3. Ibeth - Saga Beth

16

Salí de aquella casa pero él se había planteado seguirme.

-Beth – me cogió de la mano y me detuvo – háblame.

-Como has podido ocultarme cosas – estaba gritando – me he sentido estafada, engañada y muy enfadada cuando descubri que hasta nuestro propio hijo sabe más cosas que yo. Nos has puesto en peligro cuando podías haber confiado en tu mujer.

-No pude – me solté de su agarré y seguí caminando. Lo que menos quería en estos momentos es que me viera llorar – alguien de dentro del castillo nos traicionó, dejando así que los nobles fueran a buscarnos. Beth – le miré – nunca me marché, solo que nadie sabía lo que realmente sucedía, solo Paula y tu doncella.

-Quieres decir que - me quedé muda.

-Que tú hermana fue quien aviso a los traidores de que nos marchábamos.

-No, eso no puede ser – pasé mi mano por la falda nerviosa – eso es imposible.

-Cariño, cuando a Eros le enseñé el túnel lo hice como si fuera un juego igual que a Marian.Paula fue la única que sabía la verdad, la única que sabia lo de la traición, fue ella.

-La voy a matar, esta zorra que tengo por hermana.

Comencé a caminar hacia el castillo apretando los puños, deseando cogerla de los cuatro pelos y matarla con mis propias manos pero él me detuvo.

-Ni se te ocurra fiera, la atraparemos pero no ahora.

-Cómo? – pregunté inquieta

-Todo a su tiempo.

-No confias en mi?

-Si, pero no quiero ponerte en peligro.

 

 

Pasó un año desde aquello y las cosas se calmaron, mientras que Paula seguía viva y sin castigo. Los enviaron lejos para que ella por lo menos pudiera dar a luz tranquila. Samuel y yo seguíamos en la búsqueda del tercer niño pero no había manera., hasta que el médico lo confirmó, no podíamos.

Un buen día a casa llegó una mujer con un niño en brazos.

-Majestad – estaba en la biblioteca leyéndole a Ibeth – hay alguien que quiere verle.

-Quién es?

-No lo sé, solo os quiere ver a usted y dice que es urgente.

Dejé a Ibeth ahí junto a la sirvienta y me dirigí al salón donde recibieron a esa persona. Era una mujer con un niño en brazos. La mujer parecía ser una mendiga pero eso no me importó, yo no me crie en un palacio, mis padres no me criaron enseñándome que había que rechazar a nadie.

-Tome asiento señora – le señalé el sillón importándome bien poco que pudiera mancharlo – dígame que es lo que necesita.

-Señora, perdóneme – hice un gesto con la mano, dándole a entender que no tenía que pedirme perdón por nada.

-Dime en qué te puedo ayudar.

-Vengo a traerle a su hijo señora, él es Enzo.

El mundo se detuvo a mi alrededor, miré a aquel niño y lógicamente no lo reconocía. Nunca vi a mi pequeño por lo tanto no podía hacerme ilusiones.

-Señora, señora – la mujer me llamaba desesperada – está bien?

-Si – me puse de pie, necesitaba alejarme – como sé que es mi hijo?

-Tengo esta carta señora – sacó de su bolsillo un papel.

 

“Querida Ibeth,

Perdóname por llamarte así y no Majestad, pero no me queda mucho tiempo.

Un día te dejé una carta diciéndote que me llevaba a nuestro hijo, dejándote con los brazos vacíos y el corazón destrozado.

Hoy, te envío otra carta en la cual te pido que aceptes a nuestro hijo, que lo cuides, que lo eduques como el futuro Laird de tus tierras.

Me muero pero eso ya no importa, devuelvo a este niño a los brazos de su madre, brazos de los cuales nunca debió marcharse”

 

-Qué pasó?

-La guardia real, nos encontró.

Me sorprendí todavía más ya que no sabía que Samuel lo estaba buscando, que él estaba intentando devolverme a aquello que me fue arrebatado.

-Quién es usted?

-Soy la viuda de Enzo señora.

-Puedo? – me acerqué a ella y al niño que estaba en sus brazos y después de asentirme lo cogí.

No sabría como explicaros la sensación que tuve, pero no fui yo la que lo reconoció sino mi corazón. Inmediatamente tuve que sentarme con el niño en brazos y comencé a acariciarlo. Me importó bien poco que estuviera sucio, me importó bien poco que me mancharía el vestido que tanto oro costaba, me importaba mucho más saber si él estaba bien, si había sido alimentado.

-Gracias – le dije a la mujer mientras estrujaba otra vez más a Enzo en brazos.

-De nada señora, ahora yo me retiro.

No hice caso, no hasta que ella llegó a la salida y la detuve.

-Te puedes quedar aquí – ella se sorprendió – podrías no sé, ocuparte de él y de mis otros dos niños.

-Por qué hace esto? –estaba nerviosa

-Por que sé lo que supone que te quiten a un hijo de tus brazos y no quiero que nadie pase por eso, mucho menos tú, que me lo has entregado sano y salvo. Qué me dices, aceptas?




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