«Martes 18 de febrero, desde que entré a la universidad, en la facultad de medicina, no te he escrito una sola página, mi amado diario, perdona por abandonarte. Ha pasado mucho desde que no sé de él, poco después de que se mudó, perdimos todo contacto. Espero esté bien y haya encontrado a una chica que le merezca, es un gran chico, un poco tonto, pero eso es un defecto general en los hombres, eso los vuelve interesantes y adorables, si me lo preguntas.
He decidido enfocarme solamente en mis estudios para concentrarme en lo que tanto me apasiona; salvar vidas a través de trasplantes de órganos...», le detuve.
— ¿Por qué ella decidió escoger esa carrera, lo dice en algún cuaderno que nos hayamos saltado? —le pregunté con curiosidad.
— Sabía que preguntarías eso. Para resumirte, sucede que cuando estaba en el bachillerato, su mejor amiga murió porque, en aquella ciudad donde vivía, no había un doctor capacitado para poder realizarle los múltiples trasplantes que ella necesitaba luego de experimentar un accidente automovilístico y tampoco dio tiempo de trasladarla hacia la ciudad del doctor especialista más cercano. Aquel momento despertó en nuestra madre una gran impotencia prometiéndose, por la memoria de su amiga, que ella sería la encargada de tal responsabilidad en la ciudad para que no pasara algo tan desagradable de nuevo.
— ¡Wow! Qué noble y sorprendente era —expresé con sorpresa y admiración.
— No tienes idea cuánto —dijo con los ojos a punto de llorar.
Continuó leyendo...
«...tengo que evitar que ocurra de nuevo una tragedia como la pasada, ¡Dios! Aún recuerdo el trágico estado mental y físico que sufrió su madre al ver cómo su hija era transportada en una caja de madera a dos metros de profundidad bajo tierra. Los padres no son quienes deberían ver la muerte de sus hijos, pero simplemente es algo que no le podemos reclamar a la vida o...a la muerte.», se detuvo.
— Y así fue, en estos tres libros —dijo mientras los sostenía— se detalla sus años universitarios, sus aprendizajes de vida, sus experiencias con los profesores, exámenes, compañeros, fiestas... En fin, una típica vida de universitario. Así que me volaré esa parte —dijo mientras los posicionaba en otro lugar.
— ¿Cuándo es que se conocen sus padres, mi amor? —dijo su esposa con desesperación.
— ¡Vale, vale! Dentro de este cuaderno está lo último que nuestra madre, ya siendo una importante doctora en su ciudad, escribió. En este cuaderno se cuenta el punto en el que queremos realmente llegar y, algo narrado especialmente para ti —dijo mi hermano dirigiéndose hacia mí.
«¿Soy yo o el semblante de mi hermano cambió?», pensé al ver la expresión de su rostro.
— ¡Oh…! —expresé con ansias.
Abrió el cuaderno en la primera página y comenzó a leer…
«... Un día que al principio simulaba ser tan corriente como cualquiera; pacientes que habían sufrido accidentes por tonterías como cortarse mientras cocinaban, clavarse mientras intentaban enganchar un cuadro en la pared, golpearse la cabeza al dar un paso en falso bajando las escaleras y demás cosas que, a pesar de no ser mi especialidad, por la gran demanda de casos y poca oferta de médicos, tenía que asistir. Sin embargo, ya en la tarde algo realmente interesante ocurrió; apareció un señor con un problema en los pulmones, me había explicado que tenía por costumbre fumar marihuana —a pesar de ser ilegal—, ya había conocido uno que otro caso por la misma sustancia.
Los casos típicos de marihuana son parcialmente inofensivos, incluso, había conocido de colegas especializados que lo recetaban como medicina, y así fue, el señor lo usaba con fines médicos, pero tal parece que se llevó del gusto.
Combinó la hierba con otros químicos que individualmente no eran nocivos, pero unidos, por la combustión al prender el cigarro, generaban un químico tóxico muy voraz para la salud humana, por lo que sus pulmones le fueron demasiado afectados. Había practicado esto por más de seis meses, así que, en efecto, tuve que hacerle una operación de trasplante de pulmón. Afortunadamente la operación fue un éxito y a las pocas semanas ya había sido dado de alta, después de una severa recuperación claro, para que siguiera su vida normal.
En otra ocasión, a las pocas semanas de su salida, se acercó el mismo señor a mi consultorio con un semblante mucho más saludable y encantadoramente diferente de la que tenía al momento en el que lo traté. De agradecimiento me trajo un regalo y, como él había reservado una cita, pude darme el gusto de brindarle de mi tiempo, a pesar de ser breve para no afectar a los que realmente necesitaban de mi presencia...