16 de Diciembre
Día 16
Dejé que las cosas fluyeran. Aún cuando el mar estaba llevándome a lo más profundo y cada ola me revolcaba.
Me rendí, únicamente para poder obtener más fuerza. Solo que esa rendición se volvió mi zona de confort. Ahora estaba solo flotando en el mar, creyendo que mi vida siempre se vería igual.
Cuando volviste y me arrastraste hasta la orilla, creí fielmente que moriría ahogado. Pero, no lo hice. La espera valió la pena hasta este momento, solo espero que lo valga para siempre.
Atte. Alejandro.
Alejandro
—Lu, no me digas que estás tan nerviosa que te vas a desmayar. Otra vez.
—Es que... no te voy a mentir, sí estoy nerviosa —admitió sin dejar de mover sus manos.
—¿Por qué esta vez si estás nerviosa? ¿recuerdas, novia falsa? —intenté calmarla un poco. Lo cual fue en vano; ya que creo que lo único que logré fue insultarla al negar nuestra relación.
—¿Novia falsa? —inquirió decepcionada, alzando sus cejas.
—Novia casi falsa, casi real —intenté arreglarlo.
—Lo acepto. Novio casi falso, casi real.
—Dame tu mano y cuando sientas que te vas a desmayar, la aprietas tan fuerte que yo sabré que te tengo que sostener.
—Entendido, señor.
Entramos a la casa de la abuela y, como era de esperarse, todas y cada una de las miradas caían sobre nosotros.
Parecían buitres, sin dejar de observarnos, y nos analizaban de pies a cabeza como si fuéramos un espécimen.
Solo escuchábamos los cuchicheos y opiniones que pudieran tener sobre nosotros. Di un pequeño vistazo a Lu para apreciarla y todo lucía en perfecto estado.
Examiné el lugar y me percaté de que no nos miraban en conjunto. Más bien la admiraban a ella, y a su larga y negra cabellera que brillaba bajo las luces de la casa, resaltando sus facciones y su piel pálida que relucía con su lindo vestido azul marino.
El desplante de intimidación que nos brindaba mi familia cambió inmediatamente, las miradas iban directo a Lu. Solo que esta vez todos parecían asustados y un tanto preocupados.
Todo el mundo se quedó en silencio y nos observaron aún más intrigados. Miré de reojo a Lu y, al no recibir ninguna palabra suya, sentí mi mano arder de lo que la apretaba.
Me tomó un segundo restablecerme y recordar lo que le había dicho.
Lu se va a desmayar —me gritó mi mente.
Efectivamente, giré media vuelta sobre mis talones para lograr percibir la imagen de Lu comenzando a desmayarse.
Extendí mis brazos para sostenerla y ella cayó sobre ellos. Mi pareja estaba completamente inconsciente, como la primera vez que la presenté.
No, por favor, de nuevo no. Pensé, mientras la alzaba para poder cargarla y transportarla hacia el sillón.
El camino de la puerta hasta el sillón parecía tan largo, que cada paso que daba era un segundo más en el que ella no reaccionaba.
Vamos Lu, no me hagas esto, reacciona, reacciona. Prometo no molestarme si esto es una broma, ya fue mucho tiempo en que no despiertas, ya es suficiente.
Coloqué y acomodé su cuerpo completamente desvanecido sobre el sillón y la abuela se posicionó a su lado, levantando su cabeza para ponerla sobre sus piernas.
Mi preocupación aumentaba al pasar los minutos. Carajo en estos momentos me hubiera encantado ser doctor.
Caminando de lado a lado, pasaba mis manos por mi cabello en busca de una acción que me distrajera ante la situación, porque sino me iba a volver loco.
Todos seguían en silencio observando. Creo que nunca había visto a mi familia sin hablar por tanto tiempo.
El cuerpo de Lu permanecía recostado en el sofá; de no ser porque podía ver su pecho inflarse, no estaría tan seguro de si seguía viva.
Mi abuela no se separó ni un segundo de ella.
—Todos fuera —exigió mi abuela.
Mi familia estaba confundida y nadie movió un solo pie, hasta que mi abuela volvió a gritar: —Ahora, sálganse todos de mi casa, mi niña necesita aire.
No éramos muchos en el lugar y no me importaba quien estuviera allí. Papá y Noemy intentaban calmarme y, a la misma vez, me hacían todo tipo de preguntas. Las cuales no podía responder, ni siquiera escuchaba todo lo que decían; yo solo quería que ella despertara y ya después me enfrentaría a lo que fuera.
Cada una de las personas salían al patio como perritos regañados con la cabeza agachada.
—Tú no, Alejandro —me regañó mi abuela al verme intentar salir. De los nervios, ni yo sabía que estaba haciendo.
—Perdón.
—Dame el alcohol y el algodón de la cocina.
Corrí a la cocina y le traje lo me pidió. Mojé el algodón y lo pasó por su nariz, su nuca y su frente.
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Editado: 04.12.2024