3) Sacrificio

Capítulo 7: Amigandome con el dios del rayo

 

 

 

 

 

 

 

 

Castiel

 

 

El silencio me hace pensar que nada va a salir como yo lo deseo. Tengo que aceptar que no necesito un héroe, yo me debo rescatar a mí. Si no lo hago yo, nadie lo hará.   

 

Hay un momento en el que pienso que todo es posible, es justo cuando llega la noche y la oscuridad se hace presente en el Olimpo. Siempre intento enviar un mensaje a esas horas, pero hoy es diferente, no quiero malgastar el tiempo con eso. Ha llegado la hora de abrirme camino a la nueva realidad.

 

Siento mi corazón roto en millones de pedazos, cada uno de estos tiene un dueño, aunque todos deberían ser míos. No puedo comprender lo que pasa, qué es es amado, ¿acaso duele tanto ser olvidado?

 

Nunca he querido recordar las cosas del pasado, ya que creía que Dios había hecho todo por un plan: el plan. Sin embargo, ya no sé qué debo creer. ¿Por qué siempre termino subestimando la palabra de mi padre?

 

—¿Qué te pasa? Tienes cara de que recién te diste cuenta de algo —comenta Zeus mirándome fijo—. ¿De qué te diste cuenta, ángel del Señor?

 

Le dedico una sonrisa al escuchar sus palabras, pero luego niego con la cabeza tan solo una vez. No quiero hablar, no me siento listo para aceptar la realidad. Todavía estoy a tiempo de creer que todo es posible, ¿verdad?

 

Solo me lo quedo mirando hasta que el tiempo se acabe, pero eso nunca va a suceder, bueno… el único que puede hacer eso es mi padre. Mi padre puede volver el tiempo atrás y… ¿Si eso es lo que hay que hacer?

 

—Amar es un juego perdido —confieso con una pequeña sonrisa sobre mis labios—. En eso pienso.

 

—Eres un ángel, ¿acaso ese no es tu deber? —Pregunta, pero luego él niega con la cabeza—. Cierto, en tu caso no, tú eres el renegado del cielo. No sigues las reglas de tu padre.

 

Quizás todos tienen razón y solo debo aceptar la realidad. Tal vez, soy el rebelde del cielo… quizás ese es mi papel.

 

—¿Cómo sabes tanto sobre mí? —Me atrevo a preguntar.

 

Él suelta una carcajada y luego se sienta a mi lado. Hace una mueca con sus labios, pero luego se pone de pie para tenderme una mano. No dudo en tomarla y con cuidado nos encaminamos a una sala que no he visto nunca.

 

—Aquí podemos ver todo. Todos los reinos de tu padre y todo lo que hacen los que viven allí —me explica señalando una gran bola de cristal—. Ahí, te acercas, susurras el reino y luego dices el nombre de la persona que quieres ver.

 

Mi ceño se frunce al escuchar sus palabras. No puedo comprender la razón por la que él me está mostrando esto, ¿qué es lo que quiere que haga con esta información?

 

—¿Por qué me dices estas cosas, Zeus? —Ladeo la cabeza—. ¿Por qué me brindas tu ayuda? Creí que no me querías.

 

Él se me queda mirando a los ojos y niega con la cabeza tan solo una vez.

 

—Tengo fe, Castiel —murmura asintiendo—. Tengo fe en lo que dices y lo que sabes. Creo que puedo ser salvado, pero… También necesito tu ayuda.

 

No sé si esta sea una gran idea, pero confío en lo que sale de sus labios. Sé que es complicado; sin embargo, ya he pasado por el momento que él está atravesando y me agrada que acepte que necesita ayuda.

 

—Todos podemos ser salvados.

 

—No quiero contradecirte, pero… ¿Cómo lo sabes? —Me pregunta.

 

Me quedo pensando en lo que sale de sus labios y no tengo una respuesta concreta para él. No tengo idea de la razón por la que todos podemos ser salvados, solo sé que así es.

 

—No lo sé. Quizás quiero que así sea. —Me encojo de hombros.

 

—No quieres perder la fe, ¿verdad? —Alza ambas cejas—. Es por eso que quieres creerlo, pero nadie lo sabe, Castiel.

 

Asiento tan solo una vez.

 

—Es verdad. No conozco a nadie que me pueda dar una respuesta… Espera, si hay alguien. —Sonrío amplio—. Tamara, ella…Ella, sin duda, tiene la respuesta.

 

Él debe saber a la perfección quién es Tamara y su historia. Ahora me deja en claro muchas cosas, entonces, no solo existe el Jacaranda, sino también esta bola de cristal.

 

—La hermana de Dios, por supuesto, ella tiene todas las respuestas.

 

—¿Por qué mi padre ha dejado esta cosa aquí? —Cuestiono alzando ambas cejas esperando una respuesta de su parte.

 

—Porque él me dijo que todo esto pasaría. Me dijo que cuide de esta bola de cristal, ya que muy pronto él vendrá y me traerá lo que le falta a este artefacto. Me dijo que cuando eso suceda, todo será olvidado —me explica como puede—. Creo que ese día va a llegar muy pronto, Castiel.

 

Mis ojos se cristalizan, pero me obligo a no dejar caer las lágrimas.

 

—No quiero volver a olvidar… No de nuevo —manifiesto con seriedad—. No quiero olvidar nada.

 

Él palmea mi hombro y niega.

 

—A veces, eso es lo único que nos salva. Quizás esa es la única opción… El sacrificio más grande —me responde.

 

Lo que sale de sus labios no es lo que esperaba de un dios como él, pero tiene razón. Él sabe que este sería uno de los sacrificios más grandes del mundo.

 

Olvidar todo para que nadie salga herido, pero solo hay una persona que va a recordar todo y esa es mi padre. Él es el que hará ese hechizo y su sacrificio no será olvidar, sino todo lo contrario.

 

—¿Ya te ha ocurrido algo similar, Zeus? —Me atrevo a preguntarle.

 

Quiero llegar al corazón del dios del rayo, quiero saber lo que oculta, lo que siente y lo que sabe.

 

—Tuve que renunciar a muchas cosas, Castiel. —Asiente y deja de verme para focalizar su mirada a la bola de cristal—. A mis hijos, al amor de mi vida, a lo que pude haber sido y no pude ser…



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En el texto hay: angeles, demonios, sacrficio

Editado: 17.07.2021

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