21 de Agosto

Capítulo VII. Sacrificio amoroso.

…¡Al abrir la caja, madre mía, me sorprendí al límite de la sorpresa! Dentro de ella había un par de boletas de la misma función que había tenido con aquel chico con el que una vez estuve en nuestra primera cita. Estaban envueltas con un pedazo del mantel que habíamos usado como asiento en ese día de campo en donde nos dimos nuestro primer beso y nos hicimos novios.  

Después de volver a tierra de mi mundo de recuerdos, dirigí mi mirada hacia él y, finalmente le reconocí, ¡era él, era él, mi antiguo amor, mi locura de adolescencia, mi tentación personificada y mi antiguo centro de felicidad! Al ver su sonrisa, después de que entendió que por fin lo había reconocido me dijo: “Lo lamento nena, me di cuenta que eras tú al momento de ver la placa que decía tu nombre, pero tanto por el dolor como por la vergüenza no me atreví a presentarme. Notaba que no te habías fijado que era yo”. Tales palabras me destrozaron, ¿cómo no pude darme cuenta de alguien que una vez lo era todo para mí? ¿cómo, en mi sano juicio, pude siquiera olvidar el nombre de mi amado? Sin pensarlo me arrojé a sus brazos disculpándome con toda sinceridad y me besó, ¡qué deliciosa sensación, hacía mucho más de una década que no sentía algo así!, fue el mejor día en años. 

Después de pasar un breve momento apasionado, acordamos reunirnos después del trabajo en donde conversamos por horas, horas y horas, actualizándonos en todos los aspectos por haber; él había estudiado Finanzas, en donde después de haber adquirido algunos años experiencia siendo empleado, se independizó, me dijo que, a través de acuerdos por sus asesorías en diversas áreas de su profesión, logró acumular el capital y relaciones suficientes para convertirse en un gran empresario. Pero que, a pesar de haber estado logrando el éxito, me confesó que su vida sentimental había sido aplazada debido a que nunca se había olvidado de mí. Mantenía la esperanza de reencontrarnos de nuevo y darnos otra oportunidad. En el fondo era el mismo chico torpe y tierno con una capacidad de predecir las cosas casi sobrenatural, sencillamente me conquistó de nuevo.  

Ambos solteros, en la misma ciudad, ya adultos y yéndonos muy bien en nuestras respectivas profesiones, decidimos reestablecer nuestra relación. Y fue lo más hermoso que pudimos haber decidido, éramos felices, muy felices, al año decidimos casarnos y al poco tiempo formar nuestra propia familia, estaba muy emocionada con la idea. Mis padres lo amaban y también tus tíos, yo lo amo con todo mi corazón, era lo mejor que me ha pasado en la vida en ese momento. 

Compramos un apartamento en común, las propiedades que cada quien tenía las pusimos en alquiler pues no eran aptas para tenerlos a ustedes; él es un administrador espectacular y yo realizo con pasión lo que hago, salvar vidas me mueve con todo amor y ansiedad. 

Después de dos años juntos nació nuestro primer hijo, tu hermano, sus ojos estaban llenos de dependencia, pureza, inocencia, ternura, amor...a tal fuerza que a primera vista me enamoré de él y robó mi corazón, no pasó una décima de segundo cuando ya sentía un enorme amor por él, lo llamamos como tu abuelo paterno en honor a su memoria, que en paz descanse. 

Cuando creía que mi felicidad no podía ser aún más, la presencia de tu hermano me dio a entender que estaba equivocada. Amaba todos los momentos que estaba con él; cuando lloraba porque necesitaba alimento, cuando deseaba afecto o simplemente porque algo le molestaba. Era fascinante ver qué tan rápido aprendía las cosas, cuando su primera palabra fue mi nombre, siendo más complicado que “mamá” lloré de la emoción. Poco a poco crecía, se hacía cada vez más independiente, pues quería de él un hombre útil para la sociedad, siendo su amiga tanto y como me lo permitiese. Él y tu padre lo eran todo para mí, el amor que me daban, la importancia que expresaban sentir por mí, lo valiosa que me hacían sentir para ellos. Sinceramente no podía pedir más. 

Pero, aparentemente, los planes de Dios eran aún mayores; me brindó la maravillosa noticia de que estaba embarazada de nuevo, de que te tenía en mi vientre, estaba un poco preocupada, no te mentiré, por la diferencia de edad que tendrías con tu hermano mayor, ya que él tiene diecisiete, pero bueno, así son las cosas, ya tu padre hará lo posible para controlarlos, hehehe. 

Esta experiencia de estar embarazada había sido un poco distinta de la primera vez, ya que había aprendido ciertos trucos para evitar unos cuantos accidentes que me pasó en la ves anterior, también ya no sólo contaba con el apoyo y paciencia de mi esposo, tu padre, sino de mi pequeño —shhh, ya no le gusta que le digan así—, gran campeón a mi lado, tu hermano. Así que un gran sentimiento de seguridad inundaba mi ser, no había nada en la Tierra que no fuera capaz de hacer por ustedes, nada, los amo tanto... 

Capítulo VII. Sacrificio amoroso. 
Sin embargo, en una noche algo sumamente trágico, horrible, desastroso, amargo, desagradable... ¡una desgracia pasó!: tu padre fue invitado a un compartir en la casa de un amigo suyo que vivía en la ciudad próxima a la que vivimos y, como mi madre nos estaba visitando, decidí que mejor quedarme en casa y que se llevara a tu hermano para así pasasen un tiempo padre-hijo. Por el momento, todo estaba bien, hasta que en la noche tu padre me llamó y dijo que ya había terminado la fiesta y que vendría de camino, pero algo en su habla no me permitía estar tranquila; estaba ebrio, le imploré que viniera acompañado de alguien, pero él fue el último en salir, pues ayudó a limpiar algunas cosas. Le sugerí que tomara un taxi, pero se negó, creo que era lo único que odiaba en él, su actitud cuando estaba bajo el efecto del alcohol, afortunadamente es sólo un bebedor social, así que pocas fueron las veces en las que lo veía de esa forma. Pero, a las dos horas que no había visto o escuchado señales de él o de tu hermano, comencé a preocuparme, así que puse un poco de Blues para calmar mi ansiedad pues sabía que ese estrés no iba a ser saludable para ti. Y eras mi máxima prioridad, sin embargo, para agraviar la noche, quisiste nacer y aún con la preocupación en la cabeza por el paradero de tu padre y hermano tuve que ir sola al hospital pues mi madre ya se había ido a su casa y no quería molestarla. 

Irónicamente, miércoles 21 de agosto se cumplía el día de la primera vez que nos vimos tu padre y yo, y...la última vez. 

El dolor de las contracciones no podía hacerme desfallecer, así que recobré fuerzas desde lo más profundo de mí para llamar un taxi que me llevara lo más rápido posible a la clínica en la que trabajaba. Conocía el protocolo por lo que escribí los formularios necesarios, solicité una silla de ruedas y a un enfermero muy querido mío para que me ayudase. Nos dirigimos hacia el cuarto que me habían reservado.  

En el camino, a pesar de estar sola, tenía en mente de que todo iba a estar bien, hasta que vi algo que arrebató mi alma de mi cuerpo y me dejó más blanca que la nieve. Vi a tu padre y a tu hermano inconscientes en el cuarto de “Cuidado Crítico”, no pude evitar reconocerlos en el pequeño instante en el que pude verlos cuando la entrada había sido abierta al salir una colega mía.  

Sin pensarlo dos veces, ordené que la silla se detuviera para confrontar con mis propios ojos si eran mi amado rey y príncipe quienes estaban ahí, y...al momento de reconocer que mis sospechas eran ciertas sentí cómo toda la sangre de mi cuerpo iba siendo reemplazada por oscuridad, ansiedad, dolor, tristeza, depresión, miedo, pavor, horror, negación… 

Solicité que se me informara la situación médica de ellos como doctora que —a pesar de estar en licencia— aún era y más aún especializada en ese tipo de casos. Y no podía creer que había ocurrido de nuevo; un accidente automovilístico y ellos necesitaban un trasplante múltiple de órganos para poder sobrevivir. Al haber revisado el historial clínico de tu padre aquella vez que lo operé del pulmón, pude darme cuenta de que él y yo compartíamos la misma línea sanguínea, al igual que tu hermano. Así que decidí ofrecerme como donante de órganos, sin embargo, estaba embarazada, por lo que después de saber que tu padre y hermano podían esperar un par de días, ordené que inmediatamente después de darte a luz y recuperarme, dirigiesen mi cuerpo hacia el quirófano para la transferencia de órganos, aunque eso significara mi muerte, no acepté peros, la lista de espera no era una opción. 

No sé cómo pedírtelo, pero espero que me perdones, espero perdones a tu tonta madre por no poder compartir contigo los momentos tan vitales que me necesitarás: en tu crecimiento, tu desarrollo, cuando te enamores por primera vez, cuando te llegue el periodo, tu primera desilusión amorosa, tu primera travesura…en toda tu vida, pero...estarás con un gran padre y un amoroso hermano, sé que crecerás siendo alguien muy inteligente y humanitario como tu madre. 

Tengo fe en mis colegas y sé que la operación será todo un éxito. Ya que el parto sí lo fue, eres la reencarnación de lo precioso y perfecto, me acuerdas totalmente a mí de cuando era bebé según veía en mis fotos, hehehe. Serás una grandiosa mujer, siempre estaré contigo protegiéndolos a todos y cada uno de ustedes. Los amo tanto, mucho más que mi vida misma...», se detuvo mi hermano. 

— ¡¿Por qué te detienes?! ¿Qué pasó después? —dije mientras mis lágrimas parecían las cataratas del Niágara. 

— ¿Qué crees que pasó, hermana? —dijo llorando mientras se tapaba la cara con su gruesa mano.  

— ¡Ay, mi amor! —dijo su esposa aferrándose hacia los brazos de él consolándolo por contar tal trágica historia. 

A los pocos minutos, también se acercó a mí ofreciéndome un abrazo que no pude negar. 

Después de saber la historia de mi madre pude entender por qué mi padre siempre se estremecía, entristecía y palidecía cada vez que preguntaba por ella, me abrazaba y decía: “Tu madre, fue lo más maravilloso que me hubiese podido pasar en la vida, gracias a ella los tres vivimos. Eres su viva imagen, cada vez que te veo, la recuerdo a ella”. En ese entonces entendía la razón de mi hermano y yo, pero no porqué él decía que le debía también la vida, hasta hoy. 

— Hermano, ¿podríamos ir al cementerio? Quisiera visitar su tumba —expresé mientras trataba de no deshacerme en mil pedazos.  

— En pocos días será tu cumpleaños, ¿no? Claro...también se cumple aniversario de su fallecimiento...nunca habías ido, ¿verdad? —preguntó mientras secaba sus mocos con su pañuelo. 

— No, ahora entiendo que el viejo ha estado lleno de remordimientos y la vergüenza. No se permitía estar conmigo en mis cumpleaños. Todo me es claro —le dije. 

— No es un mal hombre, de hecho, lo admiro mucho. No me independicé de la casa porque la situación fuese incómoda, todo lo contrario, me fui confiando en que iba a ser lo suficientemente fuerte, responsable, respetuoso y amoroso para velar por ti y cuidarte... —estalló en lágrimas— Si me pasara eso, no sé qué sería de mí —dijo sumamente afligido.  

— Ay, mi amor... —dijo su esposa mientras lo abrazaba y ponía la cabeza de él sobre su pecho. 

... 
Fuimos a la tumba de mi madre, le compré un ramo de rosas blancas, su flor favorita, según había leído mi hermano en uno de sus cuadernos... Me los prestará para conocer más de nuestra heroína... 

«Gracias ma', en donde quiera que estés, gracias por lo que hiciste, te prometo que haré que estés orgullosa de mí...», pensé mientras depositaba las flores al frente de su lápida con una profunda tranquilidad en saber el tipo de persona que era mi madre, la mejor persona que nunca conocí... 
 




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