"Nosotros somos los muertos vivientes"
-Rick Grimes
"Decidieron tomar un descanso dentro de una farmacia abandonada. Yo también tomaré uno en el puesto de salchichas de en frente, funciona perfectamente como escondite, y su pequeño techo me resguarda de la lluvia. Por la distancia no puedo oír qué dicen, aunque acaban de entrar y esa farmacia es, por lo visto, bastante grande. No hay luz, seguramente un auto chocó uno de los transformadores. Anne está lista por si me descubren y deciden atacar aunque por el momento no se ven tan agresivos, puede que incluso seamos amigos. En el camino oí la palabra 'ladrones'. Fueron asaltados, asumo."
La dupla camina con lentitud, apuntando con su escopeta a la gran farmacia que de un lado poseía los típicos asientos de plástico, las paredes tenían aquellos perfumes que nadie jamás compraba y, a la izquierda de los jóvenes, habían varios pasillos de cosméticos y artículos varios. En el centro se hallaba la caja con varios segmentos, rápidamente asumieron que comprar en el lugar debía de ser demasiado burocrático.
Era de esperarse que todo estuviese en desorden, con los anaqueles de plástico destruidos y casi todo saqueado, ningún no muerto se oía en el interior. La segunda entrada que daba a la calle contraria tenía sus vidrios estallados, a medio cerrar al no poder terminar el proceso debido a un infante con un disparo en su pómulo derecho. Ambos lo observaron en silencio por varios segundos, su saliva se agrió y un dolor punzante tomó el poder de sus cuerdas vocales.
Al recobrar la compostura, se dirigieron en dirección a la caja, aquel gran mostrador cuadrado en el cual la gente hacía largas filas. Levantaron la valla de seguridad y entraron. Asegurándose de que no hubiese nada, Mauro dejó a su compañero sentado mientras él empezaba a buscar antibióticos.
Buscó entre los pasillos, quizás ahí encontraría algo, pero todo indicaba que solo encontraría cosas como pañales, pañuelos húmedos, alcohol y cosméticos. Tomó un paquete de pañales pequeño para su hija y lo guardó en su mochila, aunque jamás encontró los pañuelos y mucho menos alcohol. Se arrepintió de no tomar la caja de las cloacas.
—Oye, aquí no hay nada, amigo
—Tal vez por aquí debajo de una de las cajas. Ya sabes, casi siempre tienen lo más básico a la mano para vender rápido
Mauro se acercó y comenzó a revisar los cajones. Solo había documentos, aunque bajo una encontró una larga caja preservativos por un lado, y pastillas comunes para el dolor del otro.
—Oye, vas a tener que ponerte el supositorio —Bromeó entre risas mientras lanzó un preservativo en dirección a su amigo
—Este es un chicle, amigo —Respondió mientras tomó el pequeño paquete—. ¿No hay de frutilla para ti?
Mauro tomó la caja de analgésicos y se dispuso a acercarse a su amigo.
—Ten —Se la entregó—. Por aquí debe haber de esas botellitas de plástico para niños, traeré agua del grifo del baño
—¿No era que no se podía tomar el agua del grifo?
—No, eso es por ahí, cerca de la playa. Por el tema del agua salada y toda la cosa. Aunque un par de semanas más y vamos a tener que hervir el agua antes de tomarla
Sobre sus cabezas, en el segundo piso, oyeron una caja de cartón caerse al suelo, seguido de algo arrastrándose. Ambos quedaron en silencio.
Mauro sacó su pistola y Benjamín, aun sentado, sujetó su escopeta.
—¿Un zombi? —Susurró Benjamín
—Habría bajado al oírnos. Es alguien vivo. Quédate aquí.
Comenzó a subir lentamente las escaleras metálicas, intentando no hacer ruido con sus pesados borcegos. Sus brazos estaban estirados sujetando su arma frente a su cadera, con el dedo por fuera del guardamonte. Terminó de subir la primera mitad, comenzó la segunda. A medida que su cabeza se iba asomando a aquel almacén superior, lograba ver todo un poco más ordenado, mas la oscuridad era mucho más brumosa, eliminada por momentos por aquel enorme ventanal de cristal a su izquierda, que poseía el rostro de una mujer sonriente y letras volteadas para él. El ruido de la lluvia comenzaba a silenciar, ésta comenzaba a cesar. El verde pintado en el cristal iluminaba una caja con esa forma de cruz que se curvaba por los relieves del paisaje, el cartón se agitó levemente haciéndolo exaltar y, sin querer, causar un pequeño ruido en el escalón.
Mauro pudo oír una respiración que parecía hacerse cada vez más fuerte. Él se había percatado de su presencia, y aquel de la suya.
Algo apretó su pecho, sus latidos se hacían tan fuertes que parecía empujarlo milímetros al frente. Alzó su codo derecho hacia atrás y pegó el izquierdo a sus costillas, apuntando siempre al frente con su pistola, sin dejar de sincronizar los pestillos contra la caja. Dio el primer paso sobre los azulejos blancos, luego continuó lento y concentrado. Lentamente llevó el índice al gatillo. Sus ojos se prepararon inmediatamente para reaccionar ante cualquier estimulo lumínico inesperado, se sincronizaron con sus manos y dedos. Cada pocos pasos observaba de reojo los estantes de medicamentos.
Vio desde atrás de la caja una mano asomándose para gatear, mojada por sangre secándose, casi costrándose. Sin dudarlo pateó las cajas para inutilizar al muerto. Instantáneamente comenzó a apuntar con el arma.
—¡¡Por favor, no dispares, no dispares!! —Gritó una mujer de cabello negro mientras se recostaba sobre su espalda, estirando sus brazos con lagrimas en los ojos
Sus ropas estaban llenas de sangre al igual que sus manos.
—Por favor...
—La sangre, ¿es tuya?
Ella solo silenció
—¡¡La puta sangre, ¿es tuya sí o no?!!
—¡¡¿Quién es?!! —Gritó Benjamín mientras intentaba ponerse de pie, impedido solo por el fuerte dolor
—¡¡No, no es mía, no es mía, por favor, no dispares!! —Grito, rompiendo nuevamente en llanto— ¡¡Cuando todo comenzó un tipo le arrancó la garganta a mi hermano con sus dientes, por favor!!