"Las armas son instrumentos fatales que solamente deben ser utilizadas cuando no hay otra alternativa."
-Sun Tzu
Las nubes surcaban los cielos empujadas por el viento, grises y pesadas, listas para ponerse a llorar con rabia y tristeza por lo que veían a dos mil metros. Las personas se dejaban abrigar por la confusión y el pánico, siendo el caso de los más listos que decidieron conseguir provisiones y un refugio lo suficientemente seguro. Los más estúpidos, por otra parte, decidían entregarse a la anarquía. De más está decir que eran los primeros en recibir el punzante beso en sus cuellos.
Las primeras luces en el techo del mundo comenzaban a serpentear fugazmente entre las nubes, para ser seguidas diez segundos después por los quejidos celestiales. El viento soplaba a sobremanera agitando y haciendo silbar aquellos arboles que aun no yacían carbonizados.
La adrenalina hacía parecer que el tiempo era pesadillescamente lento. Ambos pestillos de la falsa pistola se sincronizaban para apuntar a la cara de uno, y luego de los otros dos. La yema del índice de Mauro otra vez se posaba sobre un gatillo.
Él contracturó sus músculos con el fin de no temblar. Con el mismo fin Benjamín posó con fuerza la culata en su hombro derecho. Cada paso que daba uno de los ladrones daba como consecuencia un grito de advertencia. Como podían intentaban rodear a su presa como lobos a un perro indefenso.
—Bajen las armas, maricas —Mencionó el joven de machete con los nervios colmando su paciencia
—A tu señora la están bajando. No se muevan, negros de mierda, ya no hay zurditos que los defiendan, ¿me oyeron? Así que dense la vuelta y lárguense de aquí antes de que les vuele esos dientes podridos de un tiro —Amenazó Mauro
—No tienes los ojos de un asesino, amigo —Rió quien empuñaba el hacha, caminando hacia su derecha, acercándose al asfalto
—¡No te muevas! —Advirtió Benjamín con una palpable ira en su rostro— Ahora este es nuestro juego, así que bajen esas armas, dense la vuelta y corran antes de que nos arrepintamos y los caguemos a tiros, ¿oyeron?
Los quejidos en el cielo se hacían cada vez más fuertes y recurrentes. Nadie dejaba de intercambiar miradas, los ladrones querían lo que Mauro y compañía tenían, y ellos solo querían llegar con sus seres queridos.
Tal vez fue la forma en que Mauro se posaba sobre sus pies, o el hecho de que Benjamín jamás jaló la corredera, pero las sospechas cada vez crecían más dentro del joven del machete. Había algo, un "noséqué" que denotaba la falta de intenciones asesinas en la dupla, algo los hacía verse exagerados y sobreactuados, mas la ira en sus rostros era real y palpable, empañando el miedo que dentro suyo albergaban.
—¿Por qué no dispara? ¿Es un cobarde? Si es así no puedo arriesgarme a que se le escape un tiro —Pensó el del machete
—Tú, el del cuchillo —Señaló Mauro, llamando así su atención—. Si, tú, suéltalo y patéalo cerca de mis pies, luego ven aquí
Benjamín, preocupado por el actuar de su compañero, lo observó por unos segundos. Los tres notaron esto.
—¿Qué dic--? —Intentó preguntar el mencionado
—¡¡Cierra el culo y haz lo que te digo si no quieres morir, hijo de una camada de putas!! —Amenazó nuevamente
El silencio otra vez llegó. Algo no cuadraba, mas los enemigos no podían descifrar qué era.
—Eres un estúpido —Dijo Mauro mientras se posó correctamente para abrir fuego. Todos notaron la leve presión ejercida sobre el gatillo.
—Está bien... —Dijo el amenazado
Dejó caer su cuchillo y de una patada lo deslizó hacia los pies de Mauro, quien rápidamente se agachó para recogerlo. Luego decidió tomar como rehén al desarmado. Con su izquierda posó la filosa punta del cuchillo sobre la garganta del indefenso, apuntando con la otra al resto
—Bajen sus armas también si no quieren que su amigo muera
Algo... algo seguía sin cuadrar en la mente de aquellos. ¿Por qué alguien armado decidiría recorrer las alcantarillas? ¿Por qué no suelta un disparo de advertencia?
Preguntas que aquel que portaba el machete no dejaba de hacerse, mientras que el del hacha solo se fijaba en Benjamín.
—Tengo hijos, amigo, un nene y una nena. Yo no salgo a robar por gusto, amigo, solo lo hago para conseguir comida. Necesitaba tus armas para protegerlos, ¿me entiendes? Yo solo hago esto por ellos... —Rogó nervioso el rehén, deseoso de ser soltado para acabar con su captor
—Nadie que ame realmente a sus hijos sale a robar. Si quieres verlos, ruégales a ellos, no a mi —Respondióle Mauro mientras señaló a los ladrones—. De ellos depende que salgas con vida.
—Ya basta de idioteces —Mencionó aquel de machete mientras se acercaba lentamente
—¡Atrás! —Gritó nuevamente Mauro mientras presionó levemente el cuchillo
—Me cuesta creer que siquiera tengas balas —Amagó con su machete, levantando su mano mientras avanzó dos pasos, fuertes y amenazantes
La exaltación y reacción de Mauro provocó que retrocediera, sus brazos se contrajeron en pos de adoptar una posición defensiva y, sin desearlo, penetrando con fuerza la garganta de aquel que tomó como rehén. La sangre comenzaba a salir, cálida y vaporienta, mientras que el joven solo se retorcía con desesperación ante la imposibilidad de respirar. Las burbujas se formaban sobre su cuello y resonaban desde su boca.
Retrocediendo cinco pasos el armado quitó el cuchillo del cuello de su víctima, observando con shock y pavor como caia de espaldas, sujetándose la garganta en un torpe intento de evitar el sangrado. Sus brazos comenzaron a temblar junto con sus piernas, y su respiración comenzaba a hacerse cada vez irregular. Benjamín prontamente compartió aquella sensación.
—¡¡Hijo de puta!! —Grito aquel del machete, fúrico y enardecido
Levantó su mano en diagonal, lanzando un corte que Mauro apenas pudo esquivar moviéndose hacia su derecha, perdiendo el equilibrio por el dolor en su pierna y estrellando su espalda contra la pared de la tienda de ropa que allí había. Finalmente otro machetazo se dirigió a su cara, frenado torpemente por aquella falsa pistola, atorando el filo en ese pequeño rincón entre el guardamonte y el armazón. No sabía cómo reaccionar, el miedo finalmente se había apoderado de él y aunque pensase hacerlo, su brazo izquierdo no podía estirarse para apuñalar a quien amenazaba con quitarle la vida. Finalmente el mango se deslizó por la sangre en la palma de Mauro y se hoyó como el filo de la hoja se estrellaba contra el suelo.