Contigo conocí la valentía y el enojo, los celos y la necesidad de proteger lo que es mío.
Nunca has sido mío, porque no eres una posesión, pero cuando conocí las de tu mundo quise sacarte de él para siempre.
Odié verte llorar, verte inseguro y débil, sintiendo las ganas de desaparecer las existencias que te ponían en esos términos. Te quise encerrar en una cajita con todas las comodidades para que nadie te dañe.
Quise pelear sin tomar en cuenta mi complexión débil y pequeña, tomar a palabra ruda cualquier comentario malo hacia ti aunque mi voz no fuera la más demandante. ¿Por qué alguien quisiera destruir a un sol? no comprendía nada de ello.
Otra cosa que conocí fue la crueldad…
Crueldad la gente que no tolera ver a alguien feliz y lo vuelve infeliz; alguien que le quita su hogar a otra persona y lo hace deambular entre inseguridades y miedos; quién hace llorar a las hermosas almas que aún dedican sus letras del corazón sabiendo que no van a ser apreciadas.
Y conocí los celos, porque odiaba que les prestaras atención a esa gente que te causaba daño en el momento, pero no podía hacer nada más que apoyarte y dar mi mano para levantarte de nuevo y que brillaras como siempre.
Porque no importa cuánto daño te hacían, tú te querías volver a levantar y yo te ayudaba cada vez que lo hacías. Por eso eres un solecito.
Los soles siempre aparecen después de momentos de lluvia o nieve, desastres naturales y noche incontables.
Conocí la valentía para ayudarte a aparecer un día más, solecito.