"El show debe continuar."
-Queen
Benjamín y Freud fueron despertados por el ruidoso llanto de Mauro.
—Espera aquí —Indicó Freud.
Una vez salió, divisó a Mauro sacando el bolso del estrellado auto y a Miguel yendo de un lado a otro por la acera, en una suerte de patrulla. No dijo nada. Solo se limitó a observar.
—¿Tienes antibióticos? —Preguntó Mauro.
—Sí. Algunos —Respondió su hermano.
Mauro entró a la casa, encontrándose a Benjamín sentado, sobándose los ojos con su pulgar e índice. Posó el bolso sobre un sillón y de él sacó una pequeña botella de agua oxigenada y otra de yodo. Luego sacó un pequeño paquete de gasas.
—Aprovechemos que estás despierto para desinfectarte la pierna —Sonrió con levedad.
—Sí, supongo que tienes razón —Respondió con un bostezo.
Benjamín no protestó, pero se sentía incomodo después de lo vivido. Aun así se quitó el pantalón y dejó su herida al descubierto. Se hallaba hinchada, roja a los bordes y morada alrededor. Mauro abrió el agua oxigenada y dejó caer un poco, observando la espuma crecer. Con sus ojos muertos en el hueco recordó la blanca espuma de aquella cerveza de barril que solía tomar con su compañero una vez al mes en aquel pequeño bar cerca de la estación de trenes. ¿Él estará bien? No lo sabía. Tal vez su amigo estaba muerto. Tal vez había perdido la mesura y se convirtió en un monstruo. ¿Pero quién sería Mauro para juzgar?
—Oye, lo de hace rato... perdón. Solo me sentía confundido y asustado. No quería dispararte.
—Está bien —Respondió entre pequeños quejidos de dolor—. De hecho, yo soy quien debe pedirte perdón. Yo... no pude protegerla. Creí que sería buena idea esconderlas bajo la mesada, pero me equivoqué.
—A mi padre le encantaba la cacería, ¿sabes? Cuando íbamos al campo solíamos salir a cazar con él. Cazábamos animales medianamente pequeños, mayormente vizcachas. Una vez nos dijo a mi hermano y a mí algo que recién hoy comienzo a verle el sentido. "Primero dispara, luego vive con lo que suceda" —Por segunda y tercera vez tiró agua oxigenada a la herida, limpiando la espuma con una gaza—. Maté a Emiliano. Le disparé en el túnel. No le mordieron, no me amenazó. Pero estaba harto —Una mirada de sorpresa se dejó ver en los ojos de Benjamín—. Como le dije a Miguel, no puedo perdonarte por lo que hoy pasó. Mi hija está muerta, y aunque mi corazón sabe que no fue su culpa, el resentimiento sigue estando. Pero, si algo me llegase a pasar en algún momento quiero que ayudes a Miguel a cuidar a Daiya. Limítate a ser... no lo sé, un tío postizo.
—Vamos —Comenzó Benjamín con una leve sonrisa de nerviosidad—, hablas como si fueses a morir. No te pasará na- —Se vio interrumpido por el dolor de la gaza limpiando su herida—, no te pasará nada —Terminó.
Mauro terminó de limpiar la espuma, y con su mano derecha sostenía el yodo liquido. Tiró un pequeño chorro sobre la herida, observando el marronesco liquido introducirse poco a poco por el hueco, como si de una cloaca se tratase.
—No pude salvar siquiera a una niña de ser mordida. No pude evitar que una embarazada estrellara su auto o que una mujer estuviera a salvo. Si existe un dios, es un tipo vengativo y rencoroso. Siendo así, no tardará en llegar el día en que todas las culpas reencarnen para acabar con mi vida.
—También soy culpable de la mitad de las cosas. Si el karma vendrá por ti, vendrá por ambos. Vendrá por todos. En nuestro nuevo mundo no hay espacio para un dios de mierda, nosotros tomaremos lo que por derecho nos pertenece, nosotros tomaremos nuestros destinos. No pudimos salvar a Marta, no pudimos salvar a mi mamá, pero eso no significa que no podamos salvar a los demás.
Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Mauro mientras secaba la piel.
—Me recuerdas a mi hermano cuando era adolescente. Cuanto hace falta en este mundo la inocencia adolescente. La inocencia infantil. Suele ser como un cálido fuego en el invierno más duro.
—Aun queda un poco de fuego que caliente nuestras almas —Observó a la pequeña durmiente—. Aunque ahora sea una chispa, pronto crecerá y calentará el mundo hasta que nadie más deba sufrir el frio.
—O lo hará arder —Comenzó a vendar la herida.
Freud se acercó a Miguel, quien yacía sentado, observando el cielo con una mano en sus costillas.
—El mundo es... fugaz. ¿No lo crees? —Preguntó Miguel. Freud no respondió, solo frenó su paso— Solo hace falta un día. Un día para acabar con lo que se creó en siete. No. Apuesto que ni siquiera pasaron veinticuatro horas.
—Supongo que mientras haya quienes se resistan, esto no se habrá acabado —Se sentó a su lado—. Los humanos nos burlamos de los burros diciendo que son tontos. Nosotros creamos una gran cantidad de enfermedades mortales. Decimos que las mulas son tercas, pero nos resistimos a morir.
—Creo que tengo un pulmón perforado. Si sigo así, no sobreviviré para ver otro crepúsculo.
—Si tuvieras un pulmón perforado, ya estarías muerto. Tal vez otra cosa en tu pecho esté perforada. Tal vez en tu mente.
—Mis huesos están siendo perforados por el frio. Veré si dejaron un abrigo.
Intentó levantarse, pero los dolores se negaron a ayudarle. Freud lo ayudó a ponerse en pie, luego lo observó entrar a la casa. Se quedó fuera sintiendo el viento soplar con cariño como si fuera primavera. Al frio calentar como si fuera verano. Y las ideas caer como hojas de otoño.
El viento estaba raro, se sentía extraño, tan tranquilo y pacifico, tan acogedor, tan... relajante. Estaba en presencia de un conticinio, algo que nadie podría esperar del fin del mundo. Pero Freud lo sintió como un mal presagio, como un pequeño armisticio antes de que las bombas estallen, como la calma antes de que la tormenta azote volando los techos de los menos afortunados.