30 DÍas En JapÓn Conociendo El Sol Naciente

UN FAMILIAR EXTRAÑO

Eso me hizo sentir muy triste, porque las dos personas en las que más confiaba me habían rechazado. Sin embargo, traté de no dejar que me afectara demasiado. Después de todo, ¡iba a viajar a Japón! ¿Quién no querría un viaje gratis? Pero cuando fui con mis demás familiares, uno por uno, también me rechazaron. Cada vez que alguien me decía "no", mi entusiasmo se iba apagando más y más. Llegué al punto de intentar invitar al loco del pueblo, pero él, entre risas y tragos de una caguama, me respondió que no quería ver "monas chinas".

Al final, me sentí abatido. Mientras trabajaba en el restaurante de mi tío, apoyé la cabeza sobre la mesa, desanimado. Mi tío, al verme tan desmotivado, se acercó con unos tacos en la mano.

— Tranquilo, sobrino, no se me agite si no encuentra a nadie para acompañarlo —me dijo con su tono calmado de siempre.

— Perdón, tío, pero necesito conseguir a una persona mayor para poder ir, y nadie quiere ir conmigo...

Mi tío se quedó pensativo un momento antes de decir:

— Conozco a alguien que quizás quiera acompañarte... ¿por qué no invitas a tu prima María José?

Me quedé en blanco por un segundo. "María José, ¿quién es esa?", pensé. Pero luego lo recordé: María José, mi prima soltera de 30 años. Una persona que casi nunca sale de casa y siempre está encerrada, lo que explica por qué casi no la recordaba. ¡Era hija de mi propio tío, el que siempre me ofrecía tacos! Mientras lo pensaba, me pareció una buena idea invitarla. Después de todo, no tenía trabajo y vivía en su propio mundo, así que parecía una buena opción. Decidido, tomé un mordisco del taco que mi tío me había dado, buscando energías para hacer la invitación.

De repente, mi tío me miró con los ojos abiertos de par en par.

— ¡Sobrino! Eso no era para usted, era para la mesa 6...

Me quedé avergonzado y apenado. Tragué rápido y respondí:

— Perdón, tío, no lo sabía...

Después del malentendido, caminé hacia la casa de mi prima María José. No sé si lo mencioné antes, pero ella es hija de mi tío, el del negocio donde trabajo. Es curioso porque casi no la veo; rara vez sale de su cuarto, lo que hace que su presencia en la familia sea casi fantasmagórica. Tal vez por eso mi tío la sugirió como acompañante, pero me preguntaba si ella realmente querría ir conmigo. Después de todo, su habitación parece ser su refugio, y viajar al otro lado del mundo no es algo sencillo, especialmente para alguien que rara vez sale de su casa.

Mientras mis pensamientos deliraban, casi sin darme cuenta, llegué a la casa de mi tío. Toqué la puerta, y fue mi tía Sofía quien me abrió, con una gran sonrisa en el rostro.

— ¡Hola, sobrino! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué te trae por aquí? —me saludó con entusiasmo.

— Hola, tía, disculpa por molestar, pero quería hablar de algo con mi prima María José —respondí, un poco nervioso.

Mi tía se mostró un tanto desconcertada. Sabía, como todos en la familia, que mi prima casi nunca salía ni siquiera para ir a la tienda. Como diría mi abuelito, "ni las moscas la pelan". Nadie la busca y, para ser honesto, no estaba seguro de cómo reaccionaría.

— ¡Ah! Eso es raro, sobrino. Casi nadie viene a ver a tu prima, pero pasa, siéntate y cuéntame qué es lo que necesitas —me dijo mientras me hacía señas para que entrara.

Sentado en el sofá, conversaba con mi tía mientras le explicaba por qué necesitaba hablar con mi prima María José. La charla no duró mucho, pero lo suficiente como para que mi tía se quedara pensativa un momento.

— Vaya, sobrino, la tienes un poco difícil... pero no te preocupes, sé que puedes convencerla. Y si no quiere ir, pues la amenazo con echarla de la casa. Creo que con eso se animará —dijo con una sonrisa que parecía mitad en broma, mitad en serio.

Me congelé al escucharla. ¿Echarla de la casa? Eso sonaba demasiado extremo, aunque esperaba que lo estuviera diciendo en broma. Pero sabiendo cómo es mi tía, siempre tan impredecible, su risa no me tranquilizó del todo. Ella siempre cumple sus palabras, y con su carácter, nunca se sabe.

— Vamos, sobrino, anda, ve y convéncela —me dijo mientras me empujaba hacia la puerta de María José.

Allí estaba yo, de pie frente a la puerta cerrada de su cuarto, sintiendo una vibra extraña, casi como si el aire alrededor se volviera denso. Una mezcla de terror y hostilidad me invadía, y ni siquiera tuve tiempo de prepararme mentalmente. Todo pasó muy rápido.

— Suerte, sobrino —dijo mi tía antes de retirarse, dejándome solo frente a la puerta.

Mis piernas temblaban, y mi mente se sentía nublada. ¿Qué pasaría ahora? Me acerqué para tocar la perilla, pero no pude mover la mano. ¿Por qué estaba temblando tanto? Vamos, Santiago, me dije a mí mismo, es solo tu prima.

Cuando estuve a punto de tomar la perilla de la puerta, noté que esta se movía. Un terror frío inundó mi cuerpo. ¿Cómo será mi prima? ¿Me recordará? ¿Qué me dirá? Todos esos pensamientos comenzaron a revolotear en mi mente mientras la puerta se abría lentamente. De repente, la puerta se abrió de golpe, dejándome paralizado por la sorpresa y el miedo.

Frente a mí apareció una mujer alta, de unos 30 años, con el cabello largo y desordenado, una piel pálida casi fantasmal, y unas ojeras enormes que parecían sombras bajo sus ojos. Su expresión, inexpresiva y sin vida, me recordó a un zombi. Mi mente gritaba ¡corre!, pero mis piernas no reaccionaban. Intenté hablar, pero solo logré tartamudear: — Pri... pri... prim...



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Editado: 10.11.2024

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