Mi vida había vuelto a una rutina tranquila y feliz. Después de todo lo que había pasado, ya no esperaba que algo emocionante sucediera. Pero un día, mientras tomaba mis clases como de costumbre, mi celular comenzó a sonar. Sorprendido, me disculpé con el profesor y salí del salón para contestar la llamada.
—¿Bueno? —dije, mientras me apartaba del bullicio del pasillo—. ¿Con quién tengo el gusto?
Al otro lado de la línea, escuché sonidos extraños, como murmullos en un idioma que no entendía, algo que sonaba... ¿oriental? Estaba a punto de colgar cuando una voz femenina, mayor y firme, habló:
—あなたはサンティアゴですか? (¿Eres Santiago?)
Sorprendido, miré el teléfono como si pudiera darme más respuestas. ¿Una broma? Pensé en colgar, pero mi curiosidad ganó. Probablemente alguien se había equivocado de número, así que respondí con cortesía.
—Lo siento, creo que se ha equivocado de número.
Estaba a punto de presionar el botón de colgar cuando, de repente, la misma voz, ahora en perfecto español, me dijo:
—Tú eres Santiago, ¿cierto?
Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Cómo sabía mi nombre?
—Sí... soy yo. ¿Con quién hablo?
—Soy la traductora de la organización del concurso de manga en Japón. Mi llamada es para confirmar que tú eres el creador del manga 30 días en Japón: Conociendo el Sol Naciente. ¿Es correcto?
En mi mente, pensé que, aunque había ganado el tercer lugar, tal vez no iría a Japón, pero me darían un premio y un reconocimiento. Me sentía mal al pensar en recibir algo que me recordara mi fracaso. Aun así, decidí contestarle:
—Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarla?
A este punto, quería colgar. No quería saber nada de esto. La señora respondió con una voz amable:
—Es un gusto conocerlo, señor Santiago. Solo quería informarle acerca de su premio y cómo este será entregado. Hemos enviado correos y no hemos recibido respuesta de su parte.
De repente, recordé que no había revisado mi correo desde que perdí el concurso y, para ser honesto, ni siquiera recordaba la contraseña.
—Sí, perdón, una disculpa por eso. No he tenido tiempo para revisarlo. También quiero ser honesto con usted: no quiero el premio.
Una pausa llena de silencio me hizo dudar. ¿Por qué no quería el premio? La traductora continuó, su voz firme:
—Entiendo sus sentimientos, pero le debo una aclaración: el tercer lugar no solo recibe un reconocimiento, también incluye un viaje a Japón esta seguro de que no lo quiere .
Mis ojos se abrieron de par en par, y mi corazón comenzó a latir con fuerza. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Ir a Japón? Tenía que estar seguro de haber entendido bien, así que con una mezcla de incredulidad y nerviosismo pregunté:
— ¿El premio de tercer lugar... es también ir a Japón?
La traductora respondió con calma, pero sus palabras eran como una explosión de felicidad en mi pecho:
— Eso es correcto.
Mi mente en blanco. Luego, como si una descarga eléctrica recorriera mi cuerpo, grité:
— ¡¡¡Ahuevoooo!!!
Sin pensarlo, empecé a saltar y correr en círculos por el pasillo del salón, sin importar nada ni nadie. La felicidad me invadía por completo. Mientras corría como loco, una señora—quién sabe si era maestra, empleada de limpieza o simplemente alguien que pasaba por ahí—quedó atrapada en mi torbellino de alegría. Sin pensarlo, la abracé y, entre saltos y risas, le planté un beso en la mejilla.
— ¡Ganamos! ¡Ganamos! —gritaba yo, abrazado a la confusa señora.
La pobre mujer, sin entender nada, sonrió con amabilidad y me dijo:
— Felicidades, mijo, ¿qué ganó?
— ¡Ganamos el concurso! —respondí entre risas, sin soltarla.
Al fondo, todavía con el teléfono en la mano, la traductora me escuchaba paciente mientras yo vivía el mejor momento de mi vida. No me importaba si parecía un loco, en ese instante, todo valía la pena.
La señora traductora soltó una pequeña risa dulce y gentil, y añadió:
—Me alegro mucho por usted, Santiago. Espero que nos llevemos bien cuando nos conozcamos en persona, ya que yo seré su traductora en Japón.
La forma en la que lo dijo, tan suave y sincera, encendió una chispa de alegría en mí. Me llenó de una calidez que no esperaba, como si su voz confirmara que este sueño era real y que estaba por suceder. Mientras seguíamos hablando, me contó más detalles del viaje. Me explicó que sería para tres personas: el ganador y dos acompañantes.
—Los boletos del avión y la confirmación de la reserva en el hotel se enviarán por correo electrónico —añadió con un tono profesional, pero siempre amable.
En ese momento, el mundo parecía haberse alineado. No solo iba a conocer Japón, sino que además no estaría solo en esta aventura. ¡Podría compartir este viaje con dos personas importantes para mí! Sentí que todo el esfuerzo, todas las noches en vela, las frustraciones, y hasta las vacas que me perseguían, habían valido la pena.