Fecha: 14 de diciembre de 2017
Lugar: Casa de mi abuelo, Calle de los Pinos #12, Santa Clara
Querido Dios,
Hoy recordé aquella Navidad de mi infancia cuando mi abuelo y yo salimos al jardín cubierto de nieve para construir nuestro primer muñeco de nieve juntos. Yo tenía siete años y mis manos estaban heladas, pero él sostenía mis muñecas con ternura mientras moldeábamos la nieve, enseñándome a presionar y dar forma sin romper nada.
Reímos hasta que nos dolieron las mejillas. La nieve caía en copos suaves sobre nuestras cabezas y el mundo parecía detenido, como si el tiempo hubiera decidido regalarnos aquella tarde solo a nosotros dos. Él me enseñó a poner la bufanda y el sombrero al muñeco, y yo, torpemente, coloqué los botones torcidos, pero él solo se rió y me abrazó diciendo que “los errores también pueden ser perfectos si los compartes con alguien que amas”.
Hoy, Dios, al pensar en ese momento, siento un vacío tan grande que casi me duele el pecho. Me aterra la idea de perderlo, de que esas risas, esos abrazos, esos gestos que parecían eternos, puedan convertirse en recuerdos lejanos. Cada Navidad que pase sin él será un recordatorio de lo que una vez tuve y de lo que temo perder.
Te escribo, Señor, con el corazón lleno de miedo y amor. Por favor, no te lo lleves todavía. Permítele quedarse para que podamos construir otro muñeco, reírnos otra vez de nuestras torpezas, compartir el frío y el calor de nuestras manos entrelazadas. Que su voz siga guiándome, que su risa siga llenando el aire, que su presencia siga siendo mi refugio cuando el mundo se vuelve demasiado grande.
Dios, comprendo que tu tiempo es distinto al nuestro, y que cada instante está contado de manera que a veces no comprendemos. Pero te suplico, por favor, déjame tener otra Navidad con él, otra tarde, otro abrazo, otra risa congelada en la nieve. Que podamos sentir juntos la alegría de estar vivos, de estar presentes, de compartir lo simple y lo eterno a la vez.
Siempre tuyo,
Carlos
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Editado: 13.10.2025