24 días para enamorarme

Capítulo 36. Los regalos siempre cambian nuestra perspectiva.

La noche del 24 de Diciembre

Lupita

Ah, otra vez, Alex hizo de las suyas. Sinceramente no sé que me hizo pensar, que esta vez todo sería diferente. Que todo cambiaría.

Le advertí a mi corazón que esta ocasión, ya no lo podría arreglar, porque no existen piezas que se puedan rescatar de él. Me trituró lo suficiente, para no poder encontrar las piezas faltantes, todo porque se las llevó consigo.

Solo quería salir corriendo, tan lejos donde nadie me pudiera encontrar y donde nadie pudiera verme. Así, no se darían cuenta lo que soy: un corazón mal herido, disfrazado de una mujer con labios pintados de rojo.

Llegar a mi casa y tirarme a llorar en mi cama, ¿sería una solución?, probablemente no. Pero, si ahogaría mis sentimientos entre las sábanas. Ilusamente creí, que con el tonto vestido rosa, algo cambiaría entre nosotros.

Ya estoy agotada. Cansada de luchar. Harta de que todo me salga mal, de que no pueda tener lo que quiero y que la vida me trate como si yo fuera la que traicionó a diosito.

¿Qué necesidad había de que hubiera una pelea?. ¿Por qué uso los golpes?. Nunca entenderé porque los hombres, siempre quieren resolver todo a golpes.

Entre el alcohol y los golpes, no sé que más detesto. Ah, ya sé. En estos momentos, definitivamente odio a Alejandro.

—Me llevas a casa —imploré a mi hermana, cuando regresé al interior del restaurante.

—¿Por? —inquirió.

Sin dejar salir ni una palabra de mi boca, mis ojos vidriosos y mis manos temblorosas, le dieron la respuesta que mi hermana necesitaba. De inmediato, me colocó su abrigo, quitándome el que Juan me había dado y abrazada a mí, nos encaminamos al auto.

Sin voltear hacia atrás, ni a los lados. Puesto que, no necesita miradas que confirmarán, lo que mi mente ya estaba enterada. Sin dar explicación, al no tener manera de organizar mis ideas para expresar mis emociones. Sin hablar. Sin sentir. Sin llorar.

Mi hermana sin juzgarme o estresarme con preguntas, solo me ayudó a llegar al auto, protegiéndome.

Todo el transcurso estuve en silencio, mirando por la ventana. Llorando.

Las palabras de mi madre salieron de mi mente, resonando hasta en las paredes del auto: No sabes como lidiar con eso. No sabes como resolver los problemas.

Todo era verdad, no sabía nada. ¿Qué iba a saber una plebita de 22 años sobre la vida?. Cuando solo veo los problemas y quiero llorar. Cuando nunca creo que soy capaz de mejorar mi situación.

Creí que no habría muchos carros y así podríamos llegar rápido a casa. Equivocación, lo que me faltaba, la fila se hacía cada vez más larga.

¿Qué harás ahora?¿Cómo resuelves una vida de errores?. Me reprendió mi mente.

—Nos va a llevar un rato, poder llegar a la casa.

—Ya vi. —solo dije cerrando mis ojos para evitar cualquier signo de lágrimas.

—¿Me vas a contar lo que pasó?

Me tomé mi tiempo para poder hablar. Tratando de procesar lo que había pasado y si ese era el fin. Crucé mis brazos y apreté el abrigo más a mi cuerpo.

—Juan y Alex se pelearon por una tontería.

—La promesa, ¿verdad?. —mencionó mi hermana, como si leyera mi mente, conectada a mi corazón.

Vaya, hasta mi hermana recordaba la mentada promesa.

—Si. —exclamé bajando mi mirada.

—¿No le habías dicho a Alex sobre tu promesa de amor?. Una muy patética, por cierto. —preguntó curiosa y yo solo permanecí con mi cabeza agachada, como al perrito que regañan por hacer algo malo. Cuando no solo yo, había hecho algo mal— ¿Estás así por una pelea?—siguió cuestionando, en busca de conocer los detalles.

—Discutí con Alex y esta vez. —las palabras se enredaron en mi boca, al no querer reconocer lo que diría, una lágrima corrió por mi mejilla y la limpié de inmediato—. Esta vez, yo fui la que rompió con él.

Ni siquiera, yo podía creer eso. Hubiera jurado que, en primer lugar, no volvería a ser algo de aquel hombre y en segundo, me imaginaba que si le daba una segunda oportunidad, era para quedarme con él para siempre.

—Ayuda en algo si —Yareli hizo una pausa, estirándose para tomar algo de la parte de atrás de su coche. —Te doy esto. —puso en mi regazo una caja envuelta en papel rosa, con mi nombre en letra cursiva.

Adivina, adivinador, era un regalo de Alex. Vaya, vaya, vaya.

Me perdí el brindis, el postre, el canto, los juegos, los regalos y a él. Una simple caja rosa, no iba a remediar el cochinero que éramos.

¿Para qué me hago la sorprendida?, si yo también le había traído un regalo, el cual, no sé si sigue debajo del árbol o lo tiene él y ni me importa.

Abrir o no abrir, estaba en una disputa dentro de mi cabeza. Él no merecía que lo hiciera, pero la curiosidad me obligaba a hacerlo.

La caja no era tan grande, ¿Qué podría ser?. Nunca ha sido el mejor dando regalos. Puede que sea una tontería como acostumbra. Uno de sus tantos jueguitos.

Sé que solo había una manera de descubrirlo. Solo que, no quería ceder ni seguir dándole la oportunidad de cruzar el límite entre: lo que me importa y lo que aunque me importa, no debería de permanecer en mi vida. No, porque siempre Alejandro sale ganando y me termina importando.

—No lo quiero, llévatelo.—ni siquiera toque la caja, no sabía si tenía algún tipo de conjuro que me hiciera volver a enamorarme de él.

—Lu, vamos a estar aquí por una hora, ¿Segura que no quieres abrirlo?.

Asentí, confirmando que no deseaba nada de ese hombre y ocultaba mis anhelos por tener todo de él.

—¿No tienes ni un poco de duda?.

Negué con mi cabeza. Pero, no negué en mi corazón y menos en mi alma.

—¿Un poquito de curiosidad?. —volvió a hablar mi hermana.

—La curiosidad mató al gato. No quiero que mate más, lo que, ya murió hace unas horas.

—Un chirris de ganas de abrirlo. —preguntó nuevamente y yo negué con mi cabeza otra vez—. Además, puede que cambie algo y aún estamos de este lado de la frontera. —agregó




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