"No hay descanso para mí en este mundo. Tal vez en el siguiente."
-Thomas Shelby
—Un hombre solo puede morir dos veces; cuando pierde lo que ama, y cuando su cuerpo fallece —Rió una voz femenina y familiar.
—¿Quién eres?
—Eres el culpable, ¿y aun así te crees con el derecho de olvidar? ¡Tú me abandonaste como un perro!
—Espera... Tú...
Todos yacían frente a una pequeña tumba sin nombre en el patio de aquella casa. Miguel se había sentado contra el paredón, esperando a que su costilla terminase de perforarle el pulmón para finalmente ahogarse con su propia sangre. Daiya dormía a su lado, con sus ojos hinchados e irritados de un reciente y fervoroso llanto. Benjamín simplemente permaneció en el interior de la casa, intentando olvidar todo lo visto. Freud, quien parecía ser el más tranquilo, patrullaba la vacía calle. Y Mauro solo se limitaba a quedarse de rodillas frente al lugar donde reposaba su hija, donde nadie sabrá su nombre ni su edad. Con su mandíbula caída y sus parpados pesados observaba como el viento acariciaba y movía pequeños trozos de tierra húmeda.
—Te confié a mis hijas. Creí que serías capaz de cuidarlas —Susurró sin quitar de vista el pequeño montículo—. Confié en ti, Miguel. Creí que podrías hacer algo bien, pero solo te limitaste a ser el mismo inútil que siempre... —Sus manos se posaron sobre su pistola, con su índice sobre el guardamonte— todo esto es tu culpa.
—Lo siento —Sollozó—. Corrí tan rápido como pude. Te juro que corrí tan rápido como pude. No debí dejar que cruzaran el muro sin mi...
—Ah, y ahora te das cuenta —Volteó, pronto se levantó—. Mi hija está muerta, ¡muerta!, por tu culpa, Miguel —Se acercaba con pesados pasos de ira. Benjamín salió del interior de la casa atraído por el elevo de voz—. Una cosa. Tenías que hacer una sola cosa: cuidarlas. Y ni eso pudiste hacer bien. Debería matarte aquí mismo, ¿sabes? —Apoyó la pistola sobre la cabeza de su hermano, quien simplemente la ignoraba observando los zapatos de su consanguíneo—. ¡¡Mi hija está muerta por tu culpa, Miguel!! —Las lagrimas comenzaron a caer de sus fúricos ojos.
—Oye, Mauro, no fue su culpa. Yo las dejé solas en el interior de la casa para venir a ayudarlo, él estaba tendido en el suelo a punto de ser comido —Interrumpió Benjamín con un visible miedo en sus ojos.
—¡¡¿Tú fuiste el hijo de puta que dejó a mis hijas solas, con zombis merodeando?!! ¡¿En qué mierda pensabas?! —Apuntó su pistola hacia aquel. Su arrugada nariz dejaba entrever sus ganas de asesinar a alguien.
Daiya comenzaba a abrir sus ojos. Aquella inhibición de la realidad estaba siendo interrumpida por el tormentoso ruido. Ruido que también atrajo a Freud, quien entró rápidamente a la casa.
—Era mi hija... —Tembló su voz— mi hija —Sus cuerdas vocales se tensaron en una suerte de rugido.
El dedo índice de Mauro se tensaba, sus manos temblaban pero el cañón no dejaba de apuntar a Benjamín, quien permanecía de pie, inmóvil.
—No es culpa de nadie, Mauro —Señaló Freud, acercándose lentamente hacia él, sin mostrar un poco de temor o valor por su vida.
Si, pudo verlo en su mirada. Aquella necesidad asesina no era más que un deseo impulsado por la ira y la tristeza, una necesidad que llevaría a una decisión que Mauro sabía que se arrepentiría. Freud pudo verlo en sus ojos, sabía que Mauro quería desquitarse, culpar a alguien, pero no deseaba matar.
—¡¡Mi hija está muerta por su culpa!!
—¿Papi? —Mencionó somnolienta.
—¡¡Les confié a mi hija, y ahora ya no está!! —Apuntó su pistola hacia Freud
—No es culpa de nadie, Mauro.
—¿Que no es culpa de nadie? ¿A quién le confié la vida de mi hija? ¡¡¿Quién dejó a mi hija sola?!!
—Tu hija está muerta por un error, si. Pero si no hubiera sido ella, habría sido tu hermano, y si no fuera tu hermano, habrías sido tú. Es el fin del mundo, Mauro —Se acercó cada vez más, ignorando el arma que le apuntaba—. No eres especial, no eres el único desgraciado que perdió un ser amado, no eres el protagonista de ninguna historia, eres uno más del montón. Como Benjamín, que al igual que muchos vio morir a su madre. Como Miguel, que aun poniendo su máximo esfuerzo, por un segundo de atraso perdió a su sobrina y que seguramente deberá lidiar con eso el resto de su vida. ¡¡Como tu hija, que perdió a su madre, vio morir a su hermana menor y ahora ve como su padre intenta matar a lo único que podría llegar a ser una nueva familia!! —El arma posaba frente a su rostro, a pocos centímetros, temblando erráticamente, amenazando con dispararse—. Sé cómo te sientes. Todos lo sabemos. Sé que tienes odio, tristeza, miedo... pero nadie aquí es culpable de lo que a tu hija le sucedió. ¿Cuántos padres perdieron a sus hijos hoy? Piénsalo.
—Cállate...
—Así es el mundo, Mauro. El mundo es cruel.
—¡¡Cállate, te voy a matar!! —El dedo comenzaba a hacer temblar el gatillo
—¡¡Entonces hazlo!! —Gritó con furia mientras se quitaba el pasamontañas, dejando ver su blanco rostro y su corto cabello rubio— ¡Anda! ¡Dispárame si es lo que deseas! ¡¿A cuántos inocentes debes matar para sentirte bien?! ¡¿No te sentiste bien con lo que sucedió en el túnel?! ¡¿Eh?! Hazlo, pero no inventes excusas, hazlo y luego admite que fue porque querías. No eches la culpa donde no la hay.
—¡¡Cállate, hijo de puta!! ¡Mi hija está muerta por su culpa! —Su voz comenzaba a quebrarse cada vez más.
—¿Y matarnos frente a la que te queda solucionará todo? Ella no vio lo que sucedió allá, pero yo si. Y créeme, no quieres que lo vea.
—¡Cállate, cállate, cállate! ¡Mi hija murió por culpa de estos dos inútiles!
—No me obligues a hacer esto, Mauro —Su mirada decidida enfureció aun más al padre—. Estás herido, lo entiendo. Pero hacer esto no solucionará nada. Estamos cansados —Volvió a colocarse el pasamontañas—. Vamos, baja el arma. Sé que no quieres hacerlo.