demasiado para mi mente, para mi frágil cordura. Cierro mis ojos con fuerza, un acto desesperado de autodestrucción, un intento inútil de escapar. Me sumerjo en un vacío oscuro, perdiendo así el poco conocimiento que me queda, cada fragmento de conciencia se desvanece, dejándome a la deriva en un mar de nada, un refugio temporal de la ineludible pesadilla que ahora es mi vida. ¿Qué me espera cuando despierte de esta inconsciencia, cuando el velo del olvido se levante de nuevo? El miedo me consume, una marea fría que amenaza con ahogarme por completo.
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Editado: 26.06.2025