"Caeremos para que podamos aprender a levantarnos de nuevo".
-El ancestro (Darkest Dungeon)
Las pesadas gotas caían velozmente desde el cielo, helando todo aquello que tocasen, formando una gran cacofonía sobre las chapas, vehículos y aceras, casi opacando los gemidos de aquellos errantes que vagaban sin un rumbo en especifico. Algunos sanos corrían de aquí a allá, otros simplemente se refugiaban en grupos donde podían, y los menos afortunados gritaban sin ser escuchados, deseosos de que el tormento de cada mordida finalmente acabase. El frío cada vez se hacía más insoportable, los niños de la calle, con sus piernas heladas, ya dejaban de resistirse y simplemente cerraban sus ojos permitiendo que los no muertos se alimentasen a gusto. Muchos de los ancianos caían a causa de un problema cardiaco, o resbalaban mortalmente al intentar huir. Aquellos vehículos que aun funcionaban ya no tenían temor alguno de atropellar a cualquiera que se interpusiera en su camino, pues los que no se atreven a esto terminan chocando contra algún edificio u otro vehículo que detiene su avance. Ya a nadie le cabía la menor duda: este era el fin del mundo actual, que daría pie a uno mucho más vil y falto de luz.
La dupla tomó refugio dentro de una pequeña tienda ya saqueada, en la que pocos dulces podían encontrarse en el suelo. Abandonada, aparentemente sin nadie en su interior, con sus ventanas y puertas rotas. Se escondieron detrás del mostrador, donde nadie que vagase por la calle pudiese verlos. Respiraban con fuerza intentando calmar el ardor en sus pechos y piernas. Benjamín apretó su herida en un intento de calmarse, palpando como ésta se notaba más cálida de lo normal, Mauro no pudo oír sus bajos quejidos por el fuerte bullicio del exterior. Sacó su celular para contactarse con sus hijas, notando el 12:49 en su pantalla. Él podría jurar que pasó mucho más tiempo que eso, mas no podía saber cuánto gastó en cada tramo. Tras desbloquear su celular logró divisar las constantes notificaciones, gran parte siendo llamadas perdidas de la madre de sus hijas y de su hermano menor.
Tomando una barra de cereal, compartiendo otra a su compañero, llamó a aquella mujer, con los nervios invadiendo su estomago por completo. Finalmente ella respondió, como siempre, demorándose lo suyo.
—¿Cómo está todo ahí? —Preguntó primero
—Está casi igual —Respondió la mujer—. Algunos intentan entrar, pero mis hermanos los están reteniendo. Afuera se escuchan disparos y gritos. Emiliano ya está aquí, nos está cuidando —Se la oía nerviosa y agitada
—¡Papi, tengo miedo! —Gritó la mayor de fondo, como si supiese quien se encontraba al otro lado
—Yo estoy cerca del Mercado Central. Cuando esté llegando te llamaré y nos reuniremos en el puente que se encuentra a dos cuadras de tu casa —Indicó—. Pásame con Emiliano
El policía tomó el celular con su izquierda, mientras sostenía su arma en la derecha a la espera de un desconocido que pueda entrar por la puerta.
—Escucha, no me importa cuanta confianza te tenga esa mujer, tampoco me importa si eres ese policía honesto que tanto presumías ser. Llegas a tocarle un solo pelo a mis hijas, a ponerlas en riesgo o siquiera planeas abandonarlas... ningún entrenamiento que hayas recibido te salvará, ¿me oíste? Hazles algo y te juro que te mato. Tu autoridad empieza con llamarlas por su nombre y termina con mantenerlas a salvo, ¿te quedó claro? —Amenazó con una gran seriedad en su rostro—. Ahora pásame con Daiya
La niña tomó el celular, confusa por el rostro del policía, que parecía albergar preocupación.
—Hija, estoy cerca, ¿sabes? Si la cosa se sale de control, ya sabes dónde esconderte con tu hermana, ¿oíste?
—Papá, tengo miedo, el tío Luis dice que la gente se está mordiendo afuera. ¿Son zombis? ¿Los zombis nos van a comer? —Preguntó, aterrada, con sus pequeños brazos temblando en sintonía con sus piernas
—No, hija, todo estará bien. Yo estoy en camino, pronto podremos irnos. Te prometo que las mantendré a salvo, ¿sí? Pero hasta que llegue, necesito que me prometas que te portarás bien y cuidaras a tu hermana, ¿bien?
—Bien, lo prometo, papi
—Te amo, hija, las amo a las dos, más que nada en este mundo, ¿oíste? Ustedes son la estrella de mi vida. Debo colgar. Cuídate
—Te amo, papi —Dijo, pronto él cortó la llamada
Exhalando fuertemente por su nariz, apoyó su celular en su frente mientras cerraba los ojos, intentando calmar los nervios y la adrenalina que aun yacían en su interior, luego volteó a su derecha, donde vio a su compañero sujetándose la herida con gran dolor. Tomó dos barras de cereales y se las entregó, intentando simular una sonrisa para tranquilizarlo.
—Gracias. ¿Sabes? Si por alguna razón no llego a... bueno... tu sabes... —Sacó su celular, abriendo la galería e inmediatamente la foto de una mujer adulta, de un metro sesenta con ochenta kilos encima, tez oscura y canas notorias. Una bella sonrisa se dibujaba en su rostro, era una sonrisa cálida que solo una dulce mujer podría concebir— esta es mi madre, si no llego a encontrármela y te la topas, quiero pedirte que le digas que la amo. No tienes que protegerla si no quieres, después de todo tienes otras cosas mucho más importantes, pero quiero hacerle saber eso. Tiene problemas del corazón y me preocupa. Esta madrugada antes de que se fuera a vender tuvimos una discusión muy fuerte. Ella quería que terminase de estudiar arquitectura, solo me faltaba un año y estaba pensando en dejarlo, así que comencé a gritarle, le dije que ella no era nadie para decidir cómo vivir mi vida, en un arrebato de ira le dije que se fuera a la mierda, luego me fui al trabajo. Supongo que cómo mínimo debí haber hecho eso por ella, después de todo estaba viviendo con ella. En una habitación al fondo del terreno viviendo como si fuera independiente, si, pero con ella al fin y al cabo —Apoyó su cabeza contra las puertas del mostrador, tomando un pequeño descanso—. Amigo, de haber sabido que toda esta mierda pasaría, al menos la habría acompañado, ¿sabes? O habría intentado convencerla de que se quedase en casa. Me habría golpeado con el plumero, esos golpes suaves de juego, ya sabes, esos que no llegan a doler. Habría hecho cualquier cosa en vez de decirle que se fuera a la mierda. Ahora me da miedo llegar al Mercado Central y no encontrarla, o peor aún, encontrarla como un zombi. No sé qué haría en esa situación.