24 días para enamorarme

Capítulo 33. Mamá siempre tiene la razón

La mañana del 24 de Diciembre. 7 A.M.

Día 24.

Alex

La abrazo tan fuerte como podía; así, no se iría de mi vida.

Sé que es un sueño, porque tú no estás aquí conmigo. Llevo más de 7 años extrañándote y necesitándote. Necesito tus abrazos, tus consejos y tus regaños.

Te necesito, mamá.

Mamá me abrazaba e irradiaba destellos de luz que encandilaban mi vista. Me daba un beso en la mejilla, pero no hablaba, no decía nada. Solo afirmaba con su cabeza.

—¿Recuerdas que me dijiste que nunca me rindiera? Que, si era algo que tanto he querido, todo funcionará.

Afirmó con su cabeza, y yo no la soltaba.

—He logrado tantos avances y, aun así, no veo la luz. Me siento frustrado y vencido. Tanto sacrificio y tanto dolor para nada. No estará todo bien esta vez. Me duele —comencé a llorar, sujetando mi pecho—. Me duele el corazón, mamá. Algo lo está oprimiendo. No puedo respirar. Mamá, me duele.

Ahora estaba en cuclillas, sin soltar las manos de mi madre.

—Me duele el corazón, ¿qué rayos? —tenía el corazón en la mano—. Mamá, mi corazón. —mi mano estaba llena de sangre, con mi corazón colgando.

—Respira, estoy aquí —dijo con su voz dulce y suave. Ya había olvidado su tono de voz y su delicadeza para calmarme.

Empuñé mis ojos y me reincorporé como me fue posible. Ya no tenía sangre ni mi corazón en las manos; sin embargo, no dejaba de temblar.

Me volvió a abrazar, y esa calidez no la había perdido.

Las lágrimas volvían a mí, y podía sentir sus suaves manos limpiándolas. La abrazaba tan fuerte que la podía partir en dos.

—Solo soy un recuerdo; no te puedes detener por mí, y es importante que lo entiendas.

—¿Qué cosa? —respondí sin quitar mi cabeza de su cuello.

—Me perdiste a mí y eso no fue tu elección. No pierdas a las personas que amas por miedo. No hagas que eso sea una opción a elegir.

No puedo respirar de nuevo, y mi corazón se acelera, aunque, para este punto, no sé dónde quedó mi corazón. Sé que estoy respirando, pero no siento aire en mis pulmones.

—Sabes que fue un error dejarla ir y sabes que la amas. Odias decir adiós, odias las despedidas, mi niño. Y sabes que esta vez es para siempre. Te amo —besó mi frente y se comenzó a desvanecer. —Su amor no debe terminar y un “para siempre” no es suficiente en su vida.

—Alex, ¿estás bien? —escuché muy alterada a mi hermana, mientras yo despertaba de lo que sea que eso haya sido—. Estabas teniendo pesadillas o algo así. Gritabas y no has dejado de llorar. —me informó Noemy, al limpiar mis lágrimas.

—Estoy bien, gracias —solo logré decir.

Me abrazó y se quedó conmigo hasta que fingí que pude conciliar el sueño.

Al escuchar que cerró la puerta de mi habitación, me incorporé y saqué mi teléfono.

Mi mente me decía que era un error, mientras mi corazón direccionaba mis manos para teclear su número de teléfono, el cual de memoria me lo sabía.

Sonó una vez y nada. Me decepcioné, aun cuando no podía esperar más de ella.

Sonó nuevamente, y mi esperanza se acababa.

Una tercera vez, y supe que era muy tarde. Dejé el teléfono en mi almohada, mirándolo fijamente.

—Bueno —dije contestando rápidamente sin mirar de quién era la llamada.

—Buenos días. ¿Cómo estás, corazón de melón? —escuché la voz de Yoss.

Colgué la llamada y me puse la almohada en la cabeza, en el intento de ahogar mi grito de desesperación.

¿Me estaba volviendo loco? ¿Por qué le rogaba a mi teléfono?. Sí, le rezaba a mi teléfono para que la llamada de ella apareciera por arte de magia.

Pasó una hora, y no devolvió la llamada- Realmente no lo merecía, pero todavía tenía esperanza.

—¿Bueno? —contesté el teléfono, medio dormido.

—Noemy me acaba de decir lo que pasó. ¿Estás bien?.

Era ella. Era su voz. ¿Estaba soñando? No, no, claro que no, estaba muy despierto.

Recordé que ella estaba en la habitación de al lado, y un sentimiento de satisfacción me inundó al revivir lo que había pasado anoche.

—Alex —volvió a hablar ante el silencio que había creado, por estar asegurándome de que no estuviera soñando.

— Perdón, es que... Me sorprendió que llamaras.

—Si, a mi también me sorprendió que lo hicieras tú. ¿Estás bien?.— preguntó nuevamente.

—Si —miré el techo y me arrepentí de todas las estupideces que pude haber dicho, todas y cada una de las palabras. Me odiaba; no tenía ni un derecho de decirle que la necesitaba.

Acepto que la necesitaba.

—¿Quieres que vaya? —la escuché suspirar profundamente, como si le costara en el alma estar hablando conmigo.




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