3. Ibeth - Saga Beth

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-Hermanito – una mujer con un gran parecido a Samuel,entró. – Mamá y yo hemos venido a conocer a tu esposa, ya que tú no te dignaste a presentárnosla.

-Hermana – la besó – y dónde está mamá?

-Haciendo su entrada triunfal. Tú debes ser la Reina – se inclinó – soy su cuñada Madeleine. Llevamos dos días de viaje para conocerla. Tengo un hermano tan desconsiderado que no la ha llevado a conocer a su nueva familia. Eres muy guapa, normal que haya cancelado una boda y ha esperado tanto tiempo para casarse contigo. Si, llevaba con su enamoramiento desde que te vio y solo ha deseado tenerte entre sus brazos todos estos años. Ahhh, que bonita historia de amor, a mis sobrinos cuando los tenga les encantará escuchar esto. Por cierto, estás embarazada? Mamá y yo la verdad es que estamos deseando tener a varios niños correteando por casa y jugar con ellos, porque eso sí, los mimaremos todo lo que podamos. También me das envidia, pero sana. Desearía encontrar un hombre y que sea igual de feliz y me quiera como mi marido me quiere a mi. Juro que no tardaría en tener varios niños, me hacen tan feliz. Pero por ahora, hasta que mi hermano me encuentre marido, debo esperar y disfrutar viendo como os amáis y de mis sobrinos, por que estás embarazada verdad?

-Madeleine – una voz serena pero autoritaria se escuchó por toda la sala – qué pregunta es esa? – una mujer pequeña,que por el mismo parecido pude deducir que es la madre de ellos – Además, coge aire hija,que un día de estos te vas a ahogar.

Ella se acercó a su hija y lo abrazó y luego se acercó a mi.

-Me alegro tanto de volver a verte Ibeth – me abrazó – la última vez tenías diez años y eras una niña muy inquieta y rebelde – sonrío – pero te has convertido en toda una mujer hermosa.

-Gracias Alteza. Usted también es muy guapa.

-Aii niña – se rio – yo me estoy haciendo vieja – cogió mi mano y comenzó a caminar conmigo a su lado hasta el balcón – últimamente los dolores de huesos y el cansancio pueden conmigo.Pero no te confundas, todavía doy mucha guerra – ahora las dos nos reímos. – Espero que mi hijo te trate bien.

-Si Alteza, es muy bueno conmigo.

-Menos mal, con la guerra que dio, como para que ahora te trate mal. Ahh, y a Madeleine no le hagas mucho caso

-Mamá – se escuchó una queja desde el salón.

-Si, mi hija es un poco impertinente y si como si eso no fuera suficiente, no se calla ni debajo del agua.

-Mamá – apareció Samuel – cuánto tiempo os quedareis?

-La verdad es que no lo sé. Tengo pensado hacer varios viajes y visitar a varios familiares, alomejor unos meses, si no os importa claro.

-Como nos va a importar? – preguntó Samuel mientras se acercaba a mi y me separaba de su madre, poniendo una mano en mi cintura – esta es tú casa y seguramente no nos veamos mucho.

-Hijo, no piensas hacer un baile o algo? – el negó asustado con la mirada – yo lo prepararé.

-No mamá. Antes de interrumpir nuestro desayuno, le quería comentar a mi preciosa esposa que nos iríamos dos días al monte.

-Los Reyes de las Highlands se van a vivir a una cabaña? – estaba ofendida ahora.

-No mamá, iremos a descansar unos días, y a disfrutar de nuestra luna de miel.

-Hijo, tenemos una casa en una zona de playa, otra en la ciudad y otra en España, llévala a cualquier sitio menos a una cabaña.

-Mamá y por qué no nos dejas decidir a nosotros?

-Perdona hijo, llevas razón. Ahora con vuestro permiso yo me retiraré a descansar. Madeleine.

Pasó un mes desde que mi suegra y cuñada llegaron. La verdad es que todo se volvió un caos, mi suegra no paraba de ir y venir de visitar a sus familiares y mi cuñada se quejaba y lloraba porque no quería acompañarla. Estas semanas, yo asumí el papel de Reina, prácticamente debía acompañar a Samuel en todos los momentos, menos en las reuniones de los nobles. Era agotador.

-Vamos Beth – Samuel entró en la habitación – debemos acudir a misa.

-No me puedo quedar? – me senté en la cama con la espalda apoyada en el cojín.

-No cariño, venga que es un día importante. Es 15 de agosto, debemos ir.

A regañadientes salí de la cama y dejé que mis doncellas hicieran y deshicieran a su antojo. Estaba agotada, no podía mover siquiera las pestañas sin que me doliera el alma. Bajé las escaleras apoyándome en la barrandilla. En la puerta me estaban esperando mi marido, suegra y cuñada.

-Hermano, hoy conocerás al hombre de mis sueños – Madeleine sacaba loco a Samuel – quiero casarme con él por encima de todo. Prometes ayudarme?

-Ya estoy – Samuel sonrío, agradeciendo mi interrupción.

Me agarré de su brazo y salimos del castillo. Mucha gente iba vestida de gala a la Iglesia. Cuando nos vieron llegar, todos nos dejaron entrar primero, se apartaron a un lado y nosotros entramos en la Iglesia. Más de un noble se encontraba ahí junto a su familia, todos se pusieron en pie e inclinaron su cabeza, demostrándonos sus respectos. En primera fila había dos sillones altos y fuertes con adornos de oro, y quedaban otros dos restantes a los lados. A mi lado se sentó Madeleine y al otro lado de Samuel, su madre. No hice mucho caso a la misa, estábamos todo el rato de pie, sentados. De pie, sentados.




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