¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo terminé en esta situación? Ahora mismo estoy besando el suelo japonés, con las manos inmovilizadas, mientras la policía nipona me somete y me arresta. Me gritan en japonés, pero no entiendo ni una sola palabra. El frío de las esposas se clava en mis muñecas, y puedo sentir las miradas de los transeúntes que se detienen a observar, curiosos ante el desastre que soy.
Bueno, déjenme llevarlos al principio. Vamos a recapitular mi vida y cómo todo empezó a salir mal y empecemos con un .
Hola, soy Santiago. Soy un adolescente que está cursando la preparatoria. La gente que me rodea dice que soy un buen tipo. Mido un metro ochenta, soy delgado, y mi físico... bueno, dicen que me parezco a Peter la anguila o al alienígena de "Dame tu cosita". En fin, así son las escuelas latinoamericanas. Y esta es mi historia.
Bueno, todo empezó con un condón roto. Así fue como nací... o algo así. Mis padres tenían 16 años cuando esto pasó. Imagina tener 16, que se rompa el condón, el susto, y darte cuenta de que todo ya valió vértebras. Todavía ni nacía y ya la estaba regando. ¡Qué tremendo soy, incluso para nacer!
Lo bueno es que mis abuelos aceptaron la relación de mis padres y decidieron cuidarme como su nieto mientras ellos trabajaban y estudiaban. Bueno, mis abuelos hicieron lo mismo a su edad. Del lado de mi padre, mis abuelos empezaron a tener hijos a los 15 años, lo que resultó en 15 hijos en total. Así que mi padre tiene 14 hermanos. Y del lado de mi madre, ocurrió algo similar: a los 17 años, mis abuelitos comenzaron a tener hijos, y al final fueron 10. Así que tengo 23 tíos. Mis abuelitos no perdían el tiempo... ¿Qué, no tenían tele o qué? Bueno, ni luz había en esos tiempos.
Ahora imagínense que cada uno de mis tíos y tías tuvo al menos 3 hijos. Somos una familia enorme, prácticamente el 25% de la población de mi rancho. Imagínate cómo se ponen las fiestas familiares... Con tantas primas por ahí, aunque no soy norteño, siempre me hace gracia la frase: "¡Sáquense las primas!". En fin, como quiero a mi familia.
Bueno, hablemos un poco de mi infancia. Fue bastante sencilla: amigos, escuela, deportes, videojuegos, y otras cosas. Siempre fui un niño tranquilo. Además, en mi familia, mínimo tenía 2 o 3 primos en mi salón, así que siempre estuve rodeado de ellos. Todo siguió igual... hasta que llegué a la prepa. Ahhh, la prepa... cómo sufrí en la prepa.
Bueno, para empezar, tenía que estar despierto, listo con la mochila, para tomar mis clases. El viaje era de dos horas de ida y dos horas de regreso, lo que significa que tenía que levantarme a las 5 de la mañana y estar en la carretera para tomar el primer camión que me dejaba en la "ciudad". Ciudad es una palabra muy grande para describir ese lugar. ¡No manches! Todos los días me correteaban las vacas para llegar a la escuela. Pero, eso sí, teníamos un Walmart. Éramos la envidia de los otros ranchos... aunque llamarle "ciudad" era un poco exagerado.
Siempre que entraba al salón, había un gallo que se ponía en mi lugar. Y, como decía mi abuelito, "hay que agarrarse a catorrazos para que entiendan". Algunas veces ese maldito gallo me ganaba y me quedaba sin silla. ¡En serio, luego dicen que es una ciudad! En fin, mis clases eran normales, nada fuera de lo común. Yo no era un alumno ejemplar, pero tampoco el más menso; digamos que era un estudiante promedio. Después de las clases, me tocaba hacer lo mismo de vuelta: ser correteado por las vacas hasta llegar a la parada de camiones y tomar el transporte de regreso a casa.
Cuando llegaba a mi rancho, lo primero que hacía era quitarme el uniforme de la escuela y ponerme el de mesero. Trabajo en un restaurante familiar que está justo al lado de la carretera principal, lo que significa que siempre, pero siempre, estaba lleno. Ya se imaginarán la cantidad de personalidades que uno se encuentra: desde los graciosos y alegres, hasta los que están llorando por problemas de relación. Algunos eran temerosos, pero los más difíciles de soportar eran los que siempre estaban enojados.
En ese restaurante me tocaba lidiar con todo tipo de comentarios. Algunos me decían: "¡Oye, tú, panza de lombriz!", o "¡Tú, poste parado, toma mi pedido rápido!". En serio, gente, ¡traten bien a los meseros! Pero bueno, aunque tenía que aguantar esas personalidades, la paga era buena... y mejor aún cuando venía acompañada de propina.
A veces, cuando sobraba comida en el restaurante, mi tío nos dejaba llevarla a casa. Siempre me llevaba unos ricos tacos, con salsa y limón para que amarre. Y, como buen latino, me sentaba a ver una buena novela mientras me comía esos tacos, acompañados de una Coca de 3 litros... ¡comida de dioses! Después de eso, terminaba mis tareas de la escuela, me bañaba y me preparaba para el día siguiente. Así es mi vida, día tras día, sin fallar.
Hasta que un día cotidiano después de ser correteado por las vacas y cantarle un tiro al gallo que se roba mi lugar un compañero y podría decir que mi mejor amigo mi hermano mi parce estaba leyendo una revista en blanco y negro una revista curiosa pequeña con dibujos sin color me acerco con Alfaro que así se llama mi mejor amigo y dije “que estas leyendo”
a lo que el responde “un manga”
Me quedé pensando en su respuesta. "¿Un manga? ¿Qué es eso?" Yo solo conocía las mangas de los suéteres, de las camisas o playeras. Bueno, los chalecos no tienen mangas, pero eso no viene al caso. "¿Acaso escuché mal?", pensé.
"Un manga," repitió yo.