"La vida es una mierda. Solo cuando llegas a casa y ves a tus hijos corriendo, gritándote «Papi» te das cuenta que... no importa la mierda de vida que tengas, esa mierda pasa a ser el abono de una vida florecida y hermosa..."
-Demian Simpson (Ebrios CanibaleZ)
Desde el horizonte, empujadas por el viento se podían oír las intranquilas melodías de las ambulancias, patrulleros y bomberos que anunciaban una catástrofe que los madrugadores lamentan; y los que no, ya lo harán. En el núcleo de su cuerpo golpeaba con fuerza los latidos de su corazón, dándole un mínimo ritmo a la canción que su boca emanaba entre nubes de vapor.
—La oruguita en su capullo se escondió, del frío se abrigó. Después de cuatro días el cascarón se abrió y con sus anaranjadas alas al sol voló, pero no se quemó —Tarareó Mauro intentando olvidar los perennes gritos que atormentaban su memoria—. Fue rodeada por avispas, asechada por pájaros, pero no se intimidó. Voló y voló; con sus alas en el viento danzó. Las hadas envidiaron sus suaves movimientos, sus alas desgarraron sin remordimiento. Pero no se cayó, el viento gentil por los aires la impulsó. Al cielo la llevó, y desde ahí a sus seres amados protegió...
La hora de caminata fue eterna, divisando a los vehículos ir y venir a su izquierda, haciendo silbar al viento. Sus músculos comenzaban a arderle. Mas su calma no fue nimia cuando pudo llegar a la terminal de trenes de Knorr. Caminó por la acera con suma tranquilidad, portando su escopeta entre las manos mientras ignoraba a quienes golpeaban ancianas y mujeres para robarles lo que llevasen encima, y a quienes saqueaban felizmente en la calle de enfrente, con una sonrisa tal que pareciesen haberse sacado la lotería. La terminal era pequeña, pero el tumulto enorme; todos estaban deseosos por subirse a los trenes, por volver con sus seres amados.
De no portar la escopeta, habría llevado sus manos hacia su cabeza, preguntándose cómo haría para subirse. Mil ideas cruzaron por su cabeza, tal como los pasajeros hacen en esta estación cada mañana, todas volviéndose cenizas ante el abrupto estallido de una Glock, dando nacimiento a un silencio que permitió escuchar el vacio y metálico sonido de un casquillo rebotando tres veces en el suelo, seguido de gritos desesperados de un policía que pedía orden, ignorando el cadáver adolescente que frente suyo posaba, tendido en el suelo con un hueco en el pecho. El caos volvió con mucha más fuerza, todos los que querían subir al tren ahora solo querían acabar con la vida del oficial. A Mauro no le importó, y aprovechó para meterse al tren como buenamente podía con la escopeta apretando su pecho. Otra sardina más a la lata.
Finalmente el tren arrancó y Mauro se vio apretujado contra la puerta. Estaciones tras estaciones pasaban por la izquierda del vehículo, que no tuvo empacho en ignorar a todos aquellos que aguardaban desesperados. El joven de ojos café comenzó a idear un camino desde la terminal de Patérnica hasta Términa, encontrando la caminata más breve y segura por el Mercado Central. Tal vez podría reencontrarse con alguien en el camino, quizás él esté cerca.
Los jadeos, murmullos y acongojadas voces de los pasajeros no le permitían oír sus pensamientos con claridad. Personas llamando a sus familiares y otras llorando al no ser atendidas. Las madres en sus asientos abrazaban con fuerza a sus pequeños, prometiendo falsamente que todo estaría bien, algunas rompiéndose en lagrimas al oír cómo sus hijos preguntan por qué tal familiar poseía tal herida. Él intentó olvidar por un segundo la situación, cerrando los ojos y respirando con fuerza el dióxido de carbono emanado por el resto de agitadas bocas, notando el olor a café derramado del lugar. La estación de Klew se acercaba cada vez más, los parpados comenzaban a separarse lentamente permitiendo a la luz entrar a las retinas. No pudo evitar temblar al divisar por la ventana de la puerta el hecho de que todos y cada uno de los civiles en la estación poseían el mismo rostro que la rubia, mirándolo con un inexpresivo odio y rencor; pupilas tan oscuras que podían penetrar y comerse su alma. Enormes mariposas de color gris surcaban los cielos con total libertad y las columnas que soportaban el techo comenzaban a verse cada vez más ciclópeas. El silencio dominaba como la paz en un conticinio, y el tiempo parecía haberse detenido. Solo bastó un parpadeo para notar que no existían tales insectos en el cielo ni rencor en los rostros, sino pavor. Ladeó su cabeza juntando fuertemente sus parpados a la par que intentaba recobrar la coordinación en sus pulmones. Sus manos provocaban clacketeos contra la puerta al chocar el metal de la escopeta.
De pronto, las lagrimas comenzaron a brotar nuevamente en silencio. Por fuera Mauro se notaba serio, frio incluso, pero por dentro se caía a pedazos al imaginarse que esa mujer pudo ser su ex cuando se hallaba embarazada, llorando por la entrepierna la vida de su hija. No dejaba de preocuparse y de lamentarse por aquel que posiblemente ahora yace viudo en su casa y que jamás conocería para disculparse. Intentó estirar su mano derecha para tomar su celular, pero su apretujado cuerpo contra la puerta se lo impidió. Otra vez desesperación por no oír a sus hijas. Su mente solo ideaba insultos dirigidos a nadie, y lamento por dejar que sus hijas viviesen en un barrio tan peligroso y anárquico, todo por la estúpida idea de que estarían mejor con su madre. Una madre que mucho reclama y poco hace.
Un hormigueo en su espalda hizo que los cabellos se le erizaran y los poros volviesen su piel como la de una gallina desplumada. No sabía por qué, pero se sintió obligado a voltearse. Comenzó a girarse con fuerza hasta finalmente poder dar la cara a los civiles asustados. «Al menos puedo ahora puedo descansar un poco» pensó a la par que apoyaba su espalda contra la puerta. Dio un largo suspiro intentando calmar sus nervios.