Emily
Lo único que podía ver era la oscuridad absoluta que me rodea. El simple hecho de no poder ver lo que pasaba a mi alrededor era una auténtica tortura: sabía que alguien se encontraba a mi lado, aunque no lo veía, escuchaba sus pasos y lo que me decía.
Era desesperante no poder abrir los ojos. La situación de por sí era frustrante, pero los sentimientos aquello producían no eran agradables: me sentía impotente e indefensa. Escuchaba una voz masculina a mi lado, pero no era capaz de distinguirla, ansiaba ver de quien se trataba, su voz no me sonaba de nada.
Quería tener el control de la situación, pero no podía. Y cuando creí que toda esa mierda iba a terminar, pasó lo inesperado: una cálida luz blanca apareció y la voz de mis abuelos era la que me llamaba.
La sensación que tenía era de paz y me gustaba ―el dolor que había experimentado tiempo atrás se iba desvaneciendo a medida que me acercaba más a la luz―. Hacía muchos años que no me sentía así, y la sensación que experimentaba era de mi agrado.
Corrí lo más fuerte que mis piernas me permitieron hasta que llegué al lado de mis abuelos. Las lágrimas no se hicieron esperar, estaba feliz de volver a verlos, ambos me recibieron con un cálido abrazo: hacía tanto tiempo que no estábamos juntos que me alegraba verlos.
―¡Abuelitos! ―Grité con lágrimas en los ojos― ¿Cómo están?
―Alfred, es nuestra pequeña.
Su casa estaba tal cual la recordaba, no había cambiado nada, cada objeto que formaba el lugar no se había movido en los últimos años. Parecía un sueño hecho realidad.
―¿Te quedarás a cenar con nosotros?
―Sí, ¿nona, podemos hacer tus famosos canelones?
Soltó una leve risita y asintió.
―Lo que sea por mi pequeña.
A pesar de las horas que pasé al lado de ambos, sentí que el tiempo no pasaba, era como si cada instante se hiciera eterno. Cada segundo era de lo más preciado, era como volver a mi niñez donde fui tan feliz gracias a ellos.
Lo malo de estar con ellos era que recordaban cada momento que para mí eran humillantes y vergonzosos.
—Aún recuerdo cuando tenías cinco años y perseguías a ese muchacho. —Hizo una breve pausa y miró a mi abuelo. —¿Alfred, cómo se llamaba el niño rubio que vivía a nuestro lado?
—No lo recuerdo, solo sé que empezaba por jota.
—James, así se llamaba. No sé que tenía con el pobre niño, pero al menos nunca me dejó de lado cuando iba de vacaciones.
―Le gustabas, ese mocoso estaba interesado en ti.
Solté una carcajada ante la imaginación que tenía mi abuelo. A él nunca le gustó James, pero qué se podía esperar de mi segundo padre.
―¿Habéis visto a papá?
―No mi cielo. Desde la última vez…
Todo lo que me rodeaba empezó a difuminarse, era raro ver que la luz que había estado presente durante todo este tiempo lentamente se iba apagando, les di un último abrazo a mis abuelos. Aquello parecía una despedida, una de las más dolorosas.
―No os quiero dejar solos, por favor, no me dejéis nunca más ―les supliqué con todo mi corazón.
―Nunca.
Sus voces cada vez se me hacían más lejanas, pero había algo que no me permitía irme del lugar. Sentí una leve descarga recorrer mi cuerpo, no entendía de donde procedía, pero aquello dolía horrores.
Lentamente, fui abriendo los ojos, la habitación se encontraba repleta de gente. Sus voces se escuchaban muy distantes a pesar de estar rodeándome. Hice el gran intento de mantener los ojos abiertos, pero no pude, la luz de la habitación era demasiado intensa e insoportable, aquello provocaba que no quisiera abrirlos.
―La estamos perdiendo
Y de nuevo desperté con aquella sensación de paz, pero ahora me encontraba sola. La única diferencia era que vi mi vida entera, pasar por delante de mis ojos, daba igual que fueran buenos o malos, simplemente, era mi vida y en su mayoría de tiempo me encontraba metida en algún que otro lío, pero siempre tenía a Charlotte a mi lado.
―¿Este es mi fin? Soy demasiado joven para morir.