Fecha: 15 de diciembre de 2017
Lugar: Casa de mi abuelo, Calle de los Pinos #12, Santa Clara
Querido Dios,
Hoy recordé otra Navidad de mi infancia, cuando me sentaba junto a mi abuelo frente a la chimenea, escuchando el crepitar del fuego mientras él leía en voz alta cuentos de otros tiempos. Yo me acurrucaba a su lado, envuelto en una manta que olía a él, a madera quemada y a galletas recién horneadas, sintiendo que allí, en ese pequeño rincón, estaba el mundo entero.
Cada historia que contaba tenía vida propia gracias a su voz. Cuando narraba aventuras de héroes y villanos, yo me perdía entre las páginas y sus gestos, imaginando que estaba allí con ellos. Me enseñó a escuchar, a sentir y a soñar, a entender que la magia existía incluso cuando nadie parecía creer en ella.
Dios, me duele pensar que pronto podría perder estos momentos, que la calidez de su voz y su presencia se transformen en recuerdos lejanos y fríos. Me aterra la idea de no poder volver a escucharle contar un cuento, de no sentir esa seguridad que solo él me daba. Cada Navidad, cada historia compartida, se convierte ahora en un tesoro que temo que pueda desaparecer.
Te escribo, Señor, suplicando que no te lo lleves todavía. Déjame seguir sentado a su lado, escuchando sus cuentos, aprendiendo de sus palabras y abrazos. Permítele quedarse un instante más, aunque solo sea para que pueda retener su risa, su voz y la calma que me transmitía en esas noches frías de invierno.
Hoy comprendo, Dios, que la vida es frágil y que cada momento compartido es un regalo. Por favor, quédate con él, quédate con nosotros, aunque sea por un instante más. Que podamos seguir creando recuerdos, leyendo historias y disfrutando del calor de esta casa que se siente tan lleno de amor gracias a él.
Siempre tuyo,
Carlos
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Editado: 13.10.2025