Saúl
Se acababa de bañar. Había dormido toda la mañana. El vuelo por lo general era de dieciséis horas pero se había retrasado una hora por la lluvia donde había hecho una escala. Había salido a las siete de la mañana, antes de que Fleur se despertará, sin dejarle una nota, sin hablar con Antoni o Andrea. Necesitaba aclarar su mente y sabía que si decía algo, querían acompañarlo.
El vuelo llegó a su destino después de las diez de la noche, apenas tuvo tiempo de conseguir una habitación en una posada, prefería evitar usar sus tarjetas de crédito, se había dado cuenta que lo estaban siguiendo, incluso que le tomaron una foto y aprovechó la distracción del fotógrafo que no reconoció y se escabullo en la fila que debía entrar.
La habitación de la posada no estaba mal, la cama era cómoda, era amplia y tenía su propio baño, en una esquina había una estufa, ollas y platos para cocinar, pero lo que menos le apetecía era hacerlo. Este no era un viaje turístico, este era un viaje para aclarar su mente y saber qué hacer.
Salió de la posada. Le había escrito a Antoni cuando el avión hizo su escala, diciéndole que estaba bien, que le dijera a Fleur que estaba bien y que le esperará, que sentía no poder hablarle porque al igual que a él, a ella le estaban siguiendo. Aunque le advirtió no informarle lo último. Tampoco le dijo dónde estaba.
Si fuera en otra situación, Saúl disfrutaría caminar por las calles, ver la alegría de las personas en sus rostros, las casas de construcciones viejas pero estables y bien cuidadas, disfrutaría salir a comer con Fleur por allí, llevarla a la fuente que había en el parque, bailar toda la noche en una de las discotecas... Pero ahora debía centrarse, algún día llevaría a Fleur a ese lugar.
Cuando estuvo frente a la casa de cuidados, suspiro y entró. La casa era grande, blanca, parecía una clínica y no había cambiado nada, el césped estaba cortado, había flores de todos los colores en la entrada.
—Buenas tardes, señor— dijo la recepcionista—. ¿En qué le puedo ayudar?
—Buenas, soy Cristian Montenegro y vengo a visitar a Melissa Flórez.
La recepcionista busco en una libreta y asintió, le pidió que le siguiera. Saúl había reservado una visita como Cristian, un viejo amigo de Melissa. Si daba su nombre verdadero, sabrían que él era quien pagaba los gastos de Melissa y fácilmente sus padres lo encontrarían. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que le vieron por allí, había llevado a Melissa, había pagado todos los años los gastos pero no la visitaba, sólo le llamaba cada mes.
—La señorita Melissa se encuentra cada vez mejor... ¿Me está escuchando, Señor…?
Saúl salió de sus pensamientos y miró a la recepcionista.
—De hecho, no— dijo él—. ¿Podría repetirme por favor?
—Le venía diciendo que la señorita Melissa se encuentra bien, sus terapias corporales hacen que su pérdida de masa muscular sea lenta, le ha dado muy poca gripe, come bien y, el psicólogo le encuentra en buen estado— se detuvieron—. Es aquí.
Saúl asintió en forma de agradecimiento y entró a la habitación 202. Todo el lugar era blanco, excepto, detrás de aquella puerta, la habitación estaba pintada de azul claro, había una cama en vez de camilla, un mueble café junto a la ventana y libros sobre una repisa, la habitación era colorida, tal como la persona que vivía allí, tal como él había pedido que fuera.
—Mels— dijo Saúl.
Melissa se giró y lo vio, una sonrisa en su rostro le hizo olvidar los nervios que tenía, comenzó a acercarse a ella. Cuando estuvo cerca de Melissa, le abrazo, un fuerte y cariñoso abrazo.
—Me alegra verte, Saúl...
—Shhh— le interrumpió él—. Llámame Cristian.
— ¿Y eso como por qué, Cristian?
Saúl suspiro y se levantó, tomó la parte trasera de la silla de ruedas de Melissa y le acercó a la ventana, Saúl sentándose en el mueble.
—Mis padres han vuelto, Mels— dijo.
La sola mención de los padres de Saúl, provocaron que la sonrisa de Melissa se borrará de su rostro.
— ¿Van tras ella?— le pregunto.
—Sí, Mels— dijo Saúl sabiendo que se refería a Fleur—. Y lo peor es que no sé qué hacer.