"Bienvenido al mundo de los hombres."
-Ringo Roadagain
Benjamín se hallaba feliz, excitado, acelerado, emocionado... pero también asustado, pavoroso por dentro. Cada paso que daban era cada vez más tortuoso. Cada segundo que pasaba su madre podría estar llorando, desangrándose o, en el peor de los casos; comiéndose a alguien.
—La oruguita en su capullo se escondió... —Comenzó a tararear Mauro, ignorado por todos que se refugiaban en sus propios pensamientos
Cada paso estaban más cerca de sus objetivos. Ya sea un refugio o un familiar. Los nervios en sus tripas se hacían notar. Todos hacían tronar sus dedos ya tronados. Sus cuerdas vocales temblaban con cada respirar y sus pechos parecían inflarse fugazmente un par de milímetros con cada latir.
"Pronto nos hallamos ya de nuestros objetivos.
¿Qué es este hormigueo en mis dedos?
El caos reina aquí. Las personas nos ignoran pasar mientras se golpean entre ellas. Mujeres muerden y rasguñan para conseguir un cajón de pollos ya llenos de tierra. Hombres golpean y patean fúricos solo para obtener cajas de cigarrillos. El ser humano es despreciable, incluso en el fin del mundo.
No. En especial en el fin del mundo."
Todos avanzaban agachados eludiendo como mejor podían a la muchedumbre, acercándose cada vez más hacia aquel edificio de puestos de frutas y verduras.
Ignoraban como podían los constantes asaltos y golpizas, mas no podían evitar sostener sus armas con firmeza. Caminaron por las veredas a un paso cada vez más veloz acoplándose líquidamente a la ascendente violencia.
La lluvia finalmente se convirtió el suave llovizna cuando llegaron a aquella estatua con forma de una gran maceta que alberga un pimpollo de rosa del cual salen dos manos femeninas alzándose al cielo con tal suavidad que logra imitar una cinta de Möbius.
Nadie está exento de violencia en este mundo, no importa cuánto agaches la cabeza.
Tres sujetos se acercaron por detrás sigilosamente. Un revolver casero, una Tauros PT 100 y un cuchillo de hoja oxidada se acercaban ocultando sus pasos por los gritos y disparos.
—Ustedes no son más estúpidos porque pasarían a ser personas con capacidades diferentes —Irrumpió Freud al voltear 180º apuntando su revólver en perfecta sincronía con su cabeza—. No, miento. Incluso alguien con problema de cromosomas sabría darse cuenta lo estúpido que es seguir a personas armadas.
—Ustedes son los estúpidos —Acotó aquel del revolver
Todos voltearon hacia la trinidad. Mauro con su pistola y Benjamín con la escopeta en alto. Miguel se preparó apretando con fuerza el mango de su hacha, hasta que logró sentir dos seres detrás suyo. Y, al voltearse, logró encontrar a otros dos con desgastados abrigos levantando sus camisetas para enseñar los mangos de sus Glock.
—Oye, Mauro...
—Tranquilo, pequeñín, ya me di cuenta
—¿Qué llevan ahí?
—La concha de tu hermana para hacernos un guiso de arroz con su flujo, ¿quieres probar?
—No sé si se dan cuenta de la situación, mascarita. Mas les vale que nos den todo y puede que no hagamos nada —Agregó aquel del revolver
—En serio eres tan estúpido como para creer que eso puede matar a alguien. El cañón está puesto tan para la mierda que la bala se va a desviar diez centímetros a la izquierda, y no vas a pegarle ni a una gorda —Su cañón apuntó a la ceja izquierda de aquel con arma casera—. Aunque puede que ni siquiera salga la bala, porque son tan estúpidos de creer que pueden ganar solo por una ventaja numérica.
Aquellos con armas en sus cinturas comenzaron a asomar sus dedos hacia los mangos. Freud quería reírse, pero no era el momento.
—Mauro. Te los encargo
Volteó sin dar tiempo a desenfundar y sin dudarlo jaló del gatillo. El tambor giró dos veces, dos veces se oyeron petardazos.
El único tercer disparo provenía de aquel revolver casero que, dicho y hecho, no acertó a nada. Mauro, quien se creía listo, seguía apuntando estúpidamente sin poder reaccionar a la situación. Finalmente aquella Taurus apuntó hacia su persona. El dedo comenzó a empujar el gatillo, el aire inundó los pulmones de Mauro y con un fuerte grito salieron de los de Miguel, quien reclamó el nombre de su hermano mientras lo empujaba con fuerza utilizando su hombro sano.
El estallido sonó, el tiempo se ralentizó horriblemente para Mauro observando como aquella bala giraba en el aire, estallando gota por gota que se interpusiera en su camino hasta finalmente pasar por escasos centímetros junto a su cabeza. Pudo observar con gran detenimiento como el casquillo giraba aturdido y hueco en el aire mientras la corredera regresaba progresivamente a su lugar. Su hermano, aun con la boca abierta por el eterno grito, lo empujaba salvajemente y Benjamín, provocado por el ruido y adrenalina, cerró los ojos mientras apretaba el gatillo. Las gotas alrededor de la salida de aire de la escopeta comenzaban a partirse ferozmente y aquel pasamontañas de Freud se estiraba por su gritar mientras volteaba apuntando precisamente. La corredera estaba en su lugar y, con la luz del disparo anterior extinta, Mauro sintió que el tiempo volvió a la normalidad, cayendo sobre sus costillas a causa del empujón, percatándose así que ni siquiera había sacado el seguro.
La esfera de goma golpeó el ojo derecho de aquel del cuchillo, y el tercer disparo de Freud perforó quirúrgicamente el serrato mayor de aquel otro armado. Ya no pudo sostener su Taurus, y empujado por el impacto se dejó caer sobre su trasero. Aquel enmascarado, molesto y adrenalínico remató al de arma blanca con un disparo en su pecho a la vez que caminaba rápida y pesadamente hasta el que ahora yacía gritando en el suelo.