3 Vidas para morir

Prólogo (Las huellas de la vida)

En la vasta extensión del tiempo, nuestros actos son las piedras que forman el camino hacia su destino. Cada decisión, palabra o gesto deja una huella, muchas veces invisible, pero siempre presente, marcando el curso de su vida y la de quienes le rodean. Algunos creen que el poder, la riqueza material o el control son los pilares de una existencia plena, pero la verdadera trascendencia reside en lo que dejamos tras nosotros: amor, compasión y respeto.

La bondad es un lenguaje universal, entendido por todas las criaturas, humanas o no. En el latido de un corazón animal, en la mirada de un ser indefenso, late una verdad que muchas veces ignoramos. Tratar bien a los animales no es solo una obligación moral, sino un espejo de nuestra propia humanidad. La crueldad hacia ellos, hacia los débiles, revela más de quien la ejerce que de quien la sufre.

Del mismo modo, en la familia, esa primera tribu que nos define, el respeto y el cariño son las columnas que sostienen nuestra identidad. Sin embargo, a menudo olvidamos que el hogar no es solo un lugar físico, sino un espacio de comprensión mutua. Descuidar a los nuestros, herirlos con palabras o acciones, es como cortar las raíces de un árbol que, tarde o temprano, no podrá sostenerse en pie.

La vida es caprichosa... Y como una vez dijo aquel anciano a un joven con cierto pendiente colgado en su oreja izquierda: el destino es la fuerza inquebrantable e invisible que construye nuestros caminos. Esa misteriosa energía que siempre encuentra la manera de confrontarnos con las consecuencias de nuestros actos.

A veces, un simple gesto de bondad puede sembrar un futuro luminoso; otras, una palabra mal dicha o una decisión egoísta, puede desencadenar una tormenta que arrasa con todo lo que conocemos. ¿Quién está exento de rendir cuentas ante su propia conciencia?

Esta es una historia de decisiones y de consecuencias, de aquellos que escogieron el camino de la indiferencia y de quienes lucharon por redimir lo irreparable. Es un recordatorio de que la vida nos da oportunidades para cambiar, pero solo si tenemos la valentía de mirar dentro de nosotros mismos y reconocer nuestros defectos, lograremos aprender de nuestros errores.

Al final, todos enfrentaremos el mismo destino: la muerte. Y en mi humilde opinión, la de este loco soñador que no se cansa de escribir, nuestra mayor prioridad debería ser cuidar y amar a los demás. A quienes nos rodean y nos han dado su cariño: nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos, tíos, y a toda esa familia que nos cuidó con esmero cuando éramos niños. También a nuestros amigos, esos pocos que, al menos en mi caso, puedo contar con los dedos de una mano; pero que, con su lealtad y apoyo, son un refugio donde siempre puedo protegerme. Y, por supuesto, a los animales, esos compañeros leales que siempre, y lo subrayo con énfasis, SIEMPRE, permanecen a nuestro lado como verdaderos hermanos de vida.

Que el juicio final que enfrenta el protagonista de esta historia —ese al que, tarde o temprano, todos llegaremos— nos sirva como una poderosa lección. Que nos inspire a mejorar nuestra calidad de vida, a corregir los malos hábitos, y a recordar que, cuando llegue ese momento, no serán nuestras posesiones o nuestro orgullo lo que nos libere. Serán nuestras acciones, esos gestos hacia quienes alguna vez dependieron de nosotros, los que realmente marcarán la diferencia.

Ojalá esta novela nos lleve a reflexionar —a ti, lector, y también a mí mismo— y nos motive a luchar por hacer de este mundo un lugar mejor.

Escribir me permite explorar quién soy, poner en palabras mis inquietudes, y construir un puente hacia aquellos que decidan leerme. Quizás nunca publique grandes obras, pero mientras tenga algo que decir, seguiré soñando y escribiendo, con la esperanza de que, aunque sea una sola frase, llegue al alma de alguien y logre cambiar su perspectiva, aunque sea un poco...




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