"Un noble espíritu «agrandece» al hombre más pequeño."
-Jeremias Springfield
Hace dos años el caballero atravesaba el Panteón del Sabio, derrotando a enemigos formidables como Grimm, Zote y Hornet, pero encontraría su final al enfrentarse con el último jefe, el maestro de maestros; Sly. El caballero peleaba con lo mejor que tenía, acumulaba ALMA para utilizarla en contra del pequeño y audaz insecto, y finalmente logró derribarlo, su enorme espada voló del escenario y con ella se esfumó la termita... hasta que finalmente reapareció, saltando velozmente por todo el escenario, culminando en un letal ataque giratorio. Era tan rápido que el caballero no pudo hacer nada... y murió. Reintentó el panteón una y otra vez, mas nunca pudo hallar su victoria, y así, nunca pudo enfrentarse a Vasija Pura.
Los anteojos de Miguel reflejaban una y otra vez esa pantalla blanca, para luego ver al caballero despertar frente a la puerta del Panteón. Las ojeras bajos sus ojos cada vez se hacían más pesadas por la frustración y el fracaso, y sus largos rizos castaño comenzaban a aceitarse por el sudor que caía por su frente. Su vida era una mierda, su trabajo era una mierda. Él era una mierda, un ser inútil que siempre prefería mantenerse al margen. Se sentía solo en aquel país tan hermoso que posaba al sur de Latinoamerica, al Oeste de Gila. Si, aquel que tantas promesas vendía, cuya educación gratuita atraía a bolivianos, peruanos, paraguayos y, obviamente, gilianos también.
La gente del lugar siempre se mostraba cálida y respetuosa. Las colas para subir al autobús eran respetadas y rajatabla, y el Mate, aunque no fuese de su agrado, lo hacía sentirse dentro de un grupo temporalmente, mas nunca terminaba de incorporarse. Él siempre admiró a su hermano, su único verdadero amigo en este mundo, la única persona realmente admirable desde que sus padres murieron.
El ser ilustrador había consumido su amor al arte. Los clientes latinos siempre eran la misma mierda: cambios a último minuto –que se niegan a pagar–, quejas por los precios tan "elevados" y el desprecio y subestimación hacia aquellos que usasen los medios digitales para su trabajo, pero su bajo nivel de estudios aun en curso no le permitía abrirse a un futuro mejor. Así fue como decidió volver a su país natal, donde podría trabajar en una editorial con ideas claras, viviendo en un monoambiente a base de fideos instantáneos que deterioraban su salud lentamente, entregándose sexualmente a todo aquel que mostrase el más mínimo afecto, solo para sentirse bien y olvidar por unos minutos la mierda de persona que es.
Los gritos y choques lo despertaron una mañana de invierno obligándolo a levantarse de un salto de aquella extranjera cama acompañado de la fuerte sirena que parecía alertar un ataque nuclear. Tomó sus lentes, se puso su camiseta y asomó su mirada por la ventana, contemplando con horror el desastre. Su atención fue atraída por una explosión en la esquina de la cuadra, en la que un auto chocó un transformador dejando sin luz a toda la manzana. A dos cuadras, en contra de la dirección de la estación de trenes, se hallaba el Hospital Mercy, del cual parecía que todos huían con gran pavor. Nadie salía del auto, solo gritos de dolor. Luego, intentó atravesar el caos con su compañero para poder llegar donde su hermano, pero aquel que lo acompañaba decidió abandonarlo en la primera oportunidad. Solo y asustado como un caniche decidió volver sobre sus pasos hasta aquel departamento, rompiendo la cerradura de una patada y luego trabándola con un pesado ropero.
Se sentó en una esquina, tembloroso y asustado, sujetando en su mano derecha un gran cuchillo, oyendo la cacofónica alarma junto a disparos distantes. Otra vez se sentía patético, solo e inútil. Con su metro sesenta de estatura parecía un pequeño Gollum por sus temblores y gemidos provocados por el miedo.
Por horas intentó llamar a la única persona en la que podía confiar, hasta que finalmente fue atendido:
—¡¿Tienes idea de cuantas veces te llamé, gordo puto?!
—Mira a tu alrededor, enano de mierda...
Terminó la charla con una frase plagiada de Dark Souls. Luego, solo suspiró deteniendo levemente sus temblores. Ahora podía respirar más tranquilo, pues después de todo, hasta la persona más patética puede tener a alguien. Por primera vez desde su regreso, no se sentía solo, y ahora la seguridad crecía en su pecho dando a luz al valor suficiente para enfrentarse a los otrora humanos.
Esta vez estaba decidido a dejar de ser aquel que tanto despreciaba para ser algo mucho mejor, tanto para sus sobrinas como para su hermano.
Cazó su gran bolso, tiró sus cuadernos, lápices, plumas y estilógrafos, y comenzó a guardar en ella todo tipo de comida enlatada y legumbres, también dio cierta prioridad al agua embotellada. Aquel ya no la necesitaría.
Después comenzó a recorrer el hotelucho, ya abandonado por sus habitantes. Siguió guardando toda comida que pudiese durar meses. En una de las tantas habitaciones logró encontrar una pequeña hacha de combate negra, inmediatamente le dio resguardo en una presilla derecha de su pantalón, también decidió robar varios cargadores portátiles y un cable USB para no perder contacto con su hermano, aunque temiendo que en algún momento las líneas se caigan y el agua deje de salir como en las películas y videojuegos.
Al igual que su mayor, él también era bastante fanático de aquel género de ficción, había leído varias guías de supervivencia, en especial la de Max Brooks, mas en lo profundo de su ser, aun sin pensarlo a menudo, deseaba que más que un Resident Evil, ocurriera un Fallout, pues en el primero parecía que la bondad siempre fallecía, y en el segundo siempre podría hallar una Amata de quien enamorarse. Si, su mente siempre estaba plagada de estupideces.