Fecha: 16 de diciembre de 2017
Lugar: Casa de mi abuelo, Calle de los Pinos #12, Santa Clara
Querido Dios,
Hoy recordé otra Navidad que pasó demasiado rápido, pero que aún vive en mí con fuerza. Mi abuelo y yo estábamos en la cocina preparando la cena. Yo trataba de seguir sus indicaciones mientras él cortaba verduras y movía ollas con una destreza que me parecía mágica. Cada aroma —canela, pino, pan recién horneado— llenaba la casa y mi corazón, recordándome que la Navidad no es solo un día, sino un sentimiento que él hacía tangible en cada gesto.
Mientras cocinábamos, él me enseñaba trucos, compartía historias de cuando era joven, y yo reía cada vez que algo se me quemaba o caía. Me decía que los errores eran parte de la diversión y que lo importante era estar juntos. Después, juntos decoramos la casa, colgando luces, colocando adornos, y él me recordaba que la Navidad era más brillante cuando uno la compartía con amor.
Dios, pensar que pronto podría perderlo me duele más de lo que puedo soportar. Cada risa, cada abrazo, cada consejo suyo se siente ahora tan frágil, como si pudiera desvanecerse en un segundo. La idea de que estas pequeñas tradiciones, que hicieron mi infancia tan feliz, se conviertan en recuerdos lejanos me llena de miedo y tristeza.
Por eso te escribo, Señor. Por favor, no te lo lleves todavía. Permítele quedarse un instante más, aunque solo sea para que podamos cocinar, reír y decorar juntos otra vez. Que su presencia siga llenando la casa y mi corazón, que sus manos sigan guiando las mías y que su risa siga siendo la melodía que hace que la Navidad tenga sentido.
Sé que tus caminos son misteriosos, y que no siempre comprendemos tus decisiones, pero te suplico que escuches mi ruego. Déjame tener otra Navidad con él, otra oportunidad de aprender, de reír, de abrazarlo y sentir que todo está bien mientras él esté cerca.
Siempre tuyo,
Carlos
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Editado: 13.10.2025