24 Horas

La bifurcación entre la mesura y la locura

"Seguiré a tu lado, hasta que esta frágil esperanza se rompa."

-Heraldo Esmeralda

Las calles de Términa parecían desiertas, pues le gente se escondía en sus hogares o había escapado. Solo unos pocos salían a asaltar a aquellos que aún tenía motivos para permanecer en las calles. Por suerte ninguno se acercó al grupo que cada vez se acercaba más a la casa deseada.

El sol comenzaba a esconderse, pues en Gila, los días duran muchísimo menos durante los inviernos. El frio viento comenzaba a azotar al grupo, en especial a Miguel y a Freud quienes no contaban con un buen abrigo.

—¡Abajo! —Susurró Mauro mientras tomó a Benjamín del brazo y lo obligó a agacharse detrás de un auto, seguido por el resto.

A una cuadra se podía ver una horda caminando religiosamente al Oeste, como si intentasen seguir al sol.

—Bueno, al menos son civilizados entre ellos —Comentó Miguel

—Debe de haber un patrón, algo que los hace caminar en manada —Agregó Benjamín asomando sus ojos a través de una de las ventanas

Son como animales, Benjamín. Una oveja sigue a los suyos aun si es hacia un corral —Acotó Freud, frotándose las manos para que no le fallasen los dedos a la hora de disparar.

—No somos tan distintos —Mauro se levantaba empuñando su pistola, posicionándose rápidamente contra la pared de un edificio—. No podemos tardar demasiado, va a oscurecer, y mis hijas están aquí a la vuelta.

Al girar en la esquina hacia la izquierda, observaron a dos zombis ociosos. Uno se hallaba golpeteando la ventana de un pequeño negocio y el segundo simplemente vagaba errante y despreocupado en medio de la calle. El joven de tez oscura levantó su arma listo para disparar, mas su puntería se vio interrumpida por la mano de Freud, que la posó sobre la corredera.

No te desesperes. Tenemos una puta manada ansiosa de que hagamos ruido. Lo último que necesito es otro momento emotivo.

Sin apuro el enmascarado tomó un destornillador de una caja de herramientas abandonada por un obrero eléctrico, se acercó pacíficamente por la espalda de aquel y pateó fuertemente su hueco poplíteo izquierdo, obligándolo a caer sobre su espalda. Acto seguido atravesó su sien con el instrumento.

Así es como se hace. Pero fuimos tan pendejos de no pensarlo antes.

—¿Tuvimos tiempo de pensar? —Preguntó Miguel.

—No importa, allí está la casa —Pronunció Mauro mientras señalaba aquel pasillo que daba pie a la casa donde sus hijas se refugiaban.

Supongo que esta es nuestra despedida —Pronunció con un aire nostálgico—. Nunca fui bueno para ellas.

—Muchas gracias por acompañarnos, Freud —Sonrió Mauro.

—Nos salvaste en aquella farmacia —Agregó Benjamín.

Miguel no supo que decir, sentía que mencionar lo del Mercado Central sería redundante e incomodo para Benjamín.

Cuídense. Y tú cuida tu pierna. Aunque yo cuidaría más mis impulsos. Si quieres morir hazlo solo, no provoques la de los demás —Pronunció a Benjamín—. Espero que tus hijas estén bien. Cuídalas, Mauro, aunque sé que lo harás bien —Dio un par de palmadas en el hombro del padre. Luego observó a Miguel—. Y tú... bueno, tienes buena puntería. Úsala.

Se limitaron a verse por unos segundos. No hizo falta palabras pues el respeto mutuo lograba palparse. Freud volteó para seguir avanzando en su camino, dando la espalda al grupo, aun sabiendo que ellos lo observaban. Por lo que en un último gesto de respeto levantó su puño derecho en unos perfectos noventa grados con el suelo. Mauro solo sonrió con levedad.

"Un día. Solo hace falta un día para que tu opinión respecto a la gente cambie.

Planeo tomar refugio en una casa de dos pisos, de aquellas cuyas paredes no están revocadas. Espantará a los posibles intrusos, aunque no me exime de provocar algunos húmedos huecos.

¿Será la última vez que los vea? Lo dudo mucho. El mundo es un pañuelo, aunque uno actualmente sucio. Hay un sentimiento en mi pecho, algo extraño que me dice que esto aun no termina, y que terminará mal. Solo espero que, en un futuro donde halla facciones, no me encuentre en la enemiga. Si es que ese es el futuro del que mi pecho me advierte.

Ah, los fríos colores del crepúsculo invernal abrigan las calles con sus azules tonos. Y aun así, con este frio, logro divisar un colibrí alimentándose de una flor en una maceta sobre un balcón. Un verde colibrí con un raro azul en su cuello. Algo me dice, no sé por qué, que se convertirá en el estandarte de un engaño, de una romantización de lo incorrecto. De una falacia escondida a simple vista.

Veo mi casa ideal, queda casi junto al túnel que conecta Términa con Tiosis. Por como se ve, no hay nadie dentro. Perfecto."

Media hora antes de que Freud encontrase su hogar, Mauro y compañía puso un pie dentro del pasillo. Avanzando por el maltrecho suelo. Mauro fue quien primero se asomó al patio, donde vio a la tía de sus hijas, aun con los ojos irritados, observándolo por la ventana. A ella le asustaron los ojos del hombre, por lo que no dijo absolutamente nada. Él solo avanzó con los suyos hasta la habitación del fondo, aquel punto de encuentro.

Se asomó a la puerta de chapa, pegó la oreja y dio dos golpes.

—¿De qué lado va la mayonesa? —Preguntó en voz alta.

—Del lado del queso —Se oyó la voz de Daiya desde el otro lado.

Abrió la puerta y del otro lado se acercaron sus hijas, lanzándose a abrazarlo. Se colocó en cuclillas para tomarlas en sus brazos y abrazarlas fuerte y cálidamente. Una gran sonrisa se formó en su rostro, rostro en el cual caían calmas lagrimas. El frio de aquel invierno parecía haberse borrado por unos instantes. Por un momento las niñas habían olvidado la desesperación que las abrigaba, habían olvidado el mundo en el que ahora vivían. Si, por un momento habían sido felices de nuevo.



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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