"Nunca vuelvas a decir lo que piensas a alguien que no es de la familia."
-Vito Corleone
—Algún día, cuando seas grande, creerás que no puedes contra el mundo. Yo también me sentí así —Pronunció un anciano a su joven nieto de tres inviernos. Aquel no le respondió, simplemente observó sollozo a su abuelo—. Créeme —Continuó—, como tu madre te golpeó hoy no será nada a cómo te golpeará la vida en el futuro —Comentó entre risas
—Miguel, ya basta. Asustas al pequeño —Irrumpió su abuela, una mujer rubia de largos rulos—. Ten, Miguelito —Entregó una galleta de chocolate al pequeño—. No le digas a tu mami, ¿si?
Varios años después recordó aquel momento vagamente. Apenas podía recordar el arrugado rostro de su abuelo. El fuerte sonido de la lluvia parecía ayudar a la memoria, y aquel frio suelo era el mejor sillón que pudiese existir.
'¿Por qué me dijo eso a mi?' pensó. 'Mauro de seguro necesita esas palabras más que yo'.
Su mirada estaba perdida, concentrándose en las arañas cazando hormigas en los pequeños huecos de la acera. Estaba cansado, tan cansado que ya ignoraba su camiseta pegada en su cuerpo por la seca sangre. Tanto que ya no podía concentrarse en el dolor ni el ardor.
Solo quería dormir. Solo quería abrazar a su abuelo una última vez. Ya no le importaba si llegaba alguien y le volaba la cabeza, o si llegaba alguno de ellos y lo devoraba.
No. Solo quería descansar.
Cerró sus ojos con lentitud y pereza susurrando entre labios la canción de Arroz con Leche que su abuela tanto le cantaba.
Comenzaba a fantasear con casarse con una bella mujer. Deseaba tener hijos, o quizás adoptarlos. Ah, bella tortura que son las fantasías, pues al igual que todas, ésta también se vio interrumpida en su momento más pleno de felicidad.
Su cabeza se agitó violentamente hacia los lados, empujado por su hermano quien lo movía de un lado a otro gritando preocupado palabras que él no podía oír.
—¿Ya está la comida? —Preguntó somnoliento
—¿De qué estás hablando? ¡oye! —Comenzó a abofetear suavemente a su hermano— Carajo. Creo que perdió mucha sangre
—Es una herida profunda. Pero dudo que sea lo suficiente como para ponerlo en riesgo
Con sus manos comenzó a romper las costuras del herido hombro dejando al aire la profunda herida de bala la cual formaba un círculo perfecto gracias a una fina capa de piel ya difunta.
—Mierda. Benja, fíjate si puedes encontrar algo en su bolso
Sus ojos no estaban cerrados, pero tampoco abiertos. Solo podía verse un poco de la iris a través de esas largas pestañas que en dolor se unían.
—Abuela, ¿por qué tengo que soportar al mundo? ¿por qué no puedo destruirlo?
—Porque naciste en él
Una incomodidad nace en una yugular izquierda a causa de una fuerte presión ejercida por un dedo índice y un dedo corazón. Los rebotes se aceleran.
—Está vivo
Finalmente los parpados se separan con toda la paciencia del mundo. La luz recibida en sus ojos conforma un rostro familiar, desenfocado por las secas lagrimas. Y, cuando finalmente pudo ver, distinguió a su hermano quien lo sostenía de sus hombros, sonriendo estúpidamente.
—¿Qué pasó?
—Hijo de puta, pensé que habías muerto —Comentó Mauro mientras abrazaba con fuerza a su hermano
—¿Por qué habría muerto?
—No seas estúpido, tienes un tiro en todo el hombro. Idiota de mierda, creí que te habías desangrado.
No respondió. Simplemente lo observó en silencio durante unos segundos. Unos eternos segundos.
Luego, ojeando hacia su hombro, logró divisar una gran cantidad de gasa acumulada en su herida, sostenida por un fuerte nudo hecho con vendaje desde su axila hasta la zona afectada.
—¿Qué mierda me pusiste?
—Es un vendaje, estúpido. Ven, párate —Respondióle estirando su mano
—Va a cicatrizar y va a doler como la mierda —Contestó con esfuerzo mientras intentaba ponerse en pie
—Un poco de agua y eso sale. Ven, tenemos que buscar a la madre de mi amigo. Ah, él es Benjamín y él es Freud
—Hola. Oye, ¿sabes algo de las niñas?
—Sofía se suicidó. Tal parece que la mordieron
Otra vez no hubo respuesta.
Todos se adentraron a pie hacia el Mercado Central, pasando por el ya vacío peaje, observando las calles en un principio vacías, pero que a seiscientos metros, donde yacían los negocios, yacía el caos y la anarquía aun vigente, como si no existiesen los zombis en aquel lar. Los disparos y gritos llegaban lejanos.
Los dos hermanos caminaron delante del resto. El mayor llevando el pesado bolso del pequeño quien caminaba denotando mareos.
—Hijo de puta, empacaste como para cinco meses
—Con dieta. Oye, ¿puedo contarte un secreto? —Volteó levemente para observar al resto
—Si. Dime
—Yo, eh...
El ambiente se volvió tenso. Una noticia indeseada estaba a punto de ser dicha y ambos lo sabían. Hasta que finalmente llegó.
—Yo ma... yo... yo maté a una madre y a su hija. Dios, y ella habrá tenido, ¿Cuánto? La edad de Daiya. Yo las empujé por un ducto. Se rompieron el cuello, Mauro. Se rompieron el cuello por mi culpa —Intentó susurrar, pero el dolor contraía sus cuerdas vocales y salaba sus ojos
—Dios...
—Soy un asesino. Maté a dos personas inocentes
—No fue tu culpa. Sé que no eres capaz de matar a alguien, Miguel. Además, queramos o no el fin del mundo te empuja a hacer cosas sin siquiera desearlo. Tú no quisiste hacerlo. Y créeme, te entiendo. Cuando todo esto comenzó secuestré un auto. La mujer que lo conducía estaba embarazada, y por mi culpa chocó. Perdió la vista y yo... yo simplemente la dejé ahí, la dejé a su inexistente suerte. Dios. Puta madre. Me justifiqué utilizando a las niñas de pretexto. Secuestré un puto auto con una embarazada diciéndome que era para encontrarme con las niñas. ¡Maté a una embarazada diciéndome que debía verme con las niñas!